La «ciudad de los quince minutos» de Carlos Moreno (un comentario en apariencia quisquilloso) – Fabio Vélez Bertomeu

La «ciudad de los quince minutos» de Carlos Moreno (un comentario en apariencia quisquilloso) – Fabio Vélez Bertomeu

La «ciudad de los quince minutos» de Carlos Moreno (un comentario en apariencia quisquilloso)

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La «ciudad de los quince minutos» de Carlos Moreno (un comentario en apariencia quisquilloso)

Hace unos días (el 23 de julio, para ser más exactos), leí con atención la entrevista que le realizó Anatxu Zabalbeascoa a Carlos Moreno en El País. Aunque su nombre fuera del circuito gremial es todavía poco conocido, es muy probable que el lectora o lectora haya escuchado su afortunada acuñación de la “ciudad de los quince minutos”.

Espoleado por la entrevista, y con ganas de entrar en la minucia de este proyecto urbanístico, me hice con su reciente libro Droit de cité, de la “ville-monde” à la “ville du quart d’heure (L’Observatoire, Paris, 2020; todavía sin traducir).

No es mi deseo realizar un resumen o una reseña crítica de este volumen. Más bien, me gustaría ensayar lo que podría recibir el nombre de un comentario quisquilloso. Flanqueado por autoridades (un prefacio de Richard Sennett y un epílogo de Saskia Sassen), el volumen se despliega en una serie de capítulos que van introduciendo al lector en materias −el desafío climático, la complejidad urbana, el derecho a la ciudad, etc.− que, directamente e indirectamente, preparan el terreno y justifican la necesidad de una “ciudad de los quince minutos”. De los ocho capítulos que componen el libro, me interesa en especial comentar el penúltimo, es decir, aquel en el que se detiene con cierta morosidad en la cuestión concitada.

Hay varios aspectos que me han llamado poderosamente la atención en este capítulo. El primero de ellos está relacionado con los compañeros y compañeras de viaje elegidos para sustentar sus posiciones (además, ¡ojo!, de los descartados), así como la forma en la que estos fueron leídos e interpretados. La “ciudad de los quince minutos”, también denominada en otros pasajes “ciudad de proximidad” o “ciudad de cortas distancias”, según el autor, es una propuesta, de las varias que ya se han ensayado en este sentido, encaminada a contrarrestar los males desatados por el urbanismo del Movimiento Moderno: zonificación, segregación, congestión, etc. A este respecto, Moreno saca sus credenciales: Lewis Mumford, Jane Jacobs, la escuela del New Urbanism. Convendría, aunque no es el momento para hacerlo, desmenuzar, además de los puntos de convergencia, las diferencias que entrañan las propuestas, por ejemplo, de dos grandes como Mumford y Jacobs, y que Moreno suele meter indistintamente en un mismo saco. Más curioso, me parece, el tratamiento de un autor que es clave para el “derecho a la ciudad” y que debería ser referencia para alguien formado en Francia. Me estoy refiriendo a Henri Lefebvre. Aunque su nombre aparece (si mi memoria no falla) en dos ocasiones, lo hace de una manera muy peculiar. Lefebvre es reconocido, sí, pero como precursor que superar. Que alguien considere que un autor merezca o deba ser superado, ciertamente, no tiene nada de objetable. Ahora bien, lo que tal vez sí pueda serlo es el argumento bajo el cual este gesto se justifica.

Moreno parece reducir la concepción del “derecho a la ciudad” desarrollada por Lefebvre a una cuestión de derecho a la vivienda (p. 14 y 91); en este sentido, y siempre según él, sería de imperiosa necesidad avanzar de un “derecho a la ciudad”, entendido en su dimensión más física y material, a un “derecho a la vida en la ciudad” (cursivas suyas). La cosa suena bien, siempre y cuando esto fuera cierto. Si bien la obra de Lefebvre puso un especial énfasis en la vivienda, ¿podemos afirmar que se detuvo ahí? ¿No juega también “la vida” un papel protagonista en las reflexiones de Lefebvre? Creo que un peinado a su obra, y rememoro mientras esto escribo pasajes, por ejemplo, de El derecho a la ciudad, perfectamente podría justificarlo. De manera que si esto es así, ¿tiene sentido tomar a Lefebvre simplemente como un precursor, al menos por lo que respecta a este tema, que habría que completar?

