Viaje – [El habitante del Otoño – Cuarta antología de cuentos y relatos breves – XX] – Antonio Gutiérrez Martínez
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Viaje – [El habitante del Otoño – Cuarta antología de cuentos y relatos breves – XX]
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Viaje
A 0905 , puntas adentro, moderamos maquina, preparando la maniobra.
A0945 , firmes al muelle por estribor y por popa, con dos cabos a muertos por proa, damos por finalizada la maniobra y el viaje sin mas novedad.
Dos días después de la llegada, descansado ya de la tralla y el mal tiempo, el Asturias leía el diario mientras ordenaba el puente de aquel barco nuevo para él, comprado de segunda mano, extraño en el concepto. Un Explorer Yacht, un Expedition Yacht, híbrido especial, con casco de pesquero e interiores de Country House.
El viaje había empezado para el Asturias tres semanas antes, con la vito aparcada en la popa del Blanco, cargando material en compañía del Maqui, botellas, equipos de buceo, compresor, sacos de dormir, derroteros, herramientas, cosas y trastos diversos llenando la furgoneta, maletas con efectos personales, los ordenadores, los de buceo y los de trabajo, libretas, listas, inventarios, sonrisa socarrona del Maqui mientras estibaba aquella caja de plástico, de las utilizadas para la herramienta donde el Asturias guardaba todos los materiales para montar los señuelos.
Las rafias de colores, los hilos y agujas, alicates, pulpitos variados, plomos, peines de agujas, anillas, giratorios, cintas , y lo que más sorprendía, los muchos frascos de laca de uñas de diferentes colores para reparar la tunitas de madera y los silbadores.
Al tiempo que el Asturias colocaba amorosamente las dos cañas Shimano XTR Stand up, de un poco mas de dos metros de largas, elásticas para pelear, con los dos carretes Tiagra XTR Trolling, también de la marca Shimano, cargados con mil metros de sedal de ochenta libras cada uno, bien protegidos en sus fundas de fieltro y lona, engrasados con grasa de silicona, con las carracas afinadas, desmontadas y vueltas a montar, listos para trabajar, con un “” por si acaso “” justificativo, total, si vamos con la furgoneta, podemos llevar de todo.
Y después de cargar, el viaje por carretera, los largos mil setecientos kilómetros de autopistas europeas, encajonados, sin poder ver ni disfrutar, ni paisajes ni paisanajes, noche de perros con los sacos de dormir, aparcamiento de camioneros, soledad de terrícolas en la ruta, café de madrugada, combustible caliente con bollería para aguantar los últimos doscientos kilómetros, acabando aquella tortura en el pueblecito de Treporti, en la laguna de Venecia, justo a la banda de la mar, por el Norte, cerca de Punta Sabbioni, y cerca de la bocana norte de la laguna, la que llaman Porto di Lido.
Y en Treporti la Locanda Zanella, pensión cutre, con habitaciones de media estrella y comedor de cinco tenedores. Gente amigable y hospitalaria, con buena comida y mejor vino.
Y también allí, en Treporti, en la Marina Fiorita, el barco, esperando por ellos, tocho, cuadrado, pesado, con mucha habitabilidad y poca agilidad para las maniobras, un barco para pasar fondeado tiempo, transatlántico con holgura y casi transpacífico de autonomía, con dos Caterpillar de 440 CV que lo movían como a un tractor, noble para el mal tiempo y jodido de maniobrar , con inercias difíciles de calcular y maquinaria robusta, fiable, barco cómodo para vivirlo, con criterios de confort por encima de la moda o el lujo, yate para viajar el mundo discretamente, con poca ostentación, y según el armador, tanto el Asturias como el Maqui tenían los perfiles profesionales para hacer que aquel barco cumpliera su función de viajero a destinos alternativos, costas poco conocidas, o países fuera de las rutas clásicas de los yates.
Siguieron días de preparar el barco, inventarios y manuales, planos, mediciones, y en el tiempo libre, Venecia y la laguna.
Y ahora era Venecia sin ti, Más Amor, Venecia no era lo mismo, Venecia fue mejor contigo, el mundo seria mejor contigo, pero ya no estas en el mundo, y hasta a Venecia le dolían los recuerdos del Asturias, y la canción machacona y pegadiza sonaba en su cabeza ”cuando todo en Venecia me hablaba de amor “” callejeando entre el Fondamenta Nuove y el Campo de San Lorenzo, con rumbo al Arsenal, a chafardear el emporio del comercio veneciano, ”eres otra Venecia , mas triste y mas gris “. Y al Asturias le duele Venecia, la Venecia de las risas y la juventud, de vino y cristal de colores.
