«La gruta y la luz», de Francisco Ruiz Noguera – Sebastián Gámez Millán

«La gruta y la luz», de Francisco Ruiz Noguera – Sebastián Gámez Millán

La gruta y la luz, de Francisco Ruiz Noguera

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Además de una célebre constelación de poetas, Generación del 27 es el nombre de un prestigioso premio de poesía, que en su XVI edición, con un jurado compuesto por Antonio Garrido Moraga, Luis García Montero, Jesús García Sánchez, María José Bernet, y presidido por Manuel Alcántara, recayó en el poemario La gruta y la luz, de Francisco Ruiz Noguera (Frigiliana, 1951), profesor de lingüística de la Universidad de Málaga, crítico literario y poeta merecedor de reconocidos premios, como el Ricardo Molina, Vicente Núñez, Antonio Machado o el Juan Ramón Jiménez.

Este título, La gruta y la luz, es una imagen que en cierto modo condensa la tensión irresoluble del lenguaje que, por un lado, alumbra eso que llamamos “realidad”; y, por otro, sepulta una parte de la misma. Borges decía que todo discurso se compone de una serie de omisiones y énfasis. La poesía de Ruiz Noguera se mueve en una difícil tensión, en un equilibrio entre el propósito de arrojar claridad, propio de la escritura y de las artes, y el de mantener las sombras de lo implícito, con el que reconoce el misterio insondable de fondo.

Quizá a ello apunte también el título del conjunto de poemas, y la cita introductoria de Roberto Juarroz: “Un misterio / cuyo mayor misterio sea su claridad”, acompañada de un memorable verso de Góngora que es uno de sus signos programáticos desde sus inicios: “A batallas de amor campo de pluma”, como si la escritura fuera una prolongación de lo vivido y lo sentido. No es fortuita esta referencia a Góngora, precursor de Mallarmé y los simbolistas, así como de Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, la Generación del 27… autores que se encuentran en la genealogía de FRN.

Dividida en cuatro partes: I. Interiores, II. La mirada del paseante (Para una galería de arte urbano), III. Celebraciones y IV: Nuevo límite, de la primera parte destacaría, junto a “Gruta”, poema con el que se abre el libro, y “Rogativa”, “Ceniza”, poema en el que palabra se eleva a símbolo abordando un tema recurrente en su poesía, la memoria de lo que fue sosteniendo el presente, y en el que mantiene un diálogo intertextual con distintos poetas, de Quevedo, pasando por Antonio Machado, a Valente:

“No arde la ceniza, pero guarda
la memoria del fuego,
el recuerdo dorado de la llama,
el claror de la luz,
y, así, es ceniza viva
lo que tengo en mis manos”.

La segunda parte, cuyo título posee resonancias de Baudelaire y, sobre todo, de Walter Benjamin, se compone de diecisiete poemas en prosa de carácter reflexivo que desembocan a menudo en epifonemas. Es recurrente el empleo de descripciones casi fenomenológicas guiadas por un lenguaje claro y preciso, con notables valores plásticos, que escruta cuanto rodea al sujeto poético. Estos valores plásticos convergen con numerosas referencias artísticas y, en particular, pictóricas: Giotto, Caravaggio, Goya, Seurat, Degas, Klimt, Matisse, Picasso, Duchamp, Malévich, Mondrian, Chagall, Magritte, Rothko, Pollock, Basquiat, los hermanos Chapman, Plensa…

Tanto en esta parte como en la anterior, concretamente en “Manteles en el campo” y “Noche”, se plantea una interesante dialéctica entre la Naturaleza y lo construido o, lo que equivale a lo mismo, entre naturaleza y cultura. Pero más allá de la oposición tradicional, FRN sugiere una suerte de síntesis en la que la cultura es una prolongación de la naturaleza que encauza, corrige, completa o sublima lo que esta no puede ofrecernos. Como señaló un filósofo con una formulación aparentemente paradójica, “somos artificiales por naturaleza”.

Precisamente la tercera parte se abre con “El otro grito”, que no se refiere a la icónica imagen de Munch, sino al excelso retrato de Inocencio X de Velázquez, transfigurado y transformado por Francis Bacon: “Arte de veladuras / para la epifanía de lo oculto”. Quizá esta sea una de las poéticas de FRN. Abundan las referencias de escritores –Genet, Wilde–, pensadores –Cicerón–, cinematográficas –Roma, ciudad abierta–. Tal vez el ejemplo más evidente de intertextualidad sea “Siete colinas para Roma”, donde siete voces –Du Bellay, Quevedo, Goethe, Stendhal, Leopardi, Pound y Alberti– nos informan desde su experiencia y visión del mundo de la Ciudad Eterna componiendo un fresco que oscila entre lo elegíaco y lo irónico.

Algunos críticos atribuirán estos elementos culturalistas a la promoción de los novísimos –Gimferrer, Carnero, Colinas, Panero, Luis Antonio de Villena…–, que se sirvió de esta estrategia retórica para enmascarar sus experiencias o bien para hablarnos de sí a través de los otros. No cuestiono algunas de estas influencias en FRN. Pero más allá de esta corriente, los elementos culturalistas y la ironía son un rasgo propio de la posmodernidad: la conciencia creciente de que somos herederos del pasado, y que otros trazaron los pasos que nosotros continuamos.

De la tercera parte destacaría “La belleza, los ángeles”, que es una meditación poética sobre la luz solar y luciferina de la belleza a partir del pintor y poeta Ginés Liébana: “La belleza es acción: / ráfaga que devasta, / lengua de fuego que, implacable, lame / los rincones de todos los sentidos”. El otro poema que resaltaría de esta tercera parte es “Ciudad de la memoria”, dedicado a Vicente Aleixandre en el XXX aniversario de su muerte, donde “el paraíso” es cambiado significativamente por “la memoria”.

Con numerosos recursos intertextuales y guiños cómplices (“mundo a solas”, “pasión de la tierra”, “historias de un corazón”, “y los labios se vuelven como espadas”…), se pregunta, retomando un tema afín al tratado en “Ceniza”: “¿Existe esa ciudad o es solo el sueño / que en la penumbra de tu mundo quieto / se afana en encontrar el puro sol?”. El paraíso no reside tanto en lo vivido como en lo recordado. Los paraísos solo son tales a condición de haberse perdido, como diría Proust. En estrofas como estas encontramos al FRN más deslumbrante, con un lenguaje elevado a símbolo, a la manera de Machado, JRJ o algunos integrantes del 27, y un carácter meditativo que desvela aspectos de la condición humana.

Como en otros poemarios suyos –Arquitectura efímera, Otros exilios– concluye con “Límites/3”, un metapoema en el que reflexiona sobre los caminos del lenguaje y de la poesía a través de un diálogo con uno de los filósofos más influyentes del pasado siglo, Wittgenstein: “La formas del decir: / el acecho continuo / de caminos diversos que se ofrecen / al borde de la pluma o el teclado. / ¿Y dónde está el camino verdadero?” Establece símiles entre formas de viajar y escribir. Compara la escritura con la vida, pues tanto en una como en la otra estamos continuamente ante el vértigo y la angustia de elegir.

Y después de citar una de esas frases con analogía tan del gusto del autor del Tractatus (“Tener el estilo correcto en la escritura significa poner el vagón justamente en los raíles”), se/nos pregunta: “pero, / ¿dónde están los raíles verdaderos?”. ¿Ha desaparecido la verdad de nuestro horizonte? Que la experiencia de la verdad sea plural no significa que nos haya abandonado. FRN sigue indagando y explorando caminos a través de los cuales conocerse y conocernos.

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Sebastián Gámez Millán

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Nota

Francisco Ruiz Noguera. La gruta y la luz. Visor Libros, Madrid, 2014. ISBN: 978-84-9895-865-2.

Categories: Crítica Literaria

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