Patrimonio y conflicto: El «Valle de los Caídos» – Fabio Vélez Bertomeu

Patrimonio y conflicto: El «Valle de los Caídos» – Fabio Vélez Bertomeu

Patrimonio y conflicto: 

El Valle de los Caídos [1]

 

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Ni los muertos estarán a salvo ante el enemigo si

este vence. Y el enemigo no ha dejado de vencer

W. Benjamin

 

 

El popularmente conocido como el Valle de los Caídos –un conjunto monumental situado en el municipio de San Lorenzo de El Escorial, en los límites de la Comunidad de Madrid– puede que revista más significados y matices de los que aparentemente presenta. Todo dependerá de cómo se mire, y de cuánto se esté dispuesto a profundizar en la historia de este complejo.

 

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Una primera mirada, debidamente acompañada de unos conocimientos mínimos de historia de España, arroja lo evidente; lo evidente –añadiría yo– por superficial. En efecto, el Valle de los Caídos es un monumento concebido por Franco al término de la Guerra civil (1939-41) para i) conmemorar la victoria del “bando nacional” y para ii) rendir honores a sus caídos en la contienda. Es importante, a este respecto, no desdeñar el hecho de que este complejo ponga igualmente de manifiesto el indisoluble vínculo del franquismo con la Iglesia católica. No sorprende en absoluto, teniendo lo anterior presente, la retórica movilizada en el decreto de su concepción. Una visita nos permitiría toparnos con expresiones como estas: “la gloriosa cruzada”, para referirse a la guerra con resonancias medievales, o la campanuda alusión a sus bajas como aquellos mártires que “cayeron por Dios y por la patria”. Lo que debe quedar claro, en cualquier caso, es que nos hallamos frente a un monumento político y religioso. Y, por añadidura, tal vez el más emblemático del franquismo.

Aunque el monumento tardó 18 años en terminarse e inaugurarse (1959), no está de más señalar que, a finales de los 50, fue posible advertir un intento, impulsado desde el propio seno del franquismo, para resignificar el relato original. Así, por ejemplo, Camilo Alonso Vega, a la sazón Ministro de la Gobernación, firmaba un decreto en el año 1958 para incorporar a la basílica, bajo pretexto piadoso, cuerpos pertenecientes a las fosas republicanas –ya entonces, como hoy, abandonadas y olvidadas. Se apelaba para ello, como era de prever, al espíritu de la reconciliación y al perdón cristiano, virtudes connaturales, según se hacía sobreentender, a la nación española y a todos sus integrantes. A pesar de lo anterior, y como se constataría de inmediato, el perdón no sería el señalado, pues aviesamente un exclusivo derecho de admisión se las ingeniaba para obstaculizar la concesión de tan distinguida dádiva: “[puntualizaba el edicto] sin distinción del campo en el que combatieran, según impone el espíritu cristiano de perdón que inspiró su creación, siempre que, unos y otros, fueran de nacionalidad española y de religión católica (cursiva mía)”.

Sobra decir que las condiciones del decreto, en su exclusión, complicaban de iure las posibilidades para una reconciliación representativa de las “dos Españas”, aunque no es menos cierto que, al menos en la retórica, era posible evidenciar un cambio en el mensaje tardo-franquista. Así y todo, pese a los intentos del régimen, lo cierto es que el Valle de los Caídos sigue representando, todavía hoy para la gran mayoría, un monumento franquista.

Por si esto no fuera suficiente, que la muerte de Franco coincidiera con el fin del franquismo y que, solo tras la misma, se dieran en España las condiciones para una realidad constitucional, contribuyó probablemente a estigmatizar todavía más el conjunto. Tampoco calmó las aguas ni facilitó las cosas el hecho de que se decidiera enterrar allí al dictador (1975) o que, al amparo de una excepcionalidad legal, se aprovechase para aprobar con nocturnidad y alevosía las ignominiosas Leyes de amnistía (1976 y 1977), y se gestase la llamada Transición, que alumbraría poco después una Constitución (1978) [2].

No solo. Es muy probable, echando la vista atrás, que la condescendencia y la apatía que, en mayor o menor grado, han demostrado todos los partidos políticos democráticos en lo relativo al destino de este monumento, sea prueba de que la Transición, aunque sin duda eficaz y beneficiosa por décadas, transigió en exceso y, por lo tanto, amerite alguna suerte de actualización en nuestros días [3]. Es más, me atrevería a aventurar que la tramitación de Ley de Memoria Histórica (2007), así como el consecuente debate que ha generado el porvenir del Valle de los Caídos, está directamente relacionado con el malestar de una sociedad y unas generaciones que encuentran “en parte” agotado el proyecto transicional del 78 [4]. No sería un dislate presumir que la incursión de este debate en la agenda política y pública tenga que ver precisamente con un ajuste de cuentas que la Transición habría sobreseído, pero que ya no admitiría ser postergado durante mucho más tiempo. Así queda recogido de hecho, aunque de manera muy timorata, en los artículos 15, 16 y 17 de la Ley de Memoria Histórica (Ley 52/2007). Aunque la citada ley es del 2007, y aunque se encargó un informe a una comisión de expertos para su implementación (2011), es de sobra sabido que tanto la ley como el proyecto se encuentran paralizados, tanto a nivel político como a nivel presupuestario.

Y es que un Partido Socialista Obrero Español, impulsor de una Ley de Memoria Histórica tibia y deslavada (“nacida muerta”, en palabras de Bartolomé Clavero [5]), junto a un Partido Popular reacio a saldar cuentas con el pasado e incómodo ante cualquier iniciativa que implique resucitar sus fantasmas franquistas, no parece que puedan encabezar un cambio de rumbo en este sentido. Tengo para mí, sin embargo, que el manto de la “mala conciencia” en uno y otro partido, aunque no de igual manera, han tenido algo que ver al respecto. Curioso me parece en todo caso que ambos, aunque desde distintos ángulos e intenciones, se muestren misteriosamente coincidentes en lo relativo a una “reconciliación”.

Varios historiadores, expertos en la Guerra Civil, han tomado posturas contrarias en este sentido. Así, por ejemplo, Santos Julià ha destacado la imposibilidad de resignificar el conjunto monumental y, en virtud de lo cual, el fracaso inexorable de toda tentativa reconciliadora; a su ver, el mejor destino que podría tributársele a este monumento es abandonarlo a su suerte y no invertir un céntimo más en él [6]. Julián Casanova, por su parte, aun compartiendo las premisas Julià, esto es, su indeleble significación en tanto que monumento de los vencedores, apuesta empero por una fuerte intervención en el conjunto que permita, no reconciliar, pero sí explicar su historia. Ricard Vinyes, a su vez (un tercer y último testimonio), parece distanciarse de sus colegas e ir un paso más allá. En sus propias palabras: “Lo que tenemos que hacer es volar el Valle de los Caídos como metáfora. Darle totalmente la vuelta. No basta con poner carteles encima de cada piedra explicando lo que son”[7].

Pues bien, aunque Vinyes no concrete más su iniciativa, me la voy a apropiar para la presente.

 

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Creo que el Valle de los Caídos, oportunamente intervenido y resignificado, podría encarnar lo que la conservadora y experta en patrimonio, Gabi Dolff-Bonekämper, ha denominado, inspirándose en Alois Riegl, el “valor de conflicto” [8].

En muy estrecha cercanía con la “historia cultural” y con el “materialismo dialéctico” de Walter Benjamin (aunque no lo cite expresamente [9]), e influida por el concepto de “lugar de memoria” de Pierre Nora [10], Dolff-Bonekämper nos recuerda que ningún monumento en la historia ha sido construido al margen del conflicto. Solo así se entiende, prosigue la autora,

que resten siempre [en los monumentos] antagonismos sociales, políticos o territoriales por descubrir que han determinado los designios, el concepto, la realización y la recepción de los edificios, desde su origen hasta nuestros días. Ahora bien, estos antagonismos nunca desaparecerán del todo. De modo que la investigación debe reconstruirlos con vistas a comprender y explicar las obras. La patrimonialización puede despertarlas y actualizarlas o transformarlas por medio de la demanda social [11].

Tal vez, podríamos parafrasear lo anterior diciendo que un “lugar de conflicto”, a diferencia de un lugar de memoria y consenso, tendría que albergar en su seno una negatividad irreductible que permitiera, entre otras, resistir a las más que presumibles apropiaciones políticas y, por ende, permanecer abierto a herencias y porvenires.

Así mismo, esta idea de un lugar de conflicto y memoria, según creo, puede encontrar acomodo en las reformulaciones sobre lo político que ha elaborado la filósofa y politóloga Chantal Mouffe. Frente a una democracia liberal oportunamente engrasada por el consenso racional (Rawls, Habermas…), Mouffe ha tratado de hacer compatible el espacio democrático con un genuino pluralismo y una nueva tolerancia [12]. Un nuevo espacio, en suma, que no excluya sino que afirme el conflicto y que, en consecuencia, no desestime apresurada y ufanamente las posturas más divergentes por irracionales. En resumidas cuentas, la habilitación de un espacio político no de enemigos, sino de adversarios. Y, no en vano, no reconocer al otro como legítimo adversario fue una de las causas que motivaron el levantamiento y la posterior guerra civil.

Pues bien, la historia de la recepción del Valle de los Caídos, me parece, es un claro ejemplo de lugar de conflicto que ha ido actualizándose en razón de las distintas demandas sociales.

 

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Una visión más profunda de este complejo –es decir, no fetichista [13]– nos permitiría alumbrar un envés por lo general desatendido. Creo que el aflorar esta realidad poco conocida podría sentar las bases para acondicionar, no un monumento de reconciliación, pero sí un monumento de discordia y conflicto. Un monumento, en efecto, donde ahora todas las partes pudieran sentirse de alguna manera representadas aunque, está de más decirlo, no todas de igual manera. Pues, y citando las palabras del Informe de expertos, “aunque no todos son víctimas, las hay de las dos partes” [14].

Soy de la opinión de que el Valle de los Caídos, además de ser un monumento de innegable ensalzamiento del franquismo, entraña un trauma del que nunca va a poder desembarazarse. Ahora bien, destaco este aspecto no porque el Valle de los Caídos rinda tributo a una sola memoria, y excluya, por ende, a la otra. No. Aunque el Valle de los Caídos simboliza paradigmáticamente el franquismo, no deja de ser igual de cierto que simboliza también, muy a su pesar, la “burocracia de la muerte” que acompañó a su régimen durante décadas [15]. Cuando uno se asoma a los hallazgos de los historiadores más recientes, y deja atrás el relato oficial franquista [16], observa atónito que el Valle de los Caídos materializó efectivamente, y sin parangón, una siniestra gestión de la muerte (vulgarmente conocida por las fosas comunes diseminadas por las cunetas de toda España).

Aunque las cifras oficiales, tomando en consideración los registros que los benedictinos realizaron durante la construcción del conjunto, hablan de unos 22.000 cuerpos de ambos bandos. Estudios más exhaustivos, abrevando de otros archivos, ya manejan cifras que van desde los 30.000 hasta los 60.000. Lo más sangrante del asunto es que todo parece indicar que muchos de los restos republicanos fueron exhumados sin identificar y, consiguientemente, sin el correspondiente consentimiento de las familias. Y lo que es peor, todo ello bajo el honorable propósito de abonar en aras de una paz general. Y el abonamiento, aquí, no solo fue figura retórica. Estos restos y cuerpos, lejos de haber sido depositados diligentemente en los nichos y los columbarios habilitados, fungieron a la postre como argamasa para rellenar el resto de cavidades. Y es que, según todo parece indicar, la fecha de entrega apremiaba y el dinero y el escrúpulo escaseaban. De ahí que el Valle de los Caídos ostente la nada gloriosa mención de ser la “fosa común” más grande en España. Para más inri, los expertos han dictaminado que esta inhumación sin orden ni concierto (y profana, en término religiosos), junto con las filtraciones en el edificio y el estrés térmico, han hecho que este gran osario se funda en un todo con la estructura del edificio.

Pues bien, cuando el horror parecía haber alcanzado límites irrebasables, un nuevo elemento de barbarie vuelve a clamar sobre la escena. A lo anterior, cabría sumar que la mano de obra utilizada para la construcción de este complejo faraónico [17] provino en muy buena medida de los presos políticos. Bajo un mendaz programa de rendición de penas por trabajo, el régimen disfrazaba un programa de trabajos forzados, muy cercano por cierto a los de un campo de concentración. El maltrato, pues, no discriminaba entre vivos y muertos.