De hotel barato con vistas al canal de Cannaregio y olores de cloaca con solera.
Venecia huele menos mal y el Asturias se pierde en los recuerdos, y en el sonido de los violines mercenarios de la plaza de La Fenice, con el prosecco a precio de Moët-Chandon, en las terrazas de San Marcos, después de la medianoche, cuando los turistas japoneses ya se fueron a dormir “que callada quietud, que tristeza sin fin, que distinta Venecia si me faltas tu “. Y callejea, buceando recuerdos y memorias, en escenarios de Casanova, buscando el Fondamenta Nuove y el ultimo vaporetto a Treporti, a la una de la mañana, solo en el barco, contando los postes que flanquean el canal, con una parada en Murano, y otra en Burano, atracadas de vaporetto a la buena de la corriente, habilidades maniobreras que el Asturias nunca dejara de apreciar en aquellos patrones de agua salobre.
Y Murano, sigue igual, sigue siendo el show del fuego y el cristal, de las hordas de turistas que hacen el aprecio imposible, que fuerzan el comercio como norte y difuminan el carácter hospitalario de los vecinos de estos lugares, paréntesis en el tiempo y en la historia que gira alrededor de la laguna.
Burano sigue siendo Burano, impasible a la avalancha de turistas, con su iglesia ladeada, con la ropa puesta a secar entre las casas de las estrechas calles, y su arte de encaje de hilo, y puede que las mismas abuelas de antaño, en la puerta de la tienda, demostrando las habilidades del oficio, tapetes de hilo fino, bordados increíbles, reclamo para vender replicas hechas en china, ofertadas en el interior, picaresca antigua, que alimenta la economía, pero la Trattoria Gamberi, sigue con los postes aparcamiento en el canal. La Zodiac amarrada segura y spaghetti alle vongole, regados con vino blanco frizzante.
En las mañanas de calma, a la faena, a zafar cabos, maniobrar para salir, canal de Treporti a sur, salida a la mar de Lido, fondeo al abrigo del rompeolas, el Maqui con el equipo de buceo en el agua, agarrado al casco con las ventosas, librándolo de algas a golpe de rasqueta. El Asturias arriba, vigilando y chapando manuales, y para romper el aburrimiento, hacer algún señuelo, el Maqui muerto de frío, empeñado en rapiñar un par de kilos de chirlas del fondo antes de subir, ancla arriba, entrada por la boca de Lido, canal de Treporti, maniobra con corriente, de tanteo, inercia descontrolada y algún golpe de defensa, firmes al muelle, y hay que hacer víveres , y llega el Bohemio, artista pobre, amigo para acompañarles, también para hacerse unos euros, patrón y propietario de velero, bueno en la mar, compañero, con ganas de hacer el viaje y con alegría por el encuentro.
Y el barco ya esta listo para salir, con los fondos casi limpios, los sistemas probados, a falta de rellenar de combustible. Solo queda cenar por ultima vez en Locanda Zanella, antipasto di mare y frito variado, vino prosecco, con chispa y risas, ”Ciao, amico spagnolo“. Vino de mas, y sueño de menos para la ultima noche “Solo queda un adiós, que no puedo olvidar, ay Venecia sin ti”. Machaca la canción, y la ligera resaca no ayuda a alegrar el animo , al Asturias le pesan los pasados, los de Venecia y todos los demás.
La maniobra de salida tiene un trasfondo de tristeza y nostalgia. La rutina ayuda a animar, hay que estar atentos a las maniobras de las dragas y gabarras que trabajan en el proyecto Mose, el canal se puede llegar a hacer muy angosto con el trafico, la faena manda y ya no queda en la cabeza mucho resquicio para sentimientos.
Una vez libres de puntas , arrumban a Lignano, pronunciado Liñano, en la laguna de Marano, cerca de la frontera, mas cerca de Trieste que de Venecia, para rellenar ocho mil litros de combustible, con el surtidor en una ratonera, ajustados para entrar y mucho peor para salir, mas suerte que habilidad en esa ocasión, ni viento ni corriente, revirar ciabogando veintisiete metros de barco en treinta y cinco metros de cancha para salir a opuesto, libres del canal, afinando para librar los bancos de arena, que casi velan a escasa media milla de la ultima boya, y ya claros de todos los peligros, rumbo franco hacia las cercanías de Ancona, buscando navegar mas cerca de las aguas italianas que de las croatas.
