Vida de Jacinto Lamar de Gracioso, adjetivo – [El habitante del Otoño – Cuarta antología de cuentos y relatos breves – XXIII] – Παρονομασία Επαναδίπλωσις
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Vida de Jacinto Lamar de Gracioso, adjetivo – [El habitante del Otoño – Cuarta antología de cuentos y relatos breves – XXIII]
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Vida de Jacinto Lamar de Gracioso, adjetivo
Cuando era pequeño, durante algunos veranos, le gustaba jugar con Sagaz y Veloz, que eran sus primos de Pesoz, hijos de su tía Zenobia. Solían correr por los senderos boscosos hasta llegar al mirador de A Paicega, y allí se divertían contando burlonas historias de los vecinos del pueblo. Y cuando ya estaban cansados, miraban a lo lejos, por encima del embalse que les ofrecía la hermosa vista, y fantaseaban en silencio. Tenía más primos, claro, pero en aquella época, Sagaz y Veloz eran sus preferidos. Luego, un día, tal vez en otoño, su padre, Romualdo Lamar, que era Adverbio Real, hubo de trasladarse por razones de trabajo a Tarazona. Acababa de fallecer en esa ciudad Baltasar Gracián y se había solicitado formalmente su presencia allí a distintas partes de la oración con una excelente carrera profesional a sus espaldas. El padre de Jacinto era uno de esos grandes profesionales gramaticales. Su madre, Eleonora de Gracioso, era muy hermosa. Desde muy pequeños, tanto a él como al resto de sus numerosos hermanos, les había inculcado el del deber y de la responsabilidad. Pero, también, y puede que por ello mismo, un sentido de la rebeldía, que en ella, en sus gestos y maneras, resultaba algo completamente natural. Dos de sus hermanas, Aunque y Empero, con el tiempo llegarían a trabajar para Don Francisco Gómez de Quevedo Villegas y Santibáñez Cevallos, probablemente durante su estancia en Valladolid. A juicio de ambas adversativas, Don Francisco era bastante desvergonzado y de pésimo gusto. Amén de medio cojo y muy miope. No debió de pasar mucho tiempo antes de que dejaran de trabajar para él y comenzasen a servir a Don Luis de Góngora y Argote, en la bella ciudad de Córdoba. Allí conocieron a Alusión de la Cerda y Hipérbaton Remigio de la Escosura. Con ellos intimaron y por aquellas soledades gongóricas se perdieron. A sus hermanos mayores, que habían pasado por Salamanca y Alcalá de Henares, y que desempeñaban ya cargos de epítetos de la Corte, les tenía mucho respeto y sentía por ellos una sincera admiración. Cuando estaban algo achispados, después de haber bebido algún buen tinto de Zamora, Donoso y Gallardo jugaban a imitar burlonamente a algunos de sus compañeros, acompañando sus declamaciones con muecas y aparatosas gesticulaciones. En esos momentos, Jacinto disfrutaba mucho y el ánimo se le encendía de pasión por el teatro. ‟Ah, esta suave tela de tus labios mi corazón doblega…”, recitaban. Y también: ‟…de la espinosa zarza en la oscura noche el terrible monstruo salía…”. Jacinto intentaba emularlos en solitario, cuando, en aquellas largas noche de invierno en el que frío arreciaba y la nieve caía lánguidamente como un reguero de besos maternales, permanecía en su cuarto y soñaba con llegar a ser algún día un gran sustantivo. Y el día llegó; no, desde luego, para convertirse en sustantivo, algo que Dios o la Naturaleza, lo que es lo mismo, de acuerdo con leyes inescrutables, no podían permitir, sino para brillar como él mismo en su condición adjetiva; tal vez, como ningún otro adjetivo lo haría en la larga, casi eterna historia de las palabras. Con el preciso cincel de Garci Lasso de la Vega, danzando como un grácil pincel, halló acomodo el donaire de Jacinto en el verso que le dio la gloria y el acceso al Parnaso:
Y luego con gracioso movimiento
se fue su paso por el verde suelo,
con su guirlanda usada y su ornamento;
desordenaba con lascivo vuelo
el viento sus cabellos; con su vista
s’alegraba la tierra, el mar y el cielo
Nunca Venus saliera de la generosa espuma tan gaya y radiante como en aquellos versos. ¿O, acaso, era de la Primavera de quien Jacinto su florida cabellera ondear hacía?
En cualquier caso, s’alegraba la tierra, el mar y el cielo…
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Παρονομασία Επαναδίπλωσις
Ιόνιο Πανεπιστήμιο / Universidad Jónica de Corfú [Grecia]
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Nota
Traducción del texto original en griego moderno a cargo del Editor de Café Montaigne
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