El gabán de Harpo Marx – Sexo gratis y muerte eléctrica – Una sinfonía de sonidos dislocados de Rafael Guardiola Iranzo

El gabán de Harpo Marx – Sexo gratis y muerte eléctrica – Una sinfonía de sonidos dislocados de Rafael Guardiola Iranzo

El gabán de Harpo Marx – Sexo gratis y muerte eléctrica – Una sinfonía de sonidos dislocados de Rafael Guardiola Iranzo

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El gabán de Harpo Marx – Sexo gratis y muerte eléctrica

Comentando La Rama Dorada de Frazer escribe el ingeniero y jardinero austriaco Ludwig Wittgenstein: “… la manifestación de la muerte, del nacimiento y del sexo, es decir, todo lo que el hombre a lo largo de los años, percibe sobre sí…. es evidente…. es aquello que realmente sabemos y nos interesa”. Es un dato radical e incorregible de nuestra humana condición, una verdad más profunda que el eterno retorno de lo idéntico, pues salpica hasta los confines de nuestro ser ahí, de nuestra existencia aherrojada. Arrastramos las cadenas freudianas de su imperativo y este nos condena a reconocer su autoridad agridulce.

Por eso se atreve Albert Camus a proclamar que el suicidio no es un mero fenómeno digno de estudio desde el punto de vista sociológico, al modo de Durkheim, sino que es el único problema filosófico verdaderamente serio. “Matarse –dice Camus-en cierto sentido, y como en el melodrama, es confesar. Es confesar que se ha sido sobrepasado por la vida o que no se comprende esta”. En algunos casos, los que más cerca han estado de los que han puesto fin a sus vidas o los que sintonizan con el absurdo de nuestra existencia han mandado esculpir en sus lápidas el lema “no hay nada después de la muerte”, como pude comprobar a mediados de los ochenta paseando por el cementerio civil de Madrid. Para todos ellos, para que confiesen, la sociedad de consumo debería financiar (en un acto “realmente suicida”), muertes dramáticas, teatrales y polimorfas, como las que proporciona la silla eléctrica. Y no hace falta recurrir para ello a la escenografía de Andy Warhol. Basta el anuncio bienintencionado de una ortopedia (véase la figura 1).

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Figura 1 – La ocasión la pintan calva

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Todo es posible en Palencia (véase la figura 2). Periodismo e hilemorfismo han encontrado un lecho de rosas en el que recostarse y refocilarse con desparpajo, pues son las mesnadas de Aristóteles las que nos guían en busca de la noticia. No estaba en los planes del desdichado conductor palentino que cesara su movimiento local artificial y menos por obra de un ser natural con alma vegetativa, desprovisto de alma sensitiva y racional. Sucedió “por accidente”, de modo no necesario. Pero también es “por accidente” que el redactor no haya sido capaz der deshacer la ambigüedad, provocando una simpática paradoja lingüística. Ni el más osado de los buenos poetas ha sido capaz de emborrachar a los árboles del Parnaso para solaz de sus lectores más devotos. Alguno habrá, desdichado y felón, que los haya censado y documentado, en un ataque de burocratitis aguda. No obstante, en nuestro caso, en Palencia, parece que abundan los árboles sin papeles.

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Figura 2 – Los accidentes y el alma vegetativa