Todos estos datos, diría alguno, no hacen más que empeorar la propuesta inicial.

 

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Mi pregunta es: ¿Lo empeoran? Y cuando me pregunto si lo empeoran, obviamente, lo estoy contemplando desde el futuro y las posibilidades del conjunto monumental.

A mi ver, todo este horror expuesto, al contrario de lo que sucede cuando uno se queda con la visión superficial y parcial del complejo monumental, abre la posibilidad a resignificar el Valle de los Caídos y a construir, eso sí, no un monumento de reconciliación, pero sí un monumento de conflicto.

De esta manera, aunque el Valle de los Caídos simboliza el franquismo, simboliza también, irreductiblemente, sus horrores. Un Valle de los Caídos, solo con Franco y los caídos del bando nacional, imposibilitaría a mi ver cualquier resignificación, y mucho menos reconciliación alguna. Sin embargo este, el efectivamente acontecido, portando en su seno la cara oculta y atroz de las prácticas franquistas, despejaría oportunidades en principio insospechadas. Y es que su intrahistoria lo delata, porque lo conforma y lo constituye materialmente. Y la imagen de ese osario fundido a la estructura es una buena, aunque triste, metáfora de lo anterior.

 

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Fabio Vélez Bertomeu

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Notas

[1] FA – UNAM

[2] Puede consultarse, al respecto, Bartolomé Clavero, España, 1978. La amnesia constituyente, Marcial Pons, Madrid, 2014.

[3] Bastaría comparar el número de ocasiones en las que se ha modificado la constitución mexicana y la española. Aunque la modificación permanente, con efectos gatopardistas, tampoco parece que de por sí resuelva nada.

[4] Por si alguien duda de los motivos, puede visitarse de Gregorio Morán, El precio de la Transición, Akal, Madrid, 2015.

[5] Véase de Bartolomé Clavero, El árbol y la raíz, Crítica, Barcelona, 2013.

[6] Santos Julià, “Una imposible resignificación”, El País (11/12/2011). Las estimaciones de los expertos hablan de, al menos, 13 millones de euros (aprox. 300 millones de pesos) para su puesta al día en términos de restauración patrimonial.

[7] Natalia Junquera, “En busca de un Valle para todos los Caídos”, El País (8/6/2011).

[8] El trabajo de Alois Riegl es el ya clásico El culto moderno a los monumentos, trad. A. Pérez, La balsa de la Medusa, Madrid, 2008.

[9] Me resisto a admitir que Gabi Dolff-Bonekämper no tuviera, aunque fuera remotamente presente, la tesis VII de Sobre el concepto de historia

[10] Véase su ajuste de cuentas en “Topografías del recuerdo y colectivo de memoria”, en Memorias urbanas en diálogo: Berlín y Buenos aires, Eds. P. Birle, V, Carnovale, E. Gryglewski y E. Schindel, Böll Cono Sur-Buenos Libros, Buenos aires, 2010.

[11] Gabi Dolff-Bonekämper, “Lieux de mémoire et lieux de discorde: le valeur conflictuelle des monuments” en Victor Hugo et le débat patrimonial, ed. Roland et al., Somogy, Paris, 2003.

[12] Por ejemplo, en su libro La paradoja democrática, trad. T. Fernández y B. Eguibar, Gedisa, Barcelona, 2003.

[13] Imprescindible el artículo Walter Benjamin, “Eduard Fuchs, historiador y coleccionista” en Escritos políticos, ed. de A. Useros y C.  Renduelles, Abada, Madrid, 2012.

[14] “Informe – Comisión de Expertos para el Futuro del Valle de los Caídos” (se encuentra en red).

[15] Francisco Ferrándiz, “Guerras sin fin: guía para descifrar el Valle de los Caídos en la España contemporánea”, Política y Sociedad, Vol. 48, Num. 3, 2011.

[16] De ahí una publicación intempestiva como la de F. Hernández Sánchez, (el subtítulo lo dice todo) El bulldozer negro del general Franco. Historia del España del siglo XX para la primera generación del siglo XXI, Pasado y Presente, Madrid, 2016.

[17] Las dimensiones colosales se certifican en la Cruz, de 150 metros de altura, y en la Basílica, de dimensiones vaticanas.