«Quince días en el desierto americano», de Alexis de Tocqueville – Una reseña de Fuensanta Niñirola

«Quince días en el desierto americano», de Alexis de Tocqueville – Una reseña de Fuensanta Niñirola

Quince días en el desierto americano, de Alexis de Tocqueville

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Quince días en el desierto americano, de Alexis de Tocqueville

Alexis Henri Charles de Clérel (1805-1859), vizconde de Tocqueville, fue un jurista, político e historiador francés. Su obra es imprescindible para entender el Antiguo Régimen en Francia y la democracia en Estados Unidos.  En este breve texto, Tocqueville relata el viaje que realizó, contando 26 años, junto a su amigo el escritor Gustave de Beaumont, durante el mes de julio de 1831. Recorrieron desde Buffalo a Detroit en vapor, por el lago Erie, y desde allí a caballo hasta Pontiac llegando hasta Saginaw bay (Michigan), población de treinta personas que era la frontera de los asentamientos blancos. El relato del viaje se publicó en 1840, entre el primer y el segundo tomo de La democracia en América, su obra más importante.

Hay que aclarar que cuando Tocqueville habla del “desierto” no se está refiriendo a un terreno baldío, arenoso o pedregoso sin agua ni modo de supervivencia, como podemos imaginar al leer esa palabra. No, Tocqueville se refiere más bien a la otra significación de la palabra: a la ausencia de personas, a terrenos vírgenes poblados por la abundancia de vegetación y vida animal pero despoblados de vida humana, o al menos, de vida humana blanca. Es decir, de civilización. Él busca, –al modo que más tarde harían H.D. Thoreau o su amigo R.W. Emerson– las grandes soledades de la naturaleza, las enormes extensiones donde no se ve un alma, y en el caso de ver a alguien, lo que desea es ver indios. Pero si bien pudo comprobar y admirar la exuberancia de la vegetación y del paisaje natural, sus varios encuentros con indios le llenaron de decepción: “Esos seres débiles y depravados pertenecían, sin embargo, a una de las célebres tribus del antiguo mundo americano. Teníamos ante nosotros —y da pena decirlo— a los últimos vestigios de aquella célebre Confederación de los Iroqueses”. Esto lo comentó tras ver en Buffalo una penosa y depauperada multitud de indios que esperaban el pago de sus tierras, entregadas a los Estados Unidos, antes de desplazarse al noroeste. El presidente Thomas Jefferson (1801-9) había determinado que solo los indios que se adaptaran al modo de vida del hombre blanco podrían quedarse al Este del Missisipi. Presentada por la administración de Andrew Jackson en 1830, la Ley de Traslado Forzoso significó la reubicación de más de cien mil nativos, al oeste del Mississippi.. Se creaba el llamado Territorio Indio, donde las tribus podrían vivir supuestamente en paz, trasladándose al Oeste del Mississippi.

Lo que observa Tocqueville al llegar es el éxodo forzado de las tribus iroquesas hacia la costa del Pacífico. Habiendo leído a J. Fenimore Cooper (El último mohicano se publicó en 1821), la ilusión de Tocqueville era recorrer parte de la Confederación Iroquesa. Ilusión que no pudo cumplir, obviamente. También había leído las novelas que Chateaubriand escribió tras su viaje por Norteamérica, donde presenta una imagen idealizada del indio americano. Imagen que tampoco encontró.

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Desde Buffalo tomaron el vapor Ohio, que recorría el lago Erie y les dejaba en Detroit. Observando el paisaje desde el barco, anota: “Aquellos que han recorrido los Estados Unidos hallarán en este cuadro un sugestivo emblema de la sociedad norteamericana. Todo en ella es contrastado, imprevisto. En todas partes conviven, y en cierto modo se enfrentan, la civilización extrema y la naturaleza abandonada a sí misma.” Detroit era entonces una pequeña ciudad de dos o tres mil habitantes, muchos de ellos franceses o de origen francés.