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Según Kant, ese amante del vino de Oporto y el abadejo del Báltico, las acciones humanas pueden clasificarse en tres grupos. Las acciones son contrarias al deber, cuando violan la ley moral, cuando se desajustan salvajemente con los preceptos que emanan de nuestra propia condición. Conforme al deber son aquellas acciones que se ajustan a la ley por motivaciones ajenas a la moralidad, buscando así el interés (como casarse conmigo por dinero, por ejemplo). Las auténticas acciones morales son las que se ejecutan por respeto a la ley, por el estricto cumplimiento del deber, sin escatimar aventuras ni sacrificios. Mi acción sería irreprochable moralmente si cortase en dos el cráneo de un periodista palentino con una motosierra para eliminar así el cosquilleo de las patas de una mosca que se deslizaba por su nariz (tal vez el malogrado díptero estaba ebrio e iba indocumentado). La intención es lo que cuenta, sugiere Kant. Mas los que simulan la muerte con su flotación en tierras gallegas actúan claramente en contra del deber, pues toman a los socorristas como un medio y no como un fin en sí mismo y mienten como bellacos. De ahí la sabia advertencia que contiene un cartel que proclama la prohibición de conductas tan procaces y que atentan contra la dignidad humana. (véase la figura 3). Siempre hay que “nadear” a favor de la corriente, por el deber, pertrechados con nuestras buenas intenciones. El resultado no importa, ni siquiera cuando se trata de los efectos de la cirugía en el cuerpo de Leticia Sabater.

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Figura 3 – «Nadear» en contra del deber

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Sólo con 500 dólares, los varones heterosexuales y las mujeres lesbianas pueden recubrir su entierro con un halo de misterio y sensualidad, permitiéndoles pasar a la posteridad (véase la figura 4). ¿Quién será esa dama enlutada, que oculta su mirada tras unas gafas negras y la lujuria en sus medias, encajes y el escote de su vestido? ¿se trata de una inspectora de Hacienda? ¿es “el Dioni” disfrazado de viuda negra? Como uno de los signos de los tiempos consiste en construirnos nuestro “avatar” para transitar por las autopistas y carreteras comarcales de las redes sociales no ha de extrañarnos este tipo de proposiciones deshonestas. Lo malo es que ya no podremos gozar con este ardid de la Razón tras perder la partida de ajedrez con la parca. De momento, los transhumanistas no pueden evitarlo.

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Figura 4 – Secretos y mentiras

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En cualquier caso, demos gracias a los fabricantes de artefactos. Sus consejos y advertencias evitarán nuestra fulminante y unánime crucifixión, prolongándose así, sin cirugía, nuestro paso por este triste valle de lágrimas (véase la figura 5). Eso sí: procuremos la crucifixión de los demás por medio de esas “cajas de conexión” con las que podemos mantener una animada conversación. Es un hecho que estamos interconectados virtualmente gracias a la red de redes aunque esta cópula no nos reporte ningún intercambio electrónico de fluidos. Por otro lado, hay que tener en cuenta que los clavos de la crucifixión nos apuntan, sin curvas, diciéndonos: la bolsa o la vida (sin saber que la bolsa está ya en poder de la viuda negra y la vida en el bolsillo de Ortega y Gasset, mezclada con las hebras de la razón). ¿Nos dejaremos penetrar por su filo, como San Sebastián o los penitentes filipinos en Semana Santa? Camina o revienta, como Eleuterio Sánchez, para evitar la inestabilidad y el daño más profundo.

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Figura 5 – Ya te lo había advertido

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La muerte es una garantía de victoria en Teruel (véase la figura 6). El todo social obtiene su cohesión en estas latitudes gracias a las actividades deportivas y el noble patrocinio de una funeraria que pone toda su carne en el crematorio. La muerte es vida. La muerte es una fuerza que se alía fácilmente con el lanzamiento de martillo, el salto de altura, la gimnasia rítmica y hasta con las carreras de sacos y la petanca ejecutando una simpar danza macabra. Cuando sobreviene la muerte, cesa el daño más profundo de la crucifixión, dejamos de “nadear” para sumergirnos en el vacío, las sillas eléctricas detienen su marcha triunfal y nuestro avatar se desvanece junto con nuestra capacidad de simulación. Y nuestra máscara pierde finalmente su expresión, a pesar de las plañideras, llorando nuestra insignificancia (véase la figura 7).

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Figura 6 – San Jorge y el Dragón

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Figura 7 – Solos en el Cosmos

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Rafael Guardiola Iranzo

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