“Lo que nos une es la lengua; lo que nos separa, una conciencia aguda de la literatura nacional” – Sebastián Gámez Millán entrevista a Juan Malpartida – II

“Lo que nos une es la lengua; lo que nos separa, una conciencia aguda de la literatura nacional” – Sebastián Gámez Millán entrevista a Juan Malpartida – II

“Lo que nos une es la lengua; lo que nos separa, una conciencia aguda de la literatura nacional” – Sebastián Gámez Millán entrevista a Juan Malpartida – II

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Juan Malpartida [en la Tour de Montaigne – Château de Montaigne, Saint-Michel-de-Montaigne, Dordogne, France]

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“Lo que nos une es la lengua; lo que nos separa, una conciencia aguda de la literatura nacional” – Sebastián Gámez Millán entrevista a Juan Malpartida – II

SGM: Durante estas más de tres décadas vinculado a Cuadernos Hispanoamericanos también ha gozado de tiempo para leer y escribir casi una veintena de obras de diversos géneros (poesía, artículos, ensayos, diarios, novelas… incluso algunos libros que fusionan unos géneros con otros): ¿qué busca en cada uno de ellos? ¿En qué géneros se siente más libre?

JM: He buscado en mis libros expresarme, y también hacerme, constituir mi vida, lo supiera o no esto último. Con la poesía –que a veces está presente, creo, en mis prosas narrativas, no porque sean líricas sino por mi relación con el lenguaje–, con la poesía siempre he sido más biográfico, testimonial. Pero la verdad es que mis novelas, cuatro en total, tienen un sesgo biográfico, aunque muchas veces lo biográfico está sometido a la invención. La verdad es que la vida de cualquiera a veces hay que inventarla para que sea más real, para que sea más lo que ha sido. Es una paradoja, pero sospecho que responde a una realidad. He escrito mucha crítica y algunos ensayos. La crítica, en revistas y periódicos, responde, además de la necesidad de ganarme la vida (en Cuadernos siempre tuve un sueldo escaso) a la urgencia del diálogo, de dar noticia de esta o aquella obra. Creo que siempre he tratado de tener muy presente tres aspectos: la obra, el lector posible de la crítica, y a mí como mediador. La honradez de la crítica de libros creo que reside en no olvidar que estás tratando de mostrar un libro y que lo estás haciendo para un posible lector. Hay una servidumbre que no hay que olvidar. El crítico se debe tanto a la obra que comenta como a sí mismo. Por lo demás, Sebastián, he tratado y trato con los ensayos –sea el de Antonio Machado, Octavio Paz o Montaigne, por referirme solo a los tres libros que he publicado en los últimos tres años, además de que son autores a los que venero– de agradecer lo que han hecho. Pero lo hago esforzándome en pensar sus obras y a veces en recrear experiencias personales vinculadas a sus lecturas. Por último, en qué género me siento más libre… Mira, en Mi vecino Montaigne me he sentido muy libre, y de hecho incluso desvergonzadamente libre. Claro que es una libertad que no lo quiere ni lo puede todo. De lo contrario no habría obra. Pero tal vez sea porque he llegado a una edad en que, tras varias tentativas, me he podido permitir ese desafío, sin duda grato.

SGM: En 2018 le dedicó un estudio a uno de nuestros grandes poetas meditativos, Antonio Machado: vida y pensamiento de un poeta. ¿Puede aclararnos en qué consiste “la esencial heterogeneidad del ser”? ¿Qué ideas del pensamiento de Antonio Machado piensa que sería conveniente que rescatáramos para el presente?