El Adriático los recibe con su mejor talante, y aunque la alta presión que dominaba los últimos días esta a punto de acabar, todavía no se ha ido, y eso les permite navegar en un espejo de agua durante las primeras doscientas millas. La luna creciendo, la calma y la guardia de doce a seis, solo, en el puente por la noche, le permiten al Asturias reconciliarse con los oscuros de la nostalgia y recuperar el humor tranquilo de los días de mar, tregua de tiempo donde todo puede esperar.
Aunque el Asturias procure ir mas cerca de la costa italiana que de la croata, ve los reflejos de las ciudades de la costa dálmata, la de las mil islas, la de los mil fondeos, la costa de los pueblecitos al abrigo de valles verdes, de bancales, escalonando hasta la playa, en islas secas y de vegetación escasa. Ve las luces de Pula, el puerto importante mas a norte, ciudad conocida, de tramites y despachos en otros viajes de crucero de verano, cuando el crucero empezaba por el norte, se despachaba de entrada en Pula, y después solo había que comunicar los movimientos del barco a las distintas capitanías de inferior categoría. Mas a sur, Split, el Benidorm croata, a la mitad del país, milla más o milla menos, y el despacho de salida en Dubrovnik, la antigua Ragusa, que fue de los venecianos a veces, y también república marítima al igual que Venecia. La Ragusa de las murallas y fortificaciones que imponen respeto, majestuosas, vistas desde la mar.
Y en esta latitud se acabo la tregua, a la altura de la Testa del Gargano, comenzó a soplar el viento, y el viento hacia olas, y las olas movían el barco, y el piloto automático puso el barco a hacer mas eses que una culebra borracha, y chapa manual, y aguanta timón a mano mientras se trastea el cacharro, y parece que ya gobierna bien, y el Bohemio que no le paso el seguro a la puerta de la nevera, y el barco atravesado, y los estabilizadores moviéndose como locos, y el contenido de la nevera por los suelos, y los huevos hechos tortilla, y ya tienen mote para el barco, lo llamarán Rompehuevos.
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Las millas van pasando y acercándose al canal de Otranto las rachas cargan hasta 45 nudos de relativo, por la aleta y con nueve nudos de marcha, así que de cincuenta nudos pasan las “Gust”, que anunciaba el meteo, la mar ya esta formada y el Asturias busca con la proa acercarse al resbalaje del cabo de Otranto, dominio de aragoneses en tiempos de las cruzadas, situación estratégica en la peregrinación a Tierra Santa en el medioevo, mar conocida de otros viajes, para barajar la costa hasta el Cabo Santa Maria, con la mar encalmada hasta pasar Santa Maria de Leuca, y a partir de ahí, a dar botes.
Ya metidos de lleno en el Jónico, bien atrás el Adriático, el Asturias recuerda geografías de leyendas, mientras la mar corta de golfo de Taranto, parecida a la del Golfo de León, provocando dientes de sierra , le producen al barco un movimiento intermitente, de balances interruptus, balances cortados por los estabilizadores, que hacen difícil el poder tomar café caliente. Y a unas ciento cincuenta millas al traves, Protegida por su hermana mayor Cefalonia, la Itaca romana, la Ithaki de los griegos, donde Penélope tejía el tapiz de las ausencias de Ulises, marino de leyenda, y que hace que el Asturias recuerde a sus Penélopes de monogamias sucesivas, tejiendo el tapiz de sus ausencias, alimentando desamores, aguantados por intereses de cachorros, situaciones comunes a muchos marinos, sin distinguir de rangos, cámaras o ranchos.
Y pasado el golfo, barajar la costa de cerca, apenas media milla, buscando el abrigo del Cabo Spartivento, dibujando con la derrota la puntera de la bota italiana, en busca de la franquía del estrecho de Messina, con el Maestrale dominando, fuerte y continuo, ya con dos días largos de persistencia, sin bajar de treinta nudos y racheando hasta los cuarenta y cinco nudos , el estrecho de Messina se convierte en amable y por una vez la corriente es manejable, el trafico es flojo y eso permite un respiro y vislumbrar el Etna entre nubes de mal tiempo.
