Faltonia Betitia Proba y Elia Eudocia, dos audaces transmutadoras del lenguaje poético clásico – María Elena Arenas Cruz

Faltonia Betitia Proba y Elia Eudocia, dos audaces transmutadoras del lenguaje poético clásico
***

***
Faltonia Betitia Proba y Elia Eudocia, dos audaces transmutadoras del lenguaje poético clásico
En la sección Un espejo en que leerse, dedicada a la presentación y conocimiento de escritoras antiguas, vamos a hablar de dos curiosas e interesantes poetas, Faltonia Betitia Proba y Elia Eudocia. La primera vivió en el siglo IV y la segunda en el V de la era cristiana, pero tienen suficientes puntos en común como para que hablemos de ellas a la vez. Nacidas en el seno de familias aristocráticas no cristianas, ambas recibieron una esmerada formación en los poetas y oradores de la antigüedad greco-romana, ambas se convirtieron posteriormente al Cristianismo y las dos decidieron poner los textos antiguos al servicio de la nueva fe a través de la composición de un extraño género literario: el centón.
Quienes recuerden nuestro anterior podcast, el dedicado a Safo, se preguntarán cómo es posible que entre el siglo VII a. C. y el siglo IV d. C., es decir, en ocho siglos, no haya habido otras escritoras a las que dedicar nuestra atención. La respuesta es que sí las hubo, pero de la mayoría solo conocemos el nombre, y en cuanto a sus obras, apenas nos han llegado frases sueltas, extractos o breves alusiones de terceros. De entre todas estas escritoras griegas y romanas, las filósofas son las que cuentan con más referencias; no así las poetas o narradoras, que han sido cuidadosa y pertinazmente borradas y olvidadas por generaciones de historiadores de la literatura poco amigos de reconocer otro espejo en que leerse más allá del que los refleja a sí mismos.
Así pues, damos un enorme salto en la Historia de la Literatura para llegar a los siglos IV y V de la Era cristiana, unos tiempos especialmente convulsos en los que Proba y Eudocia desarrollaron su talento. Hay que recordar que, después de las persecuciones de Diocleciano contra los cristianos, y ante el crecimiento exponencial de estos, el emperador Constantino toma dos decisiones determinantes: proclamar, en el año 313, la libertad de culto en el imperio (Edicto de Milán) y, años más tarde, promocionar el Primer Concilio de Nicea (325) como espacio de mediación entre los distintos bloques cristianos. A los católicos se les devuelven los bienes confiscados durante las persecuciones, y a la Iglesia se le otorgan numerosos privilegios, entre ellos, la inmunidad fiscal de los clérigos, la capacidad jurídica de los obispos o la financiación directa del Estado para construir lugares de culto. Los sucesores de Constantino van a apuntalar aún más, a lo largo del siglo IV, las estructuras jerárquicas de la Iglesia y lo harán desplazando la escala meritocrática desde el ámbito de la burocracia al terreno eclesiástico. Ello dio lugar a que gran parte de la aristocracia romana comprendiera que, para acceder a los puestos de poder, debía convertirse al Cristianismo y asumir como propias las nuevas instituciones. Así se explica que, a pesar de la tentativa del emperador Juliano de impedir la persecución del paganismo, el proceso de cristianización hegemónica no tuviera vuelta atrás: la cuarta centuria terminará con la proclamación del Cristianismo católico como única religión oficial del Imperio gracias al emperador Teodosio. Empezó entonces lo que Catherine Nixey ha llamado “la edad de la penumbra”, el gran período de destrucción que empieza en el siglo V. Es ahora cuando se generaliza la prohibición explícita y la censura de todo lo que tuviera que ver con los cultos y las tradiciones culturales no cristianas. Ello dio lugar a la proliferación de grupos de fanáticos cristianos extremadamente violentos que destruyeron templos, escuelas y bibliotecas y persiguieron con saña a pensadores, filósofos y científicos. Es en este contexto donde se produjo el brutal asesinato de Hipatia de Alejandría.
Si bien esto es cierto, para lo que ahora nos interesa hay que decir que, antes de la destrucción metódica de la cultura greco-romana, hubo un largo período previo de apropiación y reinterpretación, en el que los intelectuales cristianos absorbieron lo que consideraron bueno y lo reescribieron con otro significado. Proba o Eudocia son, en este sentido, un buen ejemplo: formadas en el aprendizaje de la cultura clásica greco-romana, pero entregadas a una nueva fe, fueron capaces de apropiarse de los textos antiguos, de su estilo y contenido, y a través de un proceso de cambio y adaptación, transvasarlos a un contexto ideológico y cultural diferente, otorgándoles un significado nuevo. ¿Cómo lo hicieron? Pues escribiendo un centón.
