Habitar la imagen. Poéticas de la boca
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“¿acaso no podrá existir una expresión artística monumental del tamaño de una estampilla? ¿Qué sería en ese caso “monumental”? La tecnología actual da cuenta de esto: en un pequeño chip podemos tener una biblioteca completa”.
Edgar De Santo, Tesis doctoral, 2014
Un aforismo es un ensayo brevísimo, dice Enrique Servín en Cuaderno de Abalorios. Lo pequeño, diminuto, vence a lo demasiado grande: ¿de qué modo lo logra?
Esa fue la pregunta que me ha generado el encuentro con la imagen que aquí presento. Me acompañó desde el momento en que vi el numero 1 junto a algo a lo que socialmente aceptamos identificar como un corazón. A la aparente insignificancia del número se le suma la inminente circunstancialidad de estar acompañado de un corazón, como si fueran dos amantes caminando uno- codo a codo- junto al otro. Ambos han sido depositados perversamente o, tal vez debería decir, amorosamente sobre una lengua que, por el plano que ocupa, puede ser la de un amante a punto de ser atravesado por la flecha de Cupido.
Estoy “a punto” de creer que nada de esto tiene sentido, que es solo un papelito fotocopiado y prolijamente recortado y puesto sobre una lengua, la que lo embebe del fluido salival para depositarlo, luego, sobre cualquier otra superficie. Y, sin embargo, no puedo salir de ese “a punto”, del estar allí, arrojada a una simpática imagen que, a juzgar por la ambigüedad de la «sympátheia», no logro identificar si se trata de una afección o una resonancia. Lo que sí es seguro es que algo de mí se juega en ese instante, en el . Algo de la imagen adquiere el sentido de lo que Roland Barthes denomina el ‘punctum’. Hay algo de esta imagen que me hiere, que me atraviesa, que me punza. Herir un punto específico, es la piedra de toque que hará que el edificio, con un solo golpe se venga abajo.
Entonces se fue delineando el encuadre de la imagen; y lo que sea que identifique como encuadre ha de ser entonces un siniestro (Unheimlich) modo de comprender el mundo, es decir, lo que aporta la tierra en su más íntima comunión con lo animal no racional. Algo rápido, fuerte, breve, cuan vómito pasional sale de una carnosa boca a punto de estallar de libido, de placer.
Recordé inmediatamente las múltiples acepciones que le han dado al aforismo. El aforismo es el modo de abolir la racionalidad coherente. Un aforismo es un dardo (Nietzsche), una sentencia, un cohete (Baudelaire), un pensamiento estrangulado (Cioran), hojas de Hypnos (René Char), notas (Elías Canetti), greguerías (Ramón Gómez de la Serna), aerolitos (para el poeta Carlos Edmundo de Ory), el polen (Novalis) de nuestro ser más elemental. En suma, la más alta agudeza del espíritu.
La boca es el medio por donde el pecado es introducido al alma por la serpiente, reza el relato cristiano. La boca es el orificio por donde ingerimos el alimento, así también el veneno. Muchas palabras la habitan, pero también muchos fluidos se depositan en ella, provenientes quizás de otros orificios, ¿el pico de una botella? ¿el órgano genital? ¿el beso verde? Sabores, colores, texturas son signos de los lugares que van donando de sentido la imagen.
Que la imagen sea en sí misma el hecho artístico, tal como lo señala el Dr. Edgar de Santo, consuela mi costilla culposa de pertenecer a una disciplina que se mueve en el “entre” de la ciencia y el arte. Un problema con cuernos dirá Nietzsche; problema cuyo salvavidas tiene la forma del ensayo. El ensayo es el terreno donde quiero establecerme, habitar entre metáforas, nunca listas para ser fosilizadas, siempre libres para donar nuevos sentidos. Por esta razón, es imprescindible que, para ver la imagen que propongo como obra artística, no se la reduzca a la cita ni a mera ilustración al servicio de la palabra. Esta idea presente en la tesis de De Santo despierta en mí la necesidad de proponer el aforismo como hálitos que habitan en la imagen. Ambos forman un continuum que encuentra su materialidad en la obra como hecho artístico, como fenómeno estético.
Me motivaba el bucear en la boca, más allá de la superficie de lo que está a punto de salir de allí para acceder a las perlas que en ella se depositaban, visibles, pequeñas y, en muchos casos, no visibles. Esas perlas se me aparecían como aforismos. Y comprendí, entre los ecos de Heidegger, que era el aforismo mi modo de ser en el mundo. Con lo que la imagen se convertía en una forma de decir el ser que habita en mí, cuan fiera domesticada para que lo humano se imponga en lo que tiene de no animal, esto es, en la palabra.