El Tirreno Meridional, recibe al Asturias con viento de mas de treinta nudos de proa, un saludo cordial después de casi dos años sin verse, la persistencia pasa de dos días y con un fetch de mas de cuatrocientas millas, las olas empiezan a ser serias y cabreantes, machaconas y de pura proa, bajar maquina y avantar a menos de seis nudos ya no merece la pena, como decía el Guelu, “mira, guaje, lo primero que se rompe con los temporales es la gente”.
La arribada se impone y el puerto lógico es Milazzo, cerca del estrecho de Messina, en la costa norte de Sicilia, al abrigo de la península que según la leyenda alberga la gruta de Polifemo, las rocas sicilianas donde habitan los cíclopes, al sur de las Eólicas, con la fumarola de Stromboli a la vista.
Y en Milazzo el aburrimiento, el Asturias se pone al día de cuentas y contabilidades, guerra sin cuartel con el Excel, mientras el Bohemio y el Maqui discurren diabluras para pasar el tiempo, inventando películas en la maquina, con secuencias de fotografías que montadas después como película, dejan ver al destornillador huyendo, rodeado de todas las herramientas, perseguido por el alicate para suicidarse al final en la sentina.
Y el Asturias tiene que aguantarlos, cuando le ponen el ordenador delante para ver lo que hacen con el movie maker, mientras fuera del barco, el viento no para de soplar, y los chubascos sueltan un agua que llega al barco en horizontal, con el cielo negro, con rayos y con truenos, sin casi dejarles bajar a tierra a probar el vino Nero d`Avola , siciliano y traicionero de catorce grados y cuerpo fuerte, vino que ya era viejo en el tiempo de la Odisea.
Después de tres días de arribada, la salida, con viento fresco, con setecientas cincuenta millas por delante, y la promesa del parte meteorológico de que va a amainar, acabara siendo verdad lo del amaine, pero hasta la altura de Palermo no baja de los veinte nudos, y es de proa, y también el Asturias quiere probar un poco el barco, veinte horas de cabezazos, aunque sean disminuyendo cansan y desgastan, el barco se comporta y el Asturias piensa que si, que es un Explorer, que puede aguantar una mar seria sin problemas y que con una buena pared de refugio las anclas de mas de doscientos kilos cada una, una CQR y la otra de patente, con cadena de dieciséis bien pueden aguantar fondeos extremos.
Por fin, ya bien franqueados de las costas de Sicilia, el viento calma y la mar de fondo, larga y tendida permite largar una caña por babor. Con mas de ciento cincuenta metros de caloma el Asturias tiene la primera picada al mediodía del dia siguiente a la salida de Milazzo. La carraca del carrete suena a música de cámara y el Asturias renueva la ceremonia mil veces ejecutada y siempre con el mismo punto de adrenalina. Parar la maquina, quitar el piloto automático, el timón un poco a la banda de la picada, no meter freno y recoger carrete rápido, sin dar tiempo ni ocasión a que el anzuelo afloje la tensión en la picada, el Maqui y el Bohemio están listos en la banda, guantes para el líder y bichero para el pez, el primero a bordo, un rojo de dieciocho kilos, rápido el cuchillo a la médula, barco avante, de nuevo, a rumbo. Y en la cocina sesión de cirugía, atún convertido en lomos desespinados, al congelador en piezas de dos kilos aproximadamente, el invierno es largo y un buen lomo trasteado en casa, Siempre será mejor que comprado.
La ruta se vuelve manejable, se puede cocinar y se come bien en el barco, exceso de pasta, pero que se le va a hacer, se viene de Italia, las picadas se suceden, cada día hay algo para la nevera y las millas van quedando por la popa, acercando el barco a casa, a la rutina del invierno, a la puesta a punto pendiente, a la temporada que viene, que traerá mas viajes con este barco nuevo para el Asturias.
Las cuentas salen, el “por si acaso” de cargar las cañas en la furgoneta se convierte en cuatro rojos, tres alistados, un albacora y un dorado grande, de colores brillantes en el que el Bohemio ha gastado cien fotos.
Y por fin , la recalada, costa conocida, desde la madrugada en el radar, afeitarse y ducharse, el dique de abrigo y moderar la máquina.
Para el Asturias, hay un viaje más por la popa y un viaje menos de los por hacer, cansado, piensa en la jubilación como alternativa cada vez mas atractiva y tiene ganas de relevo en los oficios de la mar, aunque siempre piensa que en lo de pescar no tiene por que jubilarse tan pronto.
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Antonio Gutiérrez Martínez
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