John Banville, entre el estilista y el detective – Sebastián Gámez Millán

John Banville, entre el estilista y el detective – Sebastián Gámez Millán

John Banville, entre el estilista y el detective

 

 

 

Conocimos primero al autor de esas biografías noveladas de destacados científicos: Copérnico, el guardián (1976), Kepler (1981), Las cartas de Newton (1982), en las que se explora el orden racional de las ideas con las que se cambia nuestra concepción del mundo en medio del azar y las contingencias de la vida de estos individuos, no por geniales menos sometidos a los vaivenes imprevisibles del destino. En contra de lo que acostumbra a creerse, el destino no es lo que está escrito, sino de modo más exacto lo que está escribiéndose de manera tan veloz que ni siquiera la mente más ágil e informada puede predecir el orden de los acontecimientos.

 

 

 

Luego conocimos a John Banville, autor de El libro de las pruebas (1989) o, más recientemente, Imposturas (2002), El mar (2005), Antigua luz (2012), obras por las que es considerado por no pocas voces autorizadas, entre ellas, la de George Steiner, como uno de los mejores escritores vivos en lengua inglesa. Pero no sabemos bien por qué, a Banville le surgió un rival o, quién sabe, un complementario: Benjamin Black.

 

 

 

Mientras el primero es un estilista, es decir, alguien que está continuamente traduciendo la realidad en palabras, y que sólo acepta una frase en tanto que se corresponde con el mundo o en cuanto lo alumbra, el segundo se parece más a un detective. Nada de ello nos es ajeno: todos tenemos algo de estilistas en tanto que alumbramos u oscurecemos el mundo por medio de las palabras que elegimos –o nos eligen–, al igual que todos tenemos algo de detectives, y no sólo cuando nos enamoramos o padecemos celos: casi en todo tiempo tratamos con más o menos suerte de averiguar quién es el culpable.

Benjamin Black nació al parecer de la admiración hacia las novelas detectivescas de escritores como Georges Simenon y Raymond Chandler, entre otros. Obras suyas son El secreto de Christine (2007), En busca de April (2011) o La rubia de ojos negros (2014), en la que, por invitación de los herederos de Raymond Chandler, resucita al detective Philip Marlowe. Tengo para mí que la obra del estilista es más perdurable que la del detective, pero ciertamente no son incompatibles. Entre uno y otro hay una obra que no es un libro de viaje y, todavía menos, una guía: Imágenes de Praga (2003) es más bien es una miscelánea bellísima, “una triste canción de amor a una amada que nunca podrá corresponder…”.

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Sin embargo, después de todo, no debe extrañarnos su curioso caso; lo raro es que un individuo no lleve consigo más voces. Banville, que no es menos una construcción que el otro, eso sí, más verosímil, ha tenido la suerte –buena o mala, eso tampoco lo sabemos– de no abortar ese otro yo gracias a la literatura, con la que sigue explorándose y explorándonos.

 

Sebastián Gámez Millán

 

 

Categories: Crítica Literaria