Crónica de una decepción anunciada [De visita al Museo Internacional del Barroco en Puebla – México] – Fabio Vélez
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Crónica de una decepción anunciada
(De visita al Museo Internacional del Barroco en Puebla)

MIB – Puebla [México]
Lo confieso: desde su inauguración en febrero del 2016, y habiéndolo podido visitar en múltiples ocasiones, en mi caso la pereza siempre prevaleció sobre la curiosidad. ¿Las razones? Fundamentalmente dos: las críticas generalizadas y la ubicación. ¿Por qué entonces ahora sí, si antes no?
A veces, en mi caso casi siempre, las lecturas suelen incitar al acto y terminan desempeñado alguna suerte de papel revulsivo. Acababa de caer en mis manos un excelente ensayo de Iñaki Esteban, titulado El efecto Guggenheim (Anagrama, 2007), y deseaba verificar en mis propias carnes (¿haciendo trabajo de campo?) lo que yo vagamente sospechaba y el propio Esteban me permitió aclarar, a saber, el carácter ornamental –para el caso– del Museo Internacional del Barroco. Con todos los indicios en su contra debo reconocer que era más el morbo, y no tanto un genuino interés científico, el que me movía a indagar cómo desde la heroica Puebla se estaba gestionando esta colección, de alcance y pretensiones tan ambiciosas.
Tras el cansancio propio de un día de ponencias y otro de consejo (he aquí el propósito oficial de mi viaje), y no menos abotargado por las viandas generosamente ofrecidas quién sabe si a modo de señuelo, decidí dedicar la temprana mañana del sábado a su visita.
He de admitir, no obstante, que presto a la salida poco faltó para renunciar a la empresa; contra todo pronóstico, la localización en el mapa era la peor de las imaginables y, en consecuencia, no resultaba lo que se dice alentadora. Ubicado en el corazón de la “zona nueva” (Angelópolis), el Museo no quedaba precisamente a pie del centro. Por este y no otro motivo la opción de un taxi se impuso como la menos mala pues, a la distancia nada despreciable desde mi céntrico hotel al lado del Zócalo (7,5 km), se sumaba la complejidad vial para llegar de facto.
Aunque el museo no abría sus puertas hasta las 10 de la mañana, llegar un poco antes fue un verdadero acierto ya que me brindó la oportunidad de merodear a mis anchas y, lo que es si cabe todavía mejor, encuadrar mis fotos sin molestas manchas de turistas al fondo.
*
Un paseo correctamente habilitado permite rodear por completo el museo. Y, si bien una primera panorámica desde su entrada solo nos permite divisar un campus privado, hoteles y una ruidosa carretera de varios carriles, en la parte posterior del museo se puede disfrutar de un agradable parque; espacio verde que, cautelosamente examinado, pareciera inspirado –diría uno con mala baba– antes en un mini-golf que en un jardín inglés. Sea como fuere, desde un punto de vista estratégico, es decir, pensando en los citadinos y sobre todo en los turistas, no parece que el emplazamiento haya sido el más oportuno. Mi sensación al menos fue esta: el museo parece “fuera de lugar”.

MIB – I
Ni que decir tiene que, por lo que respecta al edificio, nos hallamos ante una genialidad más del arquitecto japonés –premio Pritzker– Toyo Ito. Como advertía con lucidez Esteban en su libro, la firma de un arquitecto estrella es condición sine qua non para que este tipo de proyectos atraiga la inversión necesaria. Pues bien, y con las cifras desorbitadas que se manejan (7 mil millones de pesos) y que probablemente se queden cortas, este parece ser el caso también aquí.

MIB – II

MIB – III

MIB – IV
Para no entrar en pormenores arquitectónicos, solo diré que, en comparación con el proyecto de Frank Gehry para Bilbao, al menos Ito ha sido más sensible a la hora de desarrollar una geografía claramente museística, dando sentido y recorrido –en suma, disciplina– a las salas. Podría declararse, así pues, que aunque la forma en Ito es reconocida por gozar de una amplia libertad orgánica, la función en este proyecto no quedó soslayada.
Vayamos a la colección. Con independencia de las salas temporales (con dos colecciones de artistas contemporáneos), la colección importante, la permanente, escanciada al ritmo de las distintas artes (sala-pintura, sala-arquitectura, sala-música….), deja y no deja que desear. Sesgado como estaba, todo sea dicho, por las advertencias no precisamente positivas de mis colegas poblanos, debo confesar que la colección, pese a todo, tampoco me resultó de una pobreza extrema. Ahora bien, dicho y aceptado lo cual, no es menos cierto que: uno, un museo que se pretende “internacional” debería exponer una colección cualitativamente, que no cuantitativamente, más rica y significativa y, dos, hay una descompensación notoria e injustificada entre la inversión dedicada al edificio y la inversión dedicada a la colección. Son perfectamente comprensibles, por tanto, las quejas vertidas al respecto.
¿Qué decir de la curaduría? Pues, honestamente, la memoria solo me trae una palabra: “escolar”. Recuerdo aquel sabio consejo de Mies van der Rohe: “El museo para una ciudad pequeña no debe tratar de emular a su opuesto metropolitano. El valor de esta clase de museo depende de la calidad de sus obras de arte y de la manera como están expuestas”. No por casualidad este mismo hecho me llevó, de vuelta al hotel, a indagar en la estructura organizativa del museo. Ya había leído en el libro de Esteban, con asombro ojiplático, que el Guggenheim de Bilbao se jactaba de tener un director gerente pero no uno artístico y que, de sus 75 trabajadores, solo dos eran curadores. Supuse que algo parecido me encontraría en el Museo Internacional del Barroco. Para mi sorpresa, y tal vez para peor, no fue este el caso. Después de navegar por su página y buscar sin éxito por internet, no pude dar ni con el director, ni con el curador jefe, ni con el patronato (huelga recordar que no es museo privado), ni tan siquiera con los estatutos. ¿Podemos, así y todo, seguir hablando de un museo al uso? Lo cierto es que, con tanta opacidad, nos lo ponen realmente difícil.
Me temo, por lo dicho anteriormente, que nos hallamos (como diría Esteban) ante “un modelo de cultura extracultural” y, por lo tanto, que el Museo Internacional del Barroco “se acerca al tipo ideal de una cultura en la que su valor se mide por la capacidad de dinamizar la economía y la política, de generar magnitudes, de ingresos, de turistas, de acontecimientos sociales, de publicidad y de relaciones públicas”. El Guggenheim de Bilbao podemos decirlo hoy, transcurridas dos décadas, no solo se acercó sino que superó con creces todas las expectativas originales. La duda que me queda es si el Museo Internacional del Barroco en Puebla seguirá este camino de éxito. No son pocos los “museos-ornamento” que han terminado, a la postre, resultando fiascos culturales y económicos pozos sin fondo. Esperemos que no sea el caso.
(Visita realizada el 18 de Noviembre del 2017)
Fabio Vélez