El Barón Bermejo [Episodio LXVII. Residuos y galanura]
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Dejamos a nuestros caballeros en aquel arroyo fétido por el que corrían sombras rutilantes de marketing global: desaguadero, sumidero y albañal de La Ciudad Publicitaria, cloaca de la atmósfera plástica de su Iconoesfera. De aquellos lodos emergió el Tritonsecto, una mezcla transgénica de anfibio y artrópodo, que se arrojó sobre Artemio y le dobló un brazo sin que pudieran sus camaradas socorrerlo. El bicho a espaldas del emasculado escudero parecía querer pedir rescate a cambio de la liberación del muchacho.
Radón el Augur miró al monstruo con saña feroz intentando fascinarlo y aojarlo. Radón dominaba las antiguas artes de la fascinación y el aojamiento porque no tuvo padre ni madre y contó con Lady Violante de mentora, a la que se le saltaban los ojos de la cara cuando gruñía a sus párvulos…, o tal vez miró con saña al ogro porque Radón había perdido a su hija adoptada, Moira, y a su brother Aurelio, probador de camas de lujo…, o quizá malmiró al engendro porque había extraviado el penacho dorado de su orden caballeresca y desde entonces sentía como que le faltaba algo…; por todo eso o por otros motivos indefinidos e infinitos, que sólo la Diosa conoce, y como el bicho no cedía, Radón sacó de uno de sus bolsillos y arrojó al adefesio el santo escarabeo que le había regalado la curandera Haltamisa, con tal tino y por encima de la cabecilla de Artemio, que le vació un ojo al Tritonsecto, pero como su amuleto era un escarabeo sagrado de la resurrección, el monstruo no se desmejoró mucho ni renunció a sus aspiraciones, desconocidas por todos.
Al grito de “¡Haya mal grado el diablo!”, Tordés le arrojó entonces una pepita de san Ignacio que el animal agarró sacando su lengua para cazarla al vuelo. La saboreó, la tragó y por fin se relajó. “¡Plegue a Diana siempre bendita que tenga mal galardón!”, rezó Álex. Por fin, al rato, la cosa aquella soltaba a Artemio y perdía la quisicosa de su ánimo, para sorprender a todos transmutándose en piedra viscosa. Confirmaba así el principio de convertibilidad o de continuidad metafísica formulado por Anna F. Conway, según el cual todo espíritu creado, toda mónada, puede ascender o descender en la escala de sublimación y densificación, por eso “TÚ no puedes convertirte en ESE lagarto, pero puedes convertirTE en lagarto”.
– ¿Será posible?, ¿será posible? –se preguntaba Bermejo asombrado por la metamorfosis del esperpento, sin dar crédito a lo que veía- ¿Cómo es posible este salto de lo vivo a lo inerte? ¿Será verdad que ningún cuerpo es del todo indolente?
– El cambio continuo sucedió demasiado rápido para que pudiese ser percibido porque no se veían las etapas infinitésimas del cambio y así parecía haber caos donde en realidad se restablecía el orden.
– ¿Será posible?, ¿será posible? –insistía el barón.
– Todo posible es existidero como dijo el maestro Teófilo Leibnicio –respondió Radón.
– Todos los posibles insisten y desean colear en justas y connubios íntimos, pero no necesariamente existen todos los posibles, porque no todos son composibles y hay males necesarios, ¡qué sería del Quijote sin entuertos para enderezar, agravios que desfacer, sin doncellas escarnecidas y desvalidas viudas que socorrer!
– Lo que sé es que mi existencia –razonó Bermejo- es incompatible con la de Salmanto, caballero obscuro, y eso en cualquier mundo posible en el que Lynette sea libérrima y Misolinda espere y se solace con mi abrazo.
– Sí, no cabe duda, porque Salmanto es un descarado guarrindongo que se empacha con lo que desalma y preña en lugar de abrazarse a la dulce soledad del dron andante o volante, por eso le es forzoso rogar, fingir, temer, estar quejoso y desdeñoso con el ornato del mundo, pompa y circunstancia que ha sido, está siendo y será gestada y reproducida por la Diosa para satisfacción del que entiende (Radón el Augur).
– El desagrado incesante le viene al Querulante por un defecto de intelección. Es listo y astuto, pero no inteligente. Acabará rodeado de carroña y será podredumbre (Tordés).
– ¿Estamos soñando? –preguntó Bermejo señalando la piedra viscosa en que se había convertido el monstruo y sobre la que parecía ahora crecer liquen y musgo.
– Estamos despiertos, pero seguimos soñando (Tordés).
De repente, lo que quedaba del Tritonsecto saltó como una rana informe, sin ventanas, a la cloaca inmunda, siendo arrastrado por las aguas negras como un mojón de caca flotando como zurullo en costa abigarrada.
Como una radio que pierde su frecuencia, oían un rumor de heces deglutidas por cisternas y cañerías. Aquel streaming agresivo, descarga continua de secuencias, difusa difusión de consignas… Varios códecs se habrían roto en la Ciudad de Arriba y toda la basura comprimida en ellos había saltado al túnel, se había filtrado por los agujeros y resquicios de la ciudad de abajo y formaba charcos de suciedad y nubes de pestilencia, de adicciones, residuos y contaminación. Con esfuerzo lograron alejarse de aquel pandemónium, túnel adentro.
A estas alturas de la partida, se podía saber por las redes sociales que Salmanto había secuestrado a Lynette usando sumisión química. El astuto caballero felón vertió la pócima en un botijo de Moriles que la dama usaba. La arrastró medio inconsciente y acurrucada en Mercedes deportivo negro de dos plazas para encerrarla en su torre octogonal, edificada en mitad de la nada. Lynette, involuntariamente, se sentía muy a gusto en contacto con la piel antigua y bien conservada del asiento del copiloto de aquel carro de museo.
No tenía el Quejumbroso a la dama en una mazmorra ni le faltaba a la bella leche de hormiga, pero a la larga era fastidioso ver todos los días el mismo paisaje de trastos… ¡Y Lynette se aburría! Por eso, cuando al principio de su odisea Bermejo acabó con Pitufo de Gaula, ciberhermanastro del malvado caballero, el Quejumbroso se hizo también con la presencia de Misolinda, dueña reproductora y amiga del barón, para que diera compañía y cháchara a Lynette, pues se habían asistido sorores obreras en la Incubadora del Centro de Control Demográfico, donde se procedía a la selección embrionaria de caracteres genéticos con fines eugenésicos, se insertaban embriones en vientres alquilados o se hacían crecer en úteros artificiales, y donde también se inseminaba, a discreción y demanda de dueñas, con esperma selecto de caballero joven y zángano andante.
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Reducidas a la estética del ocio, casi siempre inferior a la del juego o a la del trabajo, Misolinda y Lynette entretenían sus espacialmente reducidas libertades de tiempo libre en uno de los salones del castro de Salmanto o torre salmantina de ocho lados.
– El romanticismo…, quiero decir los arrebatos románticos nos hace sentir incómodas porque nos avergonzamos de nuestras emociones. Combatimos la emoción cuando nos expone y desorganiza, porque sentimos que nos hace dependientes y puede que nos reduzca a servidoras o, peor, esclavas, de aquello o de aquel o de aquella que nos emociona -afirmó Lynette y enseguida mojó el ápice esponjoso de su lengua en golosina.
– Pero no es deseable glorificar la sequedad de un útero sombrío o la cortedad de grisexual -añadió Misolinda, que ese día, por estar de mejor humor, lucía uno de sus tres pechos al aire-. Prefiero el panromanticismo o quizá el birromanticismo al arromanticismo… ¡En cualquier situación u ocasión me declaro demisexual dehiscente!
– A este respecto, te cuento amiga… Conviví durante meses en la corte de Durazna con un caballero al que conoces bien. Éramos muy jovenes. Me sentía caída y perdida en amores. ¿Querrás creer, querida, que fui tan severa con mi inclinación que el zángano ni se enteró de ella? –preguntó retóricamente Lynette sacudiendo su coleta manchú.
– Es decir, que no supiste templar tu imaginación, pero sí disimular o contener su expresión. Hiciste bien: plaisir d’amour ne dure qu’un moment, chagrin d’amour dure toute la vie (Misolinda).
– Eso es de Claris de Forian, ¿no?
– Puede. Creo que se lo oí a Marina, artista masoca de performances.
– Mas, volviendo al asunto… ¡Cualquiera puede enfermar por causa de una pasión romántica! Ahí tienes a Tordés el Recto, amigo de Bermejo. Amó a Larisa como a ninguna otra dueña, se puede decir que como a su vida, aunque tengo eso por imposible. Estuvo tan enamorado de la eslava que cuando no estaba a su lado o le hablaba por el comunicador le salían granos, salpullidos, alergias, engordaba, caía enfermo, tomaba ansiolíticos, se afeaba, hasta que el Recto parecía el Quebrado o el Curvo… Mucho mejor le ha ido a su compa, el célebre caballero Radón, incorregible mujeriego. Aprendió pronto el arte de agradar en compañía de Gracián de Vasaltar, su cofrade de la Orden del Penacho Gualda… Ya sabes: la seducción primigenia consiste en hacer creer a la presunta presa que es singular, única, distinguida, distinta de la optimata estándar, muy especial. Luego están los principios de las artes de interesar, atraer, ilusionar, encantar, cautivar… (Lynette)
– Recuérdamelos, querida, por defenderme de esas mañas; prefiero andar sola y triste que permanecer cautiva; ¡el buey solo bien se lame! –pidió y exclamó Misolinda.
– Son técnicas complejas, sutiles maestrías y delicadas prácticas. Me limitaré al citarte estas: afectar modestia, lo primero, pero no debilidad. No mostrar satisfacción de sí, ni descubrirse descontento de nada ni satisfecho de todo. La alegría del tonto no mejora su crédito. Ya sabes, querida, que la gente no aplaude el mérito, sino la gracia, el éxito y el agrado.
– El “salero”, que decimos en Mediodía.
– Llámalo como quieras, pero añade también pizca de pimienta, guindilla y guardiolesca picardía. El caso es que resultan plausibles las piruetas de los que caen en gracia, y pueden caer en gracia por su rara joroba o en chorra por su estrella, que las hay caprichosas, o pueden conseguir admiración común por su industria o estrellarse por ella. La cortesía hechiza, levanta la pluma del ánimo concupiscible y del espíritu libidinoso, pero no sabemos dónde caerá, por tan móvil y ligero, tanto plumón. Y muchas hay que aborrecen de balde o de pronto, por su pronto a veces, sin saber el cómo ni el por qué, y vuelven a querer mañana al mismo que despreciaron hoy. Son como esas flores que se cierran de noche y se abren de día, o al verres. Estas arterías para simpatizar, agradar y embelesar involucran muchas facultades representativas: imaginación, memoria, fantasía, potestades creadoras de ilusiones. Sólo te platicaré que no exige la galantería recordarlo todo, ni aborrece la finura cortés el saber olvidar (Lynette).
– Es piadosa la memoria, porque esconde lo vergonzoso; aunque también villana, pues falta cuando es más menester.
– Mas es necia si acude Mneme o Mnemosyne cuando no conviene. Hágase Recuerdo prolijo en lo que da gusto y conciso en lo que da pena o aflige. Remedie Olvido el mal que no se puede reparar, pero no abandone a Remedio. Cuida, amiga, que no hay panacea universal para seducir. Debe una empezar por comprender la diversidad de temperamentos y genios, pues actos hay que para algunas son lisonja u ofensa y otras que toman el servicio por agravio. Hay quien prefiere compensar a agradecer. Si no se conoce el carácter ajeno, mal se le puede satisfacer. Los hay que creen entretener o fascinar con su elocuencia y aporrean espíritus con su facundia. Jamás oigas con placer a quien habla por escucharse. Para saber conversar y mostrarse amable en el trato hay que resistir y agradecer el escuchar con atención sincera, no simulada. Si quieres conocer un espíritu para poder aproximarlo y enlazarlo a tu intimidad, déjalo hablar: se enredará solo a las sedas de tu araña. Decía el caballero Vasaltar que el pulso, a las almas, se les toma en la lengua (Lynette).
– Poderoso músculo.
– Eso. Quien desee agradar debe huir de juzgar en demasía las razones del otro y excusar la censura de sus palabras. Pero use él las buenas y no las malas; estas llagan entrañas. La boca siempre llena de azúcar para confitar discursos, si anhelas que la besen. Imprescindible mostrar gustosa y ocurrente erudición para cada ocasión sin desdeñar lo noticiable que a la mente importa. Arrójese entero el caballero por el oído de su dama. Como ya tiene el no, nade en sus laberintos y entretelas en busca del sí con destreza. Toque corazón. No se conseguirá si no se intenta. Son mundos que se oponen y complementan –concluyó Lynette.
– Como dijo el príncipe melancólico de Éfeso, la alteración y fusión de contrariedades hermosea el universo y le sustenta; y si causa armonía en lo natural, mayor en lo moral, pues con la comunicación de extremos se ajusta un discreto medio –concluyó con enjundia Misolinda mientras pellizcaba su pezón central, ligeramente erecto, mora madura.
Continuará…
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José Biedma López