El centón era una clase de textos que se puso de moda allá por el siglo II d. C. como ejercicio escolar. Consistía en tomar versos de los grandes poetas, sobre todo de Virgilio, y combinarlos para escribir un texto nuevo. Pero es en los siglos IV y V d. C. cuando la poesía centonaria alcanza su apogeo, precisamente en el momento en que la tradición judeo-cristiana se esfuerza por anular y reinterpretar la tradición literaria greco-latina.
Hablemos, por tanto, de las dos escritoras a las que vamos a dedicar este Espejo en que leerse, empezando por Faltonia Betitia Proba. A pesar de los pocos datos biográficos que tenemos, se sabe que debió nacer alrededor del año 322, en el seno de una familia aristocrática de la Roma imperial decadente. De su estirpe se conocen cónsules y gobernadores y fue esposa de un prefecto de la ciudad de Roma, por lo que podemos deducir que nuestra protagonista gozaba de una elevada posición económica y social. Faltonia y su esposo se convirtieron al Cristianismo hacia el año 352 y unos diez años después ella escribiría el Carmen sacrum, un centón sobre la vida de Cristo compuesto exclusivamente con versos extraídos de textos del poeta romano Virgilio. A pesar de que Jerónimo la llama “anciana charlatana” y la acusa de tergiversar las Escrituras, y a pesar de que algunos papas incluyeron su poema en la lista de libros apócrifos por contener elementos doctrinales heterodoxos, la obra de Proba gozó de una gran aceptación y difusión entre sus contemporáneos; de hecho Isidoro de Sevilla (c. 556-636) incluye a nuestra autora en su repertorio de hombres ilustres, y el Carmen sacrum es adoptado como texto de estudio en las escuelas monásticas de gran parte de Europa a lo largo de la Edad Media.
Para hacernos una idea del centón de Proba, leamos un fragmento del relato de la emboscada, captura e interrogatorio de Jesús.
Entretanto, la Aurora, elevándose, abandonó el Océano. Ya los sacerdotes llenan todo el lugar con sus quejas, junto al pueblo y a los ancianos, y se alza un clamor entre la multitud. ¿Qué clase de hombres son estos? ¿Qué patria tan bárbara avala esta costumbre? Piden castigos sangrientos. Llegados de todos lados siguen con un gran griterío al inocente y el vulgo innoble se enfurece. El sol brillante se eleva hasta el medio de la bóveda celeste, cuando, de pronto, todos, el pueblo y los sacerdotes, le exigen que se acerque y le ordenan decir cuál es su linaje, qué busca y qué ofrece. Al contemplar las admirables proezas del hombre, una mezcla de asombro y envidia los exalta —¡oh ignorancia de los hombres!— y compiten por ultrajar al cautivo.
Para construir este episodio, la autora se valió de aquellos versos de Virgilio que en La Eneida aluden al engaño, la traición, la violación de tratados de paz o el salvajismo de una multitud movida por un impulso irracional. Era un procedimiento que le permitía generar ecos y recuerdos en sus lectores, para que establecieran un diálogo entre el contexto literario y cultural virgiliano y el cristiano.
En cuanto a nuestra segunda protagonista, Elia Eudocia nació en Atenas, allá por el año 401 d. C. y su padre, el filósofo Leoncio, uno de los últimos expertos en retórica de la ciudad, le dio el nombre de Athenáis. Por estas fechas, Atenas, era una ciudad que hacía gala de cierta tolerancia religiosa, de manera que los hijos e hijas de las familias aristocráticas recibían una esmerada y muy completa formación en los saberes humanistas clásicos. Athenáis estudió literatura, retórica, matemáticas y astronomía. Con este bagaje y sin dinero, pues al parecer sus hermanos la habían despojado de su patrimonio al morir su padre, Athenáis se trasladó a Constantinopla. En la corte, su belleza y su inteligencia llamaron la atención de Pulqueria, la hermana del emperador, que la hizo su dama de compañía. Allí Athenáis se convierte al Cristianismo, es bautizada con el nombre de Elia Eudocia, y se casa con el joven emperador Teodosio II, llegando a recibir el nombre de emperatriz augusta. Tras una peregrinación a Jerusalén (438-439 d. C.) y una visita a Antioquía, de vuelta a Constantinopla Eudocia se vio envuelta en varias intrigas palaciegas, entre ellas la, a todas luces falsa, acusación de infidelidad. Decidió entonces regresar a Jerusalén, donde se instalaría definitivamente en torno al año 443 d. C. Los años siguientes la emperatriz los dedicaría a fundar iglesias y monasterios, a proteger a poetas y filósofos cristianos, paganos y judíos y, sobre todo, a escribir. Murió en Jerusalén en el año 460 d. C. en loor de santidad.
La mayor parte de sus obras conocidas se han perdido. Nos referimos a los Poemas en honor al rey Teodosio, vencedor de los persas (c. 422), el Discurso en alabanza de Antioquía (444 d. C.), la Metáfrasis de las profecías de Zacarías y de Daniel, o la Metáfrasis del Octateuco. De esta última, un extenso poema en hexámetros dactílicos en el que la autora explica ocho libros de la Biblia, solo se conservan dos versos. Los únicos textos de la emperatriz Eudocia que han llegado a nuestros días son el Poema en honor de los santos Cipriano y Justina (440 d. C.) y los Homerocentones o Centones homéricos.
Como ya hemos señalado, un centón era un texto que se construía engarzando versos de un autor de prestigio, combinados de tal manera que resultaba un significado diferente. Siguiendo el ejemplo de los centones virgilianos, como el de Proba, los cristianos cultos de Oriente hicieron lo mismo utilizando las obras de Homero. El centón de Eudocia, que trata de la vida de Jesucristo, es una reelaboración ampliada de una tosca versión anterior redactada por el obispo Patricio. La emperatriz completó el texto, ordenó los episodios siguiendo la historia bíblica, y lo dotó de elegancia y personalidad, utilizando para ello versos de la Ilíada y la Odisea.
Tanto Proba como Eudocia demostraron con sus centones una asombrosa habilidad a la hora de seleccionar y articular las citas de Homero y Virgilio y reubicarlas en un texto nuevo para dotarlas de otro sentido. Construyeron así un entramado intertextual con el que pretendían vincular las dos visiones del mundo en las que vivieron: los rescoldos de la rica tradición clásica en la que se habían formado en su juventud, y que estaba siendo destruida a sangre y fuego, y la nueva cultura que se iba imponiendo y que tan voluntariosamente adoptaron en su madurez ambas escritoras. Merece la pena, por tanto, resaltar y rescatar del olvido a Faltonia Betitia Proba y a Elia Eudocia, por su indudable capacidad y creatividad, como dos figuras representativas de la literatura de la Antigüedad tardía, tan compleja en su dinámica cultura.
*
*
***
María Elena Arenas Cruz
___________________________
Bibliografía consultada
ARBEA, Antonio, “El Carmen sacrum de Faltonia Betitia Proba, la primera poetisa cristiana”, recogido en https://web.uchile.cl/publicaciones/cyber/11/arbea.html
JORGENSEN, Karen Jo, Cuando las mujeres eran sacerdotes, Córdoba, Ediciones El Almandro, 1993.
LA FICO GUZZO, María Luisa, “Del Héroe guerrero virgiliano al Héroe mártir cristiano en el Cento Probae (siglo IV)”, en FLORIO, R. (dir.), Varia e diversa. Épica latina en movimiento: sus contactos con la Historia, Universidad Nacional del Mar del Plata, 2018, pp. 113-156.
NIXEY, Catherine, La edad de la penumbra. Cómo el Cristianismo destruyó el mundo clásico, Barcelona, Taurus, 2017.
PRIETO DOMÍNGUEZ, Óscar, “Historia del centón griego”, en Estudios griegos e indoeuropeos, 19 (2009), págs. 217-232.
SOTTOCORNO, Estefanía, “Una ilustre mujer entre los prohombres de Isidoro de Sevilla”, en Sincronía, nº 72 (2017), recogido en https://www.redalyc.org/jatsRepo/5138/513852524020/html/index.html
VILLARRUBIA MEDINA, Antonio, “Notas generales sobre la poesía de Eudocia Augusta”, en HABIS, 39, (2008), págs. 335-261.
About Author
Related Articles

Aspasia & Diótima: una prostituta y una sacerdotisa en los «Diálogos» de Platón – Inmaculada Morillo Blanco
![Christine de Pizan, la pluma en defensa de las mujeres – [Con motivo del Día de las Escritoras – 19 de Octubre de 2020] – Inmaculada García Haro](https://cafemontaigne.com/wp-content/uploads/P-1-1-248x165_c.png)
Christine de Pizan, la pluma en defensa de las mujeres – [Con motivo del Día de las Escritoras – 19 de Octubre de 2020] – Inmaculada García Haro
