“Los lunes se dan clases de tango”: nada es lo que parece en la obra teatral de Antonio Arbeloa – Una reseña de José Antonio Olmedo López-Amor

“Los lunes se dan clases de tango”: nada es lo que parece en la obra teatral de Antonio Arbeloa – Una reseña de José Antonio Olmedo López-Amor

Los lunes se dan clases de tango: nada es lo que parece en la obra teatral de Antonio Arbeloa

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Los lunes se dan clases de tango: nada es lo que parece en la obra teatral de Antonio Arbeloa

El oscuro y destartalado sótano de un cabaret de mala muerte es el escenario perfecto para que aflore la verdad. «La verdad os hará libres»: aprendimos de las Escrituras. Y es que no se precisa más, es suficiente el espacio de la tramoya, el silencio de la noche, una conversación entre dos personas «la verdad surge entre dos» (Nietzsche). Así es el —aparentemente— sencillo planteamiento inicial de Los lunes se dan clases de tango (La Pajarita Roja Editores, 2020), la cuarta obra teatral que Antonio Arbeloa (Melilla, 1964) publica en formato libro y añade a su ya extensa bibliografía como cuentista, ensayista, poeta y novelista. Aunque, tratándose de un dramaturgo y actor tan experimentado, haríamos bien en no conformarnos con la primera interpretación que hacemos sobre lo que vamos encontrando.

Cuatro obras de teatro publicadas y la dilatada experiencia como dramaturgo sobre los escenarios de Antonio Arbeloa, hacen que ya podamos definir como arbeloismo a una forma intimista, dialogísitica y emotiva de crear y comprender el arte escénico. Desde su título (con todo lo impersonal de un eslogan publicitario) hasta las imágenes de cubierta (blanco y negro) y contracubierta (color), en las que podemos ver a dos hombres (uno de ellos travestido) posando de manera amistosa, captamos una vocación de comedia que encierra en sí misma cierta ambigüedad. Y es que, como buena farsa, nada es lo que parece en esta historia de suspense y confesiones.

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Antonio Arbeloa García

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Si hacemos caso a la definición de thriller teatral que podemos encontrar en los manuales, Los lunes se dan clases de tango lo es, puesto que presenta una trama en la que vamos descubriendo cosas extrañas, existe una tensión y un misterio crecientes que desembocan en algo trágico; sin embargo, esta obra deja de parecer una comedia tan solo unas pocas páginas antes de llegar al final. Arbeloa crea una comedia dramática y juega hábilmente con los ingredientes del thriller psicológico para hablarnos —entre otras cosas— acerca de la ingente cantidad de información personal que volcamos en los demás, y no solo eso, también, de la importancia y peligrosidad que ello entraña.

Como toda buena obra, reducir a un solo tema la tesis de su argumento es imposible, ya que del enfrentamiento dialéctico entre Vicente y Antonio inferimos otros temas, como: la noción de fracaso que maneja un individuo medio de cincuenta años, la renuncia a nuestros sueños por imposición familiar, los celos, la traición, los efectos de la violencia o la venganza. Los lunes se dan clases de tango nos cuenta cómo funciona el mundo, un mundo actual, poblado por personas frustradas que mienten si es necesario para conseguir deleitarse con esos pequeños placeres que otorgan algo de valor a sus imperfectas vidas.

Antonio Arbeloa escribió esta obra para ser interpretada por él mismo y el actor Vicente Rodrigo, a quien está dedicada. De igual manera se denominan sus personajes, lo que pone el foco de atención en su posible calado biográfico, pero llama la atención el hecho de que cada papel ha sido atribuido con sus nombres intercambiados, es decir: Antonio interpreta a Vicente y Vicente interpreta a Antonio. Los personajes son avatares representativos de una singular conciencia que es absorbida e inducida por un entorno que la estandariza. ¿Podríamos interpretar este cambio de nombres en los roles como una crítica al determinismo del lenguaje?, o quizás interpretemos una apología de la otredad, la desacralización del yo o un ejercicio de condenación, de velada redención: pues Arbeloa, tal como iremos descubriendo al ritmo de la lectura, reserva para sí el papel de mártir.

Con relación al posible carácter biográfico de la obra, Carlos Tosca, su editor, quien inaugura con ella la colección de Teatro del sello castellonense La Pajarita Roja Ediciones, deja muy claro en su prólogo que lo tiene. Como amigo del dramaturgo, reconoce durante su exposición que algunas vivencias de Vicente proceden en verdad del pasado real de Arbeloa, experiencias que no siempre son las más dulces, y por ello, Tosca valora positivamente esa valentía de exponerse ante el lectoespectador con la verdad por delante.

Por su parte, Juan Luis Bedins, escritor y presidente de la Asociación Valenciana de Escritores y Críticos Literarios (CLAVE), subraya en su prólogo el ágil ritmo de unos diálogos que —para él— construyen una ficción metateatral. El diálogo que Arbeloa propone al lector lo incluye en la narración, le hace partícipe de cosas que incluso alguno de los personajes desconocen. Aunque en ningún momento se trate de derribar la cuarta pared, es vigente un tácito pacto de ficción entre el lector y el autor que el lector asume como exigencia realista, pues su grado de extrañamiento va aumentando gradualmente y la historia no pierde un ápice de verosimilitud.

Algo tan polisémico como un ramo de jacintos es lo que trae Antonio para obserquiar a Vicente por —a su juicio— su lamentable actuación. Vicente, vestido de mujer, comienza la obra sobre el escenario a ritmo de “Francisco alegre”. Tras su estrambótica actuación, se dirige a su camerino y allí encuentra de manera sorpresiva a Antonio, quien le obsequia con los jacintos y le confiesa haber asistido a todas y cada una de sus treinta representaciones. En la mitología griega, Jacinto es un ser semidivino de belleza extraordinaria que provocó una disputa entre los dioses Céfiro y Apolo, quienes pretendían para sí solos su afecto, este enfrentamiento terminó con la muerte del efebo, y de su sangre emergió la fragante flor que lleva su nombre. Hay quien piensa que el jacinto representa la alegría de las personas, su capacidad de sacrificio y sus valores. Por tanto, estamos ante un símbolo poliédrico al que podemos asignar diversas significaciones.

Tras ser casi interrogado por Antonio, Vicente confiesa sentirse un actor frustrado, alguien que fue obligado a escoger una carrera para la que no tenía vocación, solo para contentar el afán pragmático y protector de sus padres. Antonio demuestra saber mucha información sobre Vicente, datos que a Vicente le parece imposible que alguien pueda tener. De esta forma, por la presión de Antonio vamos conociendo que Vicente abusa del alcohol, que mantiene una relación sexual con Cora, una vieja amiga de la que, casualidades del destino, Antonio se confiesa también amante. Lunes y viernes, Vicente se cita con Cora, pero los miércoles, Vicente está tan ocupado que es Antonio quien se cita con ella. Vicente queda muy asombrado al conocer este hecho, sobre todo, porque Cora dice tener un marido. Pero que Antonio conoza a Cora justifica a Vicente que este disponga de tantos datos íntimos sobre él. Ambos se enzarzan en una conversación que a cada momento parece expandirse y volverse más y más extraña.

La vehemencia de Antonio y sus continuas pero dosificadas revelaciones van construyendo una atmósfera en la que cualquier cosa es posible. Vicente conoce de su boca que va a quedarse sin trabajo, Antonio dice pertenecer a una poderosa organización (lo que recuerda a la serie Los favoritos de Midas o la película The game) que ha sobornado al dueño del local para que se deshaga de él. Dicha organización ha dejado sin casa a Vicente, no tiene a dónde ir, o eso cree, y a cambio, Antonio le promete una vida feliz y mejor en otra parte, le brinda la posibilidad de cumplir su sueño de ser un actor de verdad, algo que le cuesta mucho creer a un desconcertado Vicente. En un descuido de Vicente, Antonio saca una pistola de su bolsillo pero la vuelve a guardar. Antonio invita a Vicente a ensayar la obra Romeo y Julieta, ya que esta será la primera obra que interpretará en su nueva vida, y ambos comienzan a pronunciar sus diálogos, se forma algo enrarecido en el ambiente y ni el humor que se desprende de algunas escenas consigue dispersar una gravedad que parece condensarse por momentos.

La tesitura que se va formando llega a cotas tan surrealistas que, como lectores, pensamos que algo extraordinario va a ocurrir al estilo del realismo mágico de Mihura, que alguno de los personajes no es real, o que en algún momento se va a romper el pacto de ficción. Pero nada de eso. Arbeloa sostiene con maestría la intriga de una trama en la que el duelo interpretativo exige hasta el final lo mejor de sus actores. ¿Quién es realmente Antonio? Porque todo apunta a que no es quien dice ser. Durante los dos actos en los que se escinde la representación y con el mínimo atrezo en Los lunes se dan clases de tango asistimos a una historia cotidiana narrada en tiempo real y en un mismo decorado, la diégesis temporal y real se sincronizan para mostrar la verdad de unos personajes conmocionados y marcados por su situación personal. Las revelaciones de Vicente sobre su padre o sobre sus recuerdos sobre el terrorismo cuando era estudiante de Derecho, componen una realidad extralingüística que trasluce un mundo violento e incomprensivo, una sociedad en la que un soñador como él no puede ser más que un fracasado.

Hace ya medio siglo de la adaptación cinematográfica de La huella, obra teatral de Anthony Shaffer que fue interpretada en el celuloide por Laurence Olivier y Michael Caine. Los lunes se dan clases de tango tiene muchas similitudes con esta obra de suspense. Arbeloa es el ingenuo Milo Tindle (Caine), de modesta o baja condición social, y Rodrigo es Andrew Wyke (Olivier), quien representa a una clase social más elevada y parece tener en común con su personaje homónimo cierta fascinación por los acertijos. En ambas historias, el clasismo —como código del funcionamiento de la sociedad— parece situarse al fondo de su historia principal: el amor por una misma mujer. La inefable pero omnipresente Cora es uno de los personajes más importantes que no figura en el dramatis personae. A partir de ahí, todo será diálogo y descubrimiento, una prospección del pasado y el mundo interior de Vicente, quien por las palabras de su interlocutor, se encuentra al borde del abismo, a un paso de perderlo todo para comenzar una nueva vida.

La trama está servida. La obra comienza y termina con sendas didascalias en las que se apunta que suena el inicio de la obertura Fantasía de Tchaikovsky, el motivo sonoro por excelencia utilizado para representar el drama de Romeo y Julieta. Nada está de más en esta historia de desencuentros e intertextualidades, una obra que, tal como anuncia su autor a través de las redes sociales, cuando acaben todos los problemas con los que la pandemia trastorna nuestro día a día, se llevará a los escenarios y completará su ciclo al ser verbalizada y gestualizada, al ser procesada y compartida por espectadores que harán suyas las preocupaciones de Vicente y Antonio, dos personajes que —a pesar de todo— nos cuentan más sobre nosotros, que sobre ellos.

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José Antonio Olmedo López-Amor

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Nota

Antonio Arbeloa. Los lunes se dan clases de tango. La Pajarita Roja Editores, 2020. ISBN: 978-84-122845-5-3.

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