El control – Antonio Villalba Moreno [Primera Antología breve de cuentos y relatos breves «Jinetes en la tormenta»]
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El habitante del Otoño – Número especial
Primera Antología breve de cuentos y relatos breves «Jinetes en la tormenta»
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El control
La mañana estaba siendo perfecta. Un desayuno tranquilo y copioso en Maro, una vuelta por el pueblo, unas fotos magníficas, ayudadas por el nublado. Continuaron el camino hacia su destino. La carretera incitaba a delinquir. Rectas que, fácilmente, podías atravesar a más de 100 kms./hora y, sin embargo, no debías pasar de 80. Curvas abiertas, túneles iluminados y, no tanto. Mientras, una furgoneta se había parapetado delante del vehículo de la pareja dejando un resquicio para observar como un Land Rover de la Guardia Civil le precedía. Ni se les ocurrió adelantar hasta que se desvió. A los pocos kilómetros, en uno de los accesos a la autovía, les superó otro Land Rover, jurarían que era el mismo. En esta ocasión no tenían a nadie entre ambos y fueron detrás varios kilómetros. Muchos minutos respetando las señales hasta que se toparon con un control policial.
La Benemérita casi al completo, o al menos eso les pareció. Eran veinte o treinta, con sus chalecos antibalas, muy jovencitos la mayoría. Había una única mujer y, precisamente, les tocó a ellos.
La más fiera a pesar de su aspecto cándido. Le pidió la documentación al conductor y comenzó un interrogatorio propio de las películas americanas.
—¿Dónde van ustedes?
—De vacaciones.
—Les pregunto dónde.
—A Mojácar, es que tenemos unos días libres.
—¿En qué trabajan?
—Mi mujer es psicóloga y yo soy funcionario
—¿Qué tipo de funcionario?
—Yo trabajo en el Ayuntamiento de…
—¿Qué Ayuntamiento?
—Eso iba a comentarle, en el Ayuntamiento de Málaga
—Bájese del coche y abra el maletero
Mientras que la simpática guardia civil hurgaba en el asiento trasero y hablaba con Irene, Augusto abrió el maletero y dos agentes bajaron la maleta a la carretera. La registraron sin miramientos y exhaustivamente. Le dijeron que se apartara. Comenzó a sospechar de su hijo, el conductor habitual de su Toyota: que si habría hecho alguna infracción no confesable, que si habría prestado el coche a conocidos poco aconsejables; comenzó a sospechar de la propia Guardia Civil: que si necesitaban un chivo expiatorio para una redada, que si un cabeza de turco para un caso sin resolver. Pensó que últimamente veía muchas series policíacas. Sospechó incluso de él mismo, el subconsciente le jugaba una mala pasada y se veía esposado dando explicaciones inconexas en la comisaría de Almuñécar para que no lo detuvieran por un delito que habría cometido sin saberlo. Tuvo una imagen haciendo la llamada a la que tenía derecho antes de ser encarcelado, en ella hablaba con su hija para que no le faltara comida al perro y diciéndole que el viaje se iba a alargar unos días.
Entonces uno de los agentes le exigió que se metiera en el coche y que esperara. Eso hizo. Mientras tanto habló con su mujer.
—¿Han encontrado el libro?
—¿No me digas que al final lo has traído?
—Sí, pero lo dejé bajo la rueda de repuesto. ¿Quién iba a sospechar que habría un control?
—Es demasiado arriesgado leer en vacaciones, aunque sea en tu propia habitación. Imagínate que hay cámaras.
—No había pensado en eso. Creo que tendremos que dejarlo para cuando lleguemos a casa. Al fin y al cabo es solo un fin de semana largo.
Permanecieron en silencio durante un buen rato. Desde que entró en vigor la prohibición de poseer materiales peligrosos para el desarrollo del intelecto habían estado a punto de saltarse varias veces aquella malévola censura.
—¿Qué hacen ahora?
—Están llamando por radio con mi documentación en la mano.
Augusto temió que volvieran al coche y encontraran el material prohibido. Irene se arrepentiría por arriesgarse a cometer un delito tan perseguido últimamente. La reciente represión aún no le había hecho calibrar el peligro ante la autoridad y fantaseó con escapar del control a todo gas.
—Pueden continuar. Esperen que le de paso.
Respiró aliviado mientras guardaba el carnet de conducir en su cartera. Guiñó a su mujer. Arrancó el Corolla, zigzagueó entre guardias civiles, barreras y cadenas hasta llegar al final del control. Aceleró al verse libre. Quería llegar pronto al hotel y se arriesgaría a leer unas páginas del libro. Después de todo pensó que, al menos, habría valido la pena la experiencia que acababan de soportar.
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Antonio Villalba Moreno
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