Un espejo en que leerse – I En – Hedu – Anna, la primera escritora de nombre conocido – María Elena Arenas Cruz

Un espejo en que leerse – I En – Hedu – Anna, la primera escritora de nombre conocido – María Elena Arenas Cruz

Un espejo en que leerse – I En – Hedu – Anna, la primera escritora de nombre conocido

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Disco de En- Hedu – Anna [MefmannOO – Penn Museum – University of Pennsylvania Museum of Archaeology and Anthropology, Philadelphia]

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María Elena Arenas Cruz – En – Hedu – Anna

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Un espejo en que leerse – I En – Hedu – Anna, la primera escritora de nombre conocido

La historia de la Literatura universal empieza con una escritora: la princesa En-Hedu-Anna, cuyos versos son cinco siglos anteriores a las versiones más antiguas del Poema de Gilgamesh.

Era hija del rey Sargón, el primer monarca del imperio acadio, en Mesopotamia, que reinó allá por el siglo XXIII a. C. Este rey había unificado las ciudades estado de la Alta y Baja Mesopotamia en un único imperio, que se extendía desde el Mar Mediterráneo hasta el Mar Rojo. Se casó con Tashlultum, con la que tuvo varios hijos e hijas, entre ellas, Enheduanna.

En realidad, En-Hedu-Anna no era su nombre (que es desconocido), sino una palabra compuesta que hace referencia al título que tenía y que se puede traducir como: “Gran Sacerdotisa, adorno del cielo del Dios-Luna”. Efectivamente, la hija del rey Sargón I ocupó este alto cargo en la ciudad de Ur, una de las más importantes al sur de Mesopotamia, en un santuario dedicado al dios principal del panteón de la época, el dios Nanna o dios Luna. Precisamente en la zona más secreta de este templo se encontró el famoso disco de alabastro en el nombre y la imagen de la poeta que hoy nos ocupa.

Hay que saber que en este primer período sumerio, el En o sumo sacerdote, era una mujer en los templos de divinidades masculinas, y un hombre en los templos de divinidades femeninas. Los estudiosos han sugerido que en esta sociedad primitiva, los Consejos que convocaba el rey estaban formados por igual número de hombres y de mujeres. Esto debía ser así porque se sabe que, entre los sumerios, las mujeres de las clases más altas podían tener propiedades, recibir educación y divorciarse si tenían una buena razón para ello. Con el paso de los siglos, sin embargo, esta estructura se fue disolviendo y, como demuestran los códigos de leyes posteriores (tales como el de Urukagina o el de Hammurabi), en las sucesivas sociedades mesopotámicas las mujeres perdieron casi todos sus derechos. Lo cuenta Gerda Lerner en su documentadísimo libro El origen del patriarcado.

Pero volvamos a En-Hedu-Anna. Fue nombrada suma sacerdotisa del templo del dios Nanna, en Ur, como un medio para consolidar el poder acadio en la recién conquistada región de Sumeria. En esas fechas, los templos eran, además de lugares de culto, centros en los que se desarrollaba una intensa actividad política, cultural y científico-filosófica. En-Hedu-Anna desempeñó un cargo de altísima responsabilidad y dispuso de verdadero poder y autoridad, pero no lo tuvo fácil. Las tropas rebeldes, capitaneadas por Lugalzagesi, a quien su padre había vencido en la batalla de Uruk unos años antes (en 2271 a. C.), se levantaron contra los conquistadores y En-Hedu-Anna fue expulsada del templo y de la ciudad. Cuando, unos años después, su familia volvió a recuperar el trono, y Rimush, su hermano, se convirtió en rey, En-Hedu-Anna fue reinstaurada como suma sacerdotisa. Ella misma cuenta, en una composición titulada Exaltación de Innana, cómo volvió llena de ira y dispuesta a la venganza.

Yo, la que alguna vez se sentó triunfante
fui arrojada del santuario,
como una golondrina (Lugalzagesi) me hizo volar por las ventanas,
y mi vida se fue consumiendo.
Él me hizo caminar sobre las breñas al borde del desierto,
me arrancó la corona,
pero me dio daga y espada: «esto es para ti» –me dijo.

Los textos de En-Hedu-Anna se conservan en tablillas de arcilla grabadas con escritura cuneiforme. Esta técnica era una destreza que en el mundo arcaico solo dominaban los escribas, que la utilizaban para llevar las cuentas de la administración y para elaborar las llamadas Listas reales, donde se recogían las genealogías y el relato de los principales acontecimientos de cada reinado. Con el tiempo, la escritura cuneiforme también empezó a emplearse con otros fines, como explicar hechos, narrar catástrofes o anotar proverbios y leyendas. Por tanto, la Literatura nace en Mesopotamia precisamente cuando se empiezan a escribir:

  • himnos en alabanza de reyes, de ciudades, de templos o de dioses;
  • lamentaciones por la destrucción de una ciudad o un palacio
  • y relatos de mitos sobre la personalidad y las acciones de los dioses.