SGM: La idea y percepción de que el ser es heterogéneo significa que todo lo que es está afectado o constituido por la alteridad, por algo que siendo interno a su naturaleza también lo está fuera y necesita de ese afuera para ser. Hay, en términos de Antonio Machado, un padecimiento, él lo veía así porque lo sufría como una ausencia. El ser padece la otredad, y por lo tanto está o debería estar (esta sería la dimensión ética del asunto) empeñado en su búsqueda y reconocimiento. Machado trató de responder al terrible solipsismo del idealismo alemán tras la gran meditación de los límites del conocimiento de Kant. No existe el yo absoluto, y todo desplazamiento hacia el yo, si es correcto, tiene que observar que la naturaleza del yo es exterior a sí misma, o dicho de otro modo: el yo solo puede serlo por sus contenidos, que forman parte del mundo, de los otros y de lo otro. Machado en muchos de sus poemas y sobre todo en ese libro mayor que es Juan de Mairena, trató de responder a la soledad del hombre, acentuada por filosofías, políticas y rutinas exaltadoras de la individualidad. No significa que negara la unidad irreducible de la persona sino que trató de otorgarle su inagotable mundo, que es siempre otro. No lo otro ajeno, sino lo otro entrañable. Por otro lado, esa otredad no se nos da completamente desde la abstracción, desde la filosofía, sino desde el afecto, desde el amor, esa palabra tan manoseada. Solo la cordialidad, el amor, nos permite un conocimiento íntegro. Machado fue un poeta lúcido y auténtico, y el personaje Juan de Mairena creo que es el más inteligente de la literatura española.

SGM: De todos los escritores, creo que al que más me recuerda la escritura de Juan Malpartida es a la de Octavio Paz (el ritmo, la geometría, la claridad, la reflexividad, la filosofía…), sin duda un maestro de la poesía y el pensamiento hispanoamericano, con quien tuvo la suerte de mantener una amistad y a quien le dedicó la monografía «Octavio Paz: un camino de convergencias» (2020). En la época de las redes sociales, cuando tantas personas buscan en las noticias su sesgo de confirmación y se incrementa el individualismo y el narcisismo hasta límites inimaginables, ¿cómo pensar la otredad? ¿Qué aspectos de su obra y de su pensamiento considera que no deberíamos perder de vista?

JM: Bueno, muchas gracias. Creo que con los años lo que fue una suerte de imitación inicial –a veces descaradamente– se fue resolviendo en un estilo que tal vez tenga algo de propio, en la medida en que puede serlo, que implica algo más que la estructura sintáctica de la frase. La obra de Paz, como poeta y pensador, con las vertientes de crítico literario y político, es muy amplia. Sin duda está la obra del poeta. Creo que hay que releer Águila o sol, Libertad bajo palabra, El mono gramático y Pasado en claro, así como muchos poemas de su último libro, Árbol adentro. Ahí se encuentra un poeta memorable, inmenso, profundo, uno de los mayores que se han dado en el siglo XX. Releer hoy buena parte de El arco y la lira, Los hijos del limo, Conjunciones y disyunciones, Levi-Strauss o el festín de Esopo, Sor Juana Inés de la cruz o Las trampas de la fe, Cuadrivio o La llama doble es asistir a un ejemplo de lucidez y cultura extraordinarias. ¿Qué encontramos en ellos que sea ejemplar para nosotros hoy? Habría que escribir un pequeño libro para responderte, pero me arriesgaré a decirlo en pocas palabras. Creo que esas obras nos enseñan a pensar, a mirar, a oír, a caminar, a amar, a conversar con nosotros y con los otros. Nos muestran aspectos centrales del pensamiento, también del saber, en el sentido que lo tenía en los estoicos y epicúreos. Siendo ensayos, son las obras de un poeta, de alguien tocado por el amor a las presencias, sin ceder a jergas y pedanterías. Paz, filósofo y crítico literario, no estuvo enamorado de las ideas sino de las relaciones y los hechos, de los procesos y de la vida, del misterio abordable o contemplable de este mundo.