Tocqueville y su compañero descubren, al intentar informarse de qué ruta les convenía seguir, el asombro de las personas con las que intentaban obtener información. Nadie podía entender que estos dos personajes viajaran con el único propósito de visitar y conocer esos terrenos despoblados y salvajes, así como los modos de vida en esas regiones limítrofes: “..viajar para ver constituía un hecho absolutamente inconcebible.” No iban de caza, ni a establecerse como granjeros o ganaderos, no iban a comerciar…no les entendían, pues. Así que tuvieron que fingir que buscaban tierras donde establecerse, lo más al oeste posible por esa ruta del distrito de Michigan. De la información que consiguieron, supieron que debían hacer lo contrario de lo que les aconsejaban, y dirigirse a Pontiac, puesto que les describieron la zona como un bosque impenetrable e ilimitado hacia el Noroeste donde solo habría animales e indios. Y justo ¡era eso lo que querían ver! Por consiguiente, alquilaron dos caballos para partir desde Detroit hacia Pontiac. “Así, tras haber comprado una brújula y municiones, nos pusimos en marcha, fusil al hombro, tan despreocupados del porvenir y con el corazón tan liviano como dos estudiantes que dejan el colegio para pasar las vacaciones en casa de sus padres.”

Tienen algunos encuentros individuales –y pacíficos– con indios, así como conocen las log houses, casas de granjeros pioneros, solitarias en medio de bosques o praderas, construidas burdamente con troncos pero en cuyo interior se encuentran los trofeos de caza de su propietario, alguna tetera de porcelana inglesa sobre una mesa rústica. La imagen del pionero y su esposa e hijos, le produce una sensación contrastada: es gente que no nació allí, sino en el Este, y que aún recuerda sus principios y su educación, pero su vida se ha transformado en una continua lucha por la supervivencia, y las huellas de esta lucha se muestran en su aspecto y su trato. “Esta morada constituye una suerte de mundo en miniatura. Es el arca de la civilización perdida en medio de un océano de follajes, es una especie de oasis en el desierto. Cien pasos más allá, el eterno bosque extiende a su alrededor la sombra de los árboles; allí comienza la soledad.”

“No es fácil imaginarse el encanto que rodea a estos hermosos lugares, donde el hombre aún no ha establecido su morada y donde todavía reina una paz profunda y un silencio nunca interrumpido. ” Su primer encuentro con un indio, un chippewai, es en ese tramo, y realizan por señas un intercambio de comida. El indio le irá siguiendo hasta encontrarse con la siguiente log house donde vive un cazador solitario que les indica el camino, siguiendo el Flint River, hasta la casa de otro pionero que les proporcionará un guía indio para llevarles hasta Saginaw. En el camino apreciarán la inmensidad de los bosques: “En las soledades de Norteamérica, por el contrario, la naturaleza, en su omnipotencia, es el único agente de ruina y el único poder de reproducción.”

El relato del trayecto hasta Saginaw y el retorno en solitario hasta el rio Flint describe múltiples detalles del paisaje y emociones, sobresaltos, terribles ataques de mosquitos y encuentros sorprendentes, tanto con pioneros blancos como con indios y sus wigwams. Tocqueville deja fluir su mente y reflexiona acerca de las sensaciones que le producen estos espacios silvestres y solitarios, estas inmensidades vacías de humanidad que al mismo tiempo, producen una inmensa paz y en otros momentos, un enorme desasosiego.

En suma, un texto ameno, lleno de interesantes y sugerentes reflexiones y de descripciones de un mundo nuevo, diferente por completo de la vieja Europa, que resulta de muy agradable lectura.

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Fuensanta Niñirola

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Nota

Alexis de Tocqueville. Quince días en el desierto americano. Libros del Zorzal, Buenos Aires, 2007. ISBN: 978-98-7599-026-5.

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