Volando entre las cigüeñas – Teresa Grande [Primera Antología breve de cuentos y relatos breves «Jinetes en la tormenta»]

Volando entre las cigüeñas – Teresa Grande [Primera Antología breve de cuentos y relatos breves «Jinetes en la tormenta»]

El habitante del Otoño – Número especial

Primera Antología breve de cuentos y relatos breves «Jinetes en la tormenta»

 

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Franz Marc – Träumendes Pferd [ 1913 – Solomon R. Guggenheim Museum, New York City]

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Volando entre las cigüeñas

 

Dulce Melania, qué bien te portas cuando por fin pegas tus párpados y respiras profundo envuelta en un edredón que te dura tan poco como tus ganas de enmendarte. Solo te portabas así cuando te transportaba en esta extraña maleta que tenemos algunas mujeres y que crece de manera irreverente cuando viene la cigüeña a molestarte un rato.

Yo sabía a ciencia cierta que tu nombre iba a ser trisílabo, ya ves, son mis ocurrencias. Hay madres que se empeñan en que su hija vaya a fútbol, en que su hija vaya a ballet, en que su hija se convierta en la más sanguinaria Kill Bill del barrio y otras se empeñan en hacer de su hija una pequeña Miss Sunshine llenándole de bótox la cara y con perdón el culo. Yo solo quería una cosa: que te llamaras Jimena, pero se cruzaron más cigüeñas del bando contrario, porque en esto de los nombres siempre hay dos bandos, y te acabaste llamando Melania.

Bella Melania, de ojos grandes y oscuros, que miran todo con una sagacidad que a veces llego a temer por temprana, por superlativa. Me asombro de tu mirada curiosa porque cuando no dices nada, y me estudias despacio, en ese instante me cruza una paloma por la mente y me susurra: qué estará maquinando ahora. Volvamos al año pasado: ocho años, estabas en clase, tu profe de lengua, llamada urgente a casa.

-Buenos días, ¿es usted Teresa?

– Sí, claro. ¿Quién me llama?

– Soy Gema, la profesora de castellano.

– Ah, buenos días.

– Verá, hace una semana que Melania no trae los deberes. Cada vez que le he preguntado me decía…, bueno, me decía que no podía hacerlos porque…, porque su hermanito de cuatro años está muy enfermo, que está en el hospital ingresado y toda la familia estáis volcados en este momento tan difícil. Yo no he querido insistir más pero hoy, que tengo un rato libre, he aprovechado para decirle cuánto lo siento por su hijo.

– ¿Qué? Disculpe pero Melania no tiene hermanos.

-Ah, ya veo. Melania lo que tiene es una desbordante imaginación.

– Correcto. Pero terrible. No se preocupe. Este fin de semana me encargo de castigarla.

– Lo mejor en estos casos es quemar todos los cuentos que tenga.

-Por supuesto, lo haré.

Y ahí acabó nuestra fructífera y destructiva conversación.

Pequeña Melania, de manos diminutas y pelo de princesa. Todavía recuerdo con angustia tu arte del no comer. Ya a los nueve meses, decidiste que eso de comer era perder el tiempo, que tú preferías oírme leerte cuentos, bueno, los que quedaron ilesos después de la hoguera. Así que primero disimuladamente y luego sin ningún remilgo empezaste a devorar los cuentos que te leía. Me pedías por gestos que me sentara a tu lado y te mostrara qué eran esos seres peludos y pintorescos llamados animales, qué era una sonrisa llena de monstruosos dientes blancos, por qué los árboles siempre estaban pegados a la misma tierra y jamás se iban de viaje, me preguntabas si el manto azul del cielo te arroparía como tu edredón saltarín y por qué no te podías llenar la boca de palabras si a ti el puré de verduras no te contaba nada de la trepidante pero desobediente Caperucita ni de la guerrera Fionna repugnantemente verde.

Elocuente Melania, algunas veces, cuando consigo encontrar un hueco, un descanso en el remolino de tu mente, cuando te hallo tranquila y serena, cuando no estás cantando o contándome la cascada de sucesos que te ocurren en el colegio, hablamos del porqué de las cosas. Se te ocurre preguntarme por la esencia de todas las cosas de este mundo y yo entonces te miro anonadada y me digo que tengo la niña más inteligente de la tierra. Noto que la garganta se me hace un nudo, que las tripas me empiezan a girar y cuando estoy al borde de las lágrimas me doy cuenta de que no cambiaría ni un átomo de ti, que te quiero como eres, así, pequeña y curiosa, como una gata arisca que solo de vez en cuando me confiesa: mamá, te quiero, y como una ratona aventurera que se cuela por los resquicios de la mente para descubrirlo todo.

 

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Teresa Grande