SGM: En «Los días del tiempo» (2014), el espléndido y esclarecedor epílogo de «Huellas» (Poesía 1990-2012), aborda su relación con la poesía, defendiendo una concepción que entronca con la poesía como conocimiento, en la estela de Octavio Paz y José Ángel Valente. Ya lo había hecho más escuetamente en 1994, en sus diarios, «Al vuelo de la página» (1990-2000): “La poesía no puede ser un mero ejercicio literario: tiene que constituirse en un saber”. En la actualidad, no son muchos los poetas que defienden esta concepción: recuerdo ahora a Antonio Gamoneda, Pere Gimferrer o Chantal Maillard. ¿Qué nos puede decir hoy a propósito de este asunto?

JM: Sigo pensando lo mismo. Yo no diría que defiendo del todo la poesía como conocimiento, porque esto supone el conocimiento de algo, y en ese sentido pudiera parecer que el poema es un medio para alcanzar un fin: el conocimiento. Creo más bien que el poema puede o tal vez debería ser el conocimiento, es decir, la experiencia. Admiro a los tres poetas que mencionas, los conozco a los tres personalmente, y sobre Valente (con quien tuve una corta y desigual relación, pero eso ya no importa) escribí algunos textos. Fue un gran poeta y tiene algunas prosas magníficas, casi todas poéticas. Su libro póstumo, en prosa, Palace de Justice, me parece extraordinario. Pero yo creo que la poesía es una propuesta de realidad, más que de conocimiento. Añadiría que de ser conocimiento es un conocimiento carnal, una experiencia. Pero amo la lucidez, el saber que deviene de la poesía, del poema ya hecho, y prefiero a los poetas que viven y escriben asistidos por vasos comunicantes. Detesto un poco –es una forma de hablar– a los que van por el mundo como poetas, pero tampoco me siento cerca de los que viven el poema como producto de un esfuerzo concreto, de un momento, del cual se desvinculan. Para mí la poesía, que se de en prosa, en un poema, en la música o la pintura, es una forma de ver, pensar, tocar y saber de la vida y de, como diría Borges, este inconcebible universo.

SGM: Su libro más reciente, a caballo entre el ensayo y la novela, es «Mi vecino Montaigne» (2021), en el que incluso dialoga con eminentes científicos y divulgadores. ¿Qué podemos aprender de los «Ensayos» de Montaigne? ¿Qué necesita el tiempo que vivimos de su pensamiento?

JM: Ah, Montaigne es un gran maestro, siempre que estemos dispuestos a serlos nosotros, porque una de las cosas que nos enseña su obra es a conocernos a nosotros mismos, para lo cual no nos basta la introspección, sino la invención a través de nuestra acción reflexiva y creativa: para descubrirnos debemos inventarnos, en el sentido de atrevernos a pensar y crear. Montaigne decía que era más importante conocerse a sí mismo (y eso en él significaba pensar por sí mismo) que conocer al dedillo a Séneca. A los que no lo han leído, o apenas lo han hecho, yo aconsejaría comenzar por el tercer libro, ahí está el Montaigne más suelto y directo, dueño de su mejor prosa tal vez, que es una prosa apoyada en el habla. Ciertamente hay muchísimas páginas en los dos libros anteriores insoslayables, como la extensa “Apología a Raimundo Sabunde”, del segundo libro, pero ya te digo, en el último está todo Montaigne. Este maravilloso filósofo lo pensó todo, y sorprende que aún no cuente en un lugar mayor en las historias de la filosofía. No está en la de Bertrand Russell, lo cual es penoso, a pesar de los buenos momentos de esa obra del filósofo inglés. Yo creo que en Montaigne hoy podemos aprender cualquier cosa, de verdad; pero sobre todo una: una firme postura ante los dogmatismos. Y esto otro, una feliz alianza entre cuerpo y alma. Creo que ha sido uno de los pensadores más divertidos, ocurrentes e imaginativos que han existido. Además del más amable, en los dos sentidos del término. Desde lo que lo leí, es mi vecino, y a veces me imagino que soy un poco uno de los suyos.

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Sebastián Gámez Millán entrevista a Juan Malpartida

Categories: Crítica Literaria

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