Imaginando, a vista de Pájaro, la música del cosmos – Cucho Valcárcel

Imaginando, a vista de Pájaro, la música del cosmos – Cucho Valcárcel

Imaginando, a vista de Pájaro, la música del cosmos

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Imaginando, a vista de Pájaro, la música del cosmos

Hace un tiempo, fue enviada al espacio una sonda con información relevante; considerada como representativa de nuestra especie y del conjunto de sus civilizaciones: una muestra significativa de aquello que identifica al ser humano como tal, por si hubiera otras existencias fuera de nuestro planeta. Entre dicha información, como no podía ser menos, se adjuntaban ejemplos que constituían pilares fundamentales del patrimonio de la humanidad y, efectivamente, se incluyeron obras artísticas o ejemplos de éstas en sus diferentes manifestaciones: música, pintura, escultura, arquitectura, fotografía, instalación, acción, literatura, danza, arte dramático, etc. A través de la sonda espacial, viajaron fuera.

En lo concerniente al arte musical, no obstante lo pretendido, no parece posible la comprensión del lenguaje de la música del Homo Sapiens ¿Sapiens?, por ejemplo, por parte de inteligencias extraterrestres, por ser este lenguaje una sombra de una sombra –de lo que realmente es la música en origen–, es decir la proyección de lo que es o tal vez sea la música. Pero explicaremos este asunto:

Tal como surgió en nuestra civilización el concepto de música, nada tendría que ver «lo que suena» con ésta. Música era –y a algunos nos lo sigue pareciendo– la capacidad del individuo para comprender el movimiento planetario, las proporciones matemáticas que se dan en el cosmos (órbitas de traslación y rotación de esferas, distancias entre objetos, equilibrio de fuerzas de atracción y rechazo, etc.), la llamada música de las esferas. Desde ese punto de vista, sería posible que una inteligencia externa –o extraterrestre– asimilara o descifrara este lenguaje que, por otra parte, tampoco es la propia música –siempre caduca y efímera, por ser circunstancial al tiempo en que se produce–. Ésta, sucede en el tiempo y, con él, se extingue. No ocurre, sin embargo, con la escultura, por ejemplo.

En cualquier caso, nunca la música es la misma aun cuando ésta sea portadora de un mismo lