La literatura que nos acompaña e ilumina – El gozo de nombrar: «Del azahar era el valle», de Aurora Gámez Enríquez – Sebastián Gámez Millán

La literatura que nos acompaña e ilumina – El gozo de nombrar: «Del azahar era el valle», de Aurora Gámez Enríquez – Sebastián Gámez Millán

El gozo de nombrar: Del azahar era el valle, de Aurora Gámez Enríquez

 

Del azahar era el valle – Edición bilingüe

 

 

Leyendo este poemario en esta nueva versión bilingüe –en inglés, además de en español– lo primero que llama mi atención es el gozo de nombrar que se percibe en cada una de las creaciones. Es como si la autora estuviera creando lo que le circunda a medida que lo nombra, y lo hiciera con gozo, gozo del que participamos nosotros, los lectores. Y que se deriva, si no me equivoco, del juego inocente a la vez que trascendental con las palabras. Válgame a modo de ilustración la tercera estrofa de “Diálogo de flores I”:

 

“Rosas

pensamientos

lirios de pasión

daturas del juicio

naranjos en flor”.

 

Nombrar no es una acción inocente: el mundo se nos revela habitualmente por medio de las palabras. Así el hecho de que elijamos unas palabras en lugar de otras para designar cuanto nos rodea no es algo ocioso ni caprichoso ni carente de consecuencias e importancia. Quizá la justicia empieza o acaba cuando nombramos de forma exacta lo que acontece. Pero resulta tan complicado que difícilmente alcanzaremos un acuerdo sobre ello.

 

 

 

Junto con este gozo de nombrar, destacaría la omisión deliberada de signos de puntuación y la ruptura gramatical, que puede contribuir a ensanchar los cauces expresivos de la lengua y descubrir espacios insospechados. El que fuera excelente director de la RAE, filólogo, profesor y ensayista, Fernando Lázaro Carreter, lo explicó con una certera imagen: “Los poetas juegan al ajedrez sin tablero”. Un caso paradigmático de este fenómeno es san Juan de la Cruz, uno de los más elevados místicos y poetas de nuestra lengua, en Cántico espiritual:

 

“Mi Amado, las montañas,

los valles solitarios nemorosos,

las ínsulas extrañas,

los ríos sonorosos (…)”

 

Pues bien, en Del azahar era el valle, de Aurora Gámez Enríquez, encontramos ejemplos de estas rupturas gramaticales que ensanchan la lengua, así como otros recursos estilísticos y retóricos entre los que destacaría la enumeración de metáforas, particularmente de metáforas preposicionales (“surtidos del viento”, “manantial de aromas”, “rincón del amor”, “rincón de pérdidas”…), hipérbaton (“Del azahar era el valle”), personificaciones y antítesis (“El Albaicín desfallece / en la Alameda / afluente de vida”) e intertextualidad, como en este verso: “me corona de risas, me colma de esperanza”, cuyo ritmo me trae a la memoria la cadencia de Nanas de la cebolla, de Miguel Hernández, popularizado por el cantautor Joan Manuel Serrat.

Los elementos neopopularistas, que Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez, maestros de la llamada Generación del 27, recuperaron de la tradición y recogieron estos poetas, en especial, Federico García Lorca y Rafael Alberti, también están bien presentes en Del azahar era el valle. Con ello, como ha subrayado el Catedrático de Lengua y Literatura, escritor, crítico Francisco Morales Lomas, brilla la música: “La  música ha sido siempre la esencia de la poesía”. Si se me permite añadir un matiz, música semántica, eso es la poesía. La música, además, posee una función mnemotécnica que nos acompaña, nos abriga y nos alienta en una época sin dioses.

La estructura del poemario es la siguiente: 1) espacios de la memoria; 2) personas; 3) Otros poemas de temática variada; 4) Diálogo de flores; 5) Coplillas a Coín. No pocos poemas provienen de algunos rincones y personas conocidas en este pueblo-ciudad de Málaga. Se diría con Rilke que “la verdadera patria es la infancia”, patria a la que siempre retornamos o de la que quizá nunca salimos. Como en todo arte, percibimos en Del azahar era el valle una voluntad de poder, una capacidad de “transformar lo que fue en un así lo quise yo” (Nietzsche), así como una voluntad de transformar en huella perdurable unas experiencias de la vida. Poetizar, ¿no es cantar, celebrar, afirmar?

 

Sebastián Gámez Millán

 

 

Categories: Crítica Literaria