Existe un juego en la lengua. Ella abre y cierra en un movimiento continuo, a la vez orgánico y cultural. Naciones enteras y comunidades lingüísticas se cierran allí donde la boca se abre, dando espacio a lo que puede o no ser conocido, en cierto modo, dicho. Es limite y mudez. “A manera de una sólida y confiable red estos conocimientos básicos se entretejen para contener al sujeto como parte de un contexto donde puede vislumbrar el porqué y el para qué de su existencia”, manifiesta a viva voz Marta Zántoyi al hablar de lo que edifica nuestra simbolización del mundo.
Está en boca de todos y en el corazón de 1 (que no es lo mismo que en un solo sujeto que respira, vive y ama con un corazón); pues el número no representa un individuo sentimental, sino un clic virtual descarnado.
Un grotesco clic desdibuja rostros y el anonimato se apodera de las carnes y los huesos.
Tres de los pilares del mundo: creación, apropiación, tragicomedia.
La red. Estancias del Ser: el tiempo como instante petrificado; el espacio como habitáculo o paisaje donde desbrozar una tierra baldía. Estancias donde se hilvanan en el pensamiento lo individual y lo social; lo privado y lo público; lo urbano y lo no urbano; lo propio, lo colectivo, lo compartido; lo visible, lo invisible, lo oculto, lo ausente, lo nítido, lo borroso.
La red. Antinomias de un ‘no lugar’. Refugio cárcel; placer, dolor; ser, no ser, lejanía, cercanía. Extrañamientos. La red atrapa por su boca: aparecer/ desaparecer es la dinámica de la nueva [red]ención.
Poética de la habitabilidad. Genealogía de una intimidad: el acceso al ser es estético.
La boca se delinea como mundo analógico-carnal. Los labios carnosos y rojos, el corazón que en la lengua reposa es rojo, su lengua es roja. ¿Qué es ‘rojo’?, se pregunta Ludwig Wittgenstein. Rojo es… “no hay un criterio comúnmente aceptado para lo que sea un color”, del mismo modo que no hay percepciones iguales de un hecho artístico. En el aforismo 45 de la parte III de Observaciones sobre los colores, Wittgenstein escribe: “Se debe siempre estar preparado para aprender algo totalmente nuevo”. Ese totalmente ¿no confirma la eterna conquista de lo maravilloso? Esa boca habla.
El corazón “mencantado” (neologismo deducido del “me encanta” de la red social) no es sustituto del corazón y del encantamiento producido por sus virtudes. Privativo de la boca es el corazón depuesto al sabor metálico del teclado.
Todo nuestro amor está detrás de un ‘clic’. El corazón se absorbe como prolongación de la pantalla. La boca no es límite. Una boca abre mundos.
Lo que como, soy.
La lengua está atada al espacio, apenas si puede sobrepasarse e irse de boca, ésta, en cambio, trasgrede sus límites y alcances; la expresión humana que de la boca rebasa, es transgresión. “Negar una expresión es negar la riqueza y la vastedad de los mundos que construimos como humanos”, expresa Edgar De Santo.
Cada obra abre un estatuto posible para su análisis. Su lógica interna, su construcción nos habla. ¿Podríamos decir que como filosofía encarnada cada obra artística interroga?, se pregunta en su tesis doctoral De Santo. Yo creo que hay muchas filosofías en estado de latencia en cada obra artística.
Poner delante de los ojos, hacer aparecer por primera vez, una forma nueva de ver las cosas, y es en torno a esta nueva forma por la que la imagen dispara una metáfora de metáfora, es decir, un “como sí” vaihingeriano que no anula su característica decorativa sino, incluso, magnifica hasta hacer de la metáfora una realidad que prescinde de las ideas.
La imagen es “en sí” el hecho estético, es decir, un modo de ver el mundo. El habitáculo por donde la palabra la nombra y- a la vez- la provoca, la hiere, la anula, la desaparece. “Esa imagen visual interpela, esa cita visual está dando cuenta – al menos en el campo en que me despliego -de otro modo de conocimiento y de expresión simbólica del mundo” (Edgar De Santo).