En-Hedu-Anna compuso 42 himnos o cantos que exaltan templos de varias ciudades de Sumeria y Acadia, como Eridu, Sippar y Esnunna. En todos ellos aparece su nombre. ​Los textos se han reconstruido a partir de 37 tablillas halladas en las excavaciones de Ur y Nippur. Otros textos sin firma, pero muy parecidos, también podrían ser obra suya.

En-Hehu-Anna era consciente de la novedad que suponían estos himnos de templos, pues en uno de ellos dice, refiriéndose a su propia escritura: “Rey mío, algo se ha creado que nadie creó antes”. De hecho, hay quien piensa que su obra constituye uno de los primeros intentos de elaborar una teología sistemática.

Sus dos poemas más famosos son el Descenso de Innana al mundo de los muertos y la Exaltación de Innana. En el panteón mesopotámico, Innana era la diosa de la guerra y de la fecundidad (que no del matrimonio); reina de la primavera-verano, había resucitado de entre los muertos tras bajar al inframundo para enfrentarse a su hermana o deidad opuesta (Ereshkigal, la diosa del otoño-invierno). Se la asociaba al planeta Venus y con ella se identificarán otras diosas posteriores, como la Ishtar babilónica, la Afrodita griega o la Astarté fenicia.

Inanna era también la protectora de la ciudad de Ur, a cuyos habitantes había entregado los Me, que ella había robado, tras emborracharlo, al poderoso Enki, dios de la sabiduría y del agua dulce. En esta acción, Innana se parece a Prometeo, que robó el fuego a los dioses para dárselo a los seres humanos. Los Me son los decretos inmutables de los dioses que preordenan el mundo, es decir, la fuerza impersonal que fundamenta las instituciones sociales, las prácticas religiosas, las tecnologías y los comportamientos y costumbres humanas que hacen posible la civilización, tal como los sumerios la entendían. Se puede decir que los Me que Innana roba y regala a los habitantes de Ur eran pistas para que los sumerios entiendieran la relación entre los humanos y los dioses y así garantizar el equilibrio de la sociedad. En-Hedu-Anna describe a la diosa como un ser poderoso y temible:

Como un dragón has derramado el veneno en la tierra.
Cuando ruges en la tierra como un trueno,
ninguna vegetación puede tenerse en pie frente a ti.
Eres un torrente descendiendo de su montaña.
Oh, primera entre todos, ¡eres la Inanna del cielo y de la tierra!
Como lluvia sobre fuego ardiente caes sobre los pueblos,
Dotada de me’s por An, señora que cabalgas en una bestia,
que tomas decisiones bajo las santas órdenes de An,
Tú, la de los grandes rituales, ¿quién puede negarte lo que es tuyo?
[…]
Tú, la de los me’s apropiados, gran reina de reinas,
Surgida del útero sagrado, suprema por sobre la madre que te hizo nacer,
Sabia omnisapiente, señora de todas las tierras,
Sostenedora de las multitudes, ¡He recitado tus canciones sagradas!
Verdadera diosa, llena de me’s, aclamarte causa entusiasmo.
Misericordiosa, explendentemente justa
¡Con corazón verdadero he recitado tus me’s!

Los poemas de En-Hedu-Anna, además de ritmo, están sujetos a rima, que se reparte tanto en el interior del verso como al final. Los finales de muchos de sus versos son muy sonoros y repetitivos, lo que ha llevado a los filólogos a considerar que estaban pensados para ser recitados ante una comunidad o con un coro.

Tras su muerte, En-Hedu-Anna siguió siendo recordada como una figura muy relevante, pues sus poemas fueron copiados y usados en los ritos devocionales durante siglos. Entre las obras más curiosas está el himno que un autor posterior le dedica y en el que narra su apoteosis o deificación tras su muerte.

No a tanto llegará Eduardo Galeano, que en su libro Los hijos de los días, la recuerda con estos versos:

En-Hedu-Anna vivió en el reino donde se inventó la escritura, ahora llamado Irak,
y ella fue la primera escritora, la primera mujer que firmó sus palabras,
y fue también la primera mujer que dictó leyes,
y fue astrónoma, sabia en estrellas,
y sufrió pena de exilio,
y escribiendo cantó a la diosa Inanna, la luna, su protectora, y celebró la dicha de escribir, que es una fiesta, como alumbrar, dar nacimiento, concebir el mundo.

Los poemas de En-Hedu-Anna han sido traducidos al español por Federico García Morales a partir del texto establecido, en 1942, por Samuel Noah Kramer, el primer recopilador, trascriptor y traductor al inglés de los versos de En-Hedu-Anna.

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Goddess Inanna – Cylinder Seal [Seal nr. A27903 – Oriental Institute of the University of Chicago, Chicago, Illinois]

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María Elena Arenas Cruz

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