Hay pasajes de Moreno a propósito de la “ciudad de los quince minutos”, y que, salvedades aparte, podríamos encontrar buenamente en Lefebvre. Vaya un ejemplo: «La ciudad de los quince minutos (…) ofrece un ritmo distinto que permite disponer de tiempo para uno, para su familia y sus vecinos; permite multiplicar los usos de los lugares, suscitar el orgullo y el arraigo. Nosotros queremos recuperar ese tiempo perdido, en provecho de la creatividad, del tiempo social y del tiempo interior…» (p. 117). Pues bien, subido a los hombros de las reconocidas influencias antes explicitadas (Mumford, Jacobs…), Moreno anticipa la pertinencia de su proyecto: «con la ciudad de los quince minutos, he pretendido ir más allá integrando otras dimensiones» (p. 116, cursivas mías). En resumen, y expuesto de manera efectivamente muy concisa, se trataría de facilitar el alcance, reduciendo drásticamente el perímetro de acceso, a diversas funciones sociales −vivienda, trabajo, abastecimiento, educación, sanidad y ocio− a través de un modelo de ciudad policéntrica y deszonificada. Dicho de otro modo: el objetivo es articular una ciudad donde se pudieran desarrollar todas las actividades básicas en un radio de 15 minutos. Salta a la vista, qué duda cabe, el impacto que un modelo así tendría, por ejemplo, tanto en el congestionamiento típico de las ciudades (y su correlato medioambiental), como en la vida de las personas −mayormente mujeres− dedicadas a los cuidados.

Prosigamos. ¿Qué tiene esto que ver, si es que tiene algo, con la digresión lefebvriana anterior? Pues bien, a mi ver, la lectura particular que Moreno emprende de Lefebvre no solo es cuestionable, sino que puede resultar clave para entender lo único que, tal vez, se me ocurriría replicar a este modelo.

En un momento de su exposición, y de nuevo con sus gigantes como arietes (Mumford, Jacobs…), Moreno carga contra los denominados tecno-solucionistas, es decir, contra aquellos que defienden, en pocas palabras, que todos los problemas tienen una solución tecnológica (bien les haría leer el primer pecio de Ferlosio en Campo de retamas). Nada tengo que añadir a esta postura, pues comparto plenamente el sentir de la misma. Ahora bien, no dejan de inquietarme ciertos pasajes en los que Moreno parece deslizarse hacia posiciones cercanas, si no es que coincidentes, con lo presuntamente censurado. Si bien, por un lado, podemos leer que «la forma de las ciudades viene modelada por nuestros usos» (p. 116) o que lo que está en crisis, y requiere un cambio, es nuestro «modo de vida» (p. 118); por otro, también encontramos pasajes en los que abiertamente puede leerse que «se trata de obrar una transformación del espacio monofuncional», basada en la cercanía, la mixtura, la densidad y la ubiquidad (p. 120). Es más, en algún momento, se vaticina incluso que este modelo de ciudad podría convertirse en un “círculo virtuoso” capaz de transformar de esta guisa nuestras vidas y nuestra sociedad (p. 124). Dos observaciones se me ocurren a este proyecto. La primera tiene que ver con la ambivalencia arriba comentada: ¿los usos, los hábitos, las maneras de vivir modelan la ciudad, o la ciudad modela los usos, los hábitos, etc.? ¿O ni uno ni otro, porque ambos a la vez, sin solución de continuidad? La segunda está relacionada con el excesivo, además de ingenuo, protagonismo que Moreno le concede al tiempo. Huelga recordar su máxima: «la calidad de la vida depende directamente del tiempo de vida disponible» (p. 128). No puedo dejar de pensar en aquel célebre pasaje de Marx y Engels, tantas veces citado e incluido en La ideología alemana, donde se aventuraba un futuro comunista en el sería posible por la mañana cazar, por la tarde pescar y, entre medias, dedicarse a la crítica. Sea como sea, aceptaría, sin problemas, que una mayor disponibilidad del tiempo es condición necesaria para cambiar nuestras vidas; lo que no me queda tan claro es que sea de por sí suficiente.

Volvamos a Lefebvre. Más en concreto, al Lefebvre “de Moreno”. Repito: según él, el núcleo del problema no sería tanto el “derecho a la ciudad” (en el sentido restringido en el que él lo interpreta), cuanto “el derecho a la vida en la ciudad”. Y resulta curioso que así sea pues, en rigor, la ciudad de los “quince minutos” parecería una apuesta más centrada en lo espacial, que en transformar nuestra forma de relacionarnos socialmente (y, por lo tanto, de producir y consumir, de habitar, etc.). Es justo por este motivo que me parece heurísticamente interesante utilizar la lectura que Moreno ha realizado de Lefevbre. Me explico: lo que esta omite es precisamente el componente social (político, económico, etc.) de su obra, por lo demás, ausente o tratado tangencialmente en el análisis de Moreno. Como no se ha cansado de señalar uno de los mejores lectores de Lefebvre, Manuel Delgado, la morfología urbana condiciona pero no determina la actividad social. Y este es el reproche que, a mi juicio, cabría realizarle a esta propuesta: no me cabe la menor duda de que la “ciudad de los quince minutos” condicionaría (y para bien), en lo que me muestro bastante más escéptico es en que determine, tal y como apunta Moreno, una nueva sociedad.

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Fabio Vélez Bertomeu

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