El canon lacaniano “Yo pienso ahí donde no soy y soy ahí donde no pienso” es reemplazado en las redes sociales por el “Como, soy” Y la boca es el continente donde se degluten todo tipo de cosas, algunas, verdadero alimento para el cuerpo, otras, no tanto, incluso escatológicas. Cada vez que veo un corazón que sale del entrópico clic, recuerdo que lo que tiene que ser deglutido, también debe ser digerido. Por eso las redes sociales y todo cuanto allí acontece no puede ser comprendida más que como extensión de mi cuerpo, de mi espacio y de mi tiempo. Las cartesianas res cogitans, la extensa y la divina son fagocitadas por un clic en el que Dios es eliminado del juego, y con su eliminación nos sumergimos en la nada creadora, en el vacío lleno del que hablan las culturas milenarias.
Ahora soy cuerpo. Cuerpo y boca que devora todo, incluso lo que no puede digerir. La serpiente es un buen símbolo del pecado original. Encuentro aquí una donación de lugares, lo sagrado se vuelve profano, lo profano se eleva al estatus ontológico de cosa sagrada.
De esa donación surge el encuadre. Como lo testifica De Santo: “ENCUADRO luego, pienso-siento-actúo-interpreto, soy”.
Es la pregunta por la forma, es la deformación de la pregunta en la insistencia por dar forma. La forma de la boca se ajusta a lo que ella puede contener; es la boca continente que se apropia del contenido. Un corazón cabe en la boca tanto como pueda estrechar los límites de su mundo interno. Apostasía en la red social: te doy mi corazón a cambio de pertenencia. Hay otras formas de pertenecer, pero ninguna lo es como dar 1 corazón. Este constituye el sustrato social de la imagen. En el caso del corazón virtual, hay tanto poder en la acción de dar el corazón, que puede traducirse como el gesto político de aparecer/desaparecer. Que es lo mismo que “estar en boca de” o desaparecer.
Pongo delante de mí este hecho artístico, entendiendo que como hecho es una construcción que desencadena intersubjetividades y se convierte en un artefacto literario: un artefacto que experimento fuera “un universo acotado y elegido por un/a autor/a para expresar algunos otros mundos posibles”, exclama De Santo.
Poéticamente habita el hombre, reza Hölderlin, y en la imagen habita el mundo que se abre en cada mirada. El desarrollo de determinadas plataformas más que abrir una ventana nueva del habitar, ha ampliado los mismos y redefinido el propio concepto, tal vez, profanándolo. Habitamos la red, pero ¿qué es un habitar sin comarca, sin terruño?
La cuestión es que la boca puede abrirse hasta conquistar el cosmos; como si fuera ese gran zapallo macedoniano, la boca se abre en la red y lo come todo. Se indigesta porque entra en lucha intestina con el espacio. Se confunde con el afuera y en el adentro. Hay en la imagen un dinamismo de encuadre que no se anega al binomio del afuera y del adentro, tampoco aquel de lo privado y lo público. Dinamismo al interior y al exterior de la obra. La red-zapallo se ha constituido ahora en nuestro universo.
Todo hecho artístico es analizable a la luz de una reflexión, desde una pregunta oculta, no explicitada en la obra. Y este, en particular, tiene la particularidad de contener la pregunta filosófica en el seno de su mutismo. El sustrato metafísico de la imagen piensa la palabra como habitabilidad, y la boca como terruño, que expande la geografía de sus carnosos labios hasta fagocitarlo. La red es ahora el Cosmos.
La morada del ser es el no lugar donde lo extraño se acerca a lo familiar, tanto que, incluso, lo familiar no es otra cosa sino lo más extraño.
Un valle inquietante se abre al sumergirnos en la red. La boca es su acceso. “Poner el corazón” será su metáfora más fría. La boca y el corazón se vuelven en la gran y obscena red, dos amantes fríos.
La boca es, por tanto, desde el primer plano, la figura en cuestión. El conocido refrán popular “el pez por la boca muere” La potencialidad del ser se abre (como la boca) a la amistad y al amor. El marco ha rebalsado. No puede estar definido, al menos no explícitamente, más que por la potencia de la imagen, potencialidades que reverberan de la misma boca. La lengua puede ser un buen conducto.
Y, ¿qué es lo que grita? En este punto volvemos a la pregunta del inicio. ¿Cómo algo pequeño puede sobreponerse para ganarle a lo grande? Pregunta que no ha dejado de perturbarme; y por la que me arrojé, cual poeta, a la morada de Hypnos, en ningún otro tiempo que ahora más atinente. Hojas de Hypnos son las que hacen palpitar a René Char cuando escribe: “Veamos si eres capaz de hilvanar todas estas pulsiones lanzadas por esa granada-palabra que explota ante tus ojos. Puedes leerlas, darles la vuelta, agitarlas hasta la ebriedad, hasta que surjan los hijos: pequeñas palabras que estallan después de la explosión y que surgen de la combustión. No les rompas las alas, ni les ciegues los ojos: déjales danzar desnudos, permite que beban el néctar de la libertad”.
Es esta imagen la clara disolución de las categorías tradicionales sobre lo bello, el gusto, etc. Las tradicionales categorías estéticas quedan fagocitadas en un clic que implica, en sí, la virtualidad de una pertenencia. No hay gusto, no hay nada bello ni feo, ni asqueroso ni degenerado. Todo ha sido aniquilado.
El gesto mudo.
ya soy los símbolos
que depositarás en tu boca.
Sobre mi cuerpo, lo cotidiano esculpe historias mínimas
que mueren en cuestión de días.
Tal como lo declara Zátonyi, se establece en la red un contrato social; idea retomada por De Santo y que yo no puedo dejar de concebir como lo que yace en la imagen que aquí presento. En ella se funden el ethos con el pathos. Un habitar-nos en el desarraigo de la pertenencia a un terruño, a la pura virtualidad un no lugar donde el aparecer/desaparecer puede restablecer un contrato en cuestión de segundos en que el dedo digita un clic. Diremos que en la imagen el pathos deviene un conjunto de potencialidades emocionales, racionales, pasionales. Todas ellas conforman un acceso a una intimidad nueva construida al clic de una exterioridad que nos habla. Ese otro que está allí constituyendo nuestra subjetividad con el corazón que no habla por su boca, sino que queda en ella depositado, en activa virtualidad.
La estética de EgO como formas de externalizar “unidades culturales”; la imagen pone de manifiesto una nueva unidad de expresión que fagocita el Internet entero en un momento en el que todo el mundo necesita tener una opinión sobre todas las cosas.
Todo esto es relevante y afecta a cuestiones como la forma en que las nuevas generaciones se expresan y escriben. Esto ha dado lugar a que la escritura. La rapidez y la funcionalidad, sumadas al deseo descarnado por estar conectados al mundo, hace que cada vez la prosa donde los relatos abarcan grandes fragmentos de temporalidad y frondosos espacios, sean vorazmente fagocitados por la rapidez de breves pensamientos que viajan a la velocidad de la luz. Ya las grandes porciones de espacios se suprimen, y con un clic de distancia la boca encuentra la palabra, y el corazón un amante donde anidar.
Sólo un clic: por él una imagen puede ser la expresión del tamaño de una estampilla.
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María Eugenia Piñero
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Bibliografía consultada
Barthes, Roland: El susurro del lenguaje. Más allá de la palabra y la escritura. Paidós, Buenos Aires, 2013.
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Brea, José Luis: Las auras frías. El culto a la obra de arte en la era postaurática. Anagrama, Barcelona, 1991.
Char, René: Hojas de Hypnos. Traducción de Edison Simons, Visor, Madrid, 1988.
De Santo, Edgar: Espacio-tiempo en el lenguaje visual y audiovisual. La forma que se despliega. La Plata, 2012. http://sedici.unlp.edu.ar/handle/10915/78307
De Santo, Edgar: ¿Cómo se expresa lo indecible? Hacia una operatoria teórico- ensayística del arte. Tesis doctoral. Facultad de Bellas Artes. Universidad Nacional de La Plata, 2014.
Fernández, Macedonio: El zapallo que se hizo cosmos. Cuentos de Latinoamérica. https://cuentosdelatinoamerica.blogspot.com/2013/04/el-zapallo-que-se-hizo-cosmos-macedonio.html
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Heidegger, Martin: El origen de la obra de arte. Versión española de Helena Cortés y Arturo Leyte en: Caminos de bosque. Madrid, Alianza, 1996.
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Heidegger, Martin: Die Kunst und der Raum / El espacio y el arte. Edición bilingüe. Título en español: El espacio y el arte. Trad. Jesús Adrián Escudero. Herder, Barcelona, 2009
Nietzsche, Friedrich: Sobre verdad y mentira en sentido extramoral. Incluye La voluntad de ilusión en Nietzsche de Hans Vaihinger. Ed. Tecnos, 2008.
Servín, Enrique: Cuaderno de Abalorios. Aldus, México, 2015.
Wittgenstein, Ludwig: Observaciones sobre los colores. Paidós, España, 2013.
Zántoyi, Marta: Arte y creación. Los caminos de la estética. 1ª ed. Capital Intelectual, Buenos Aires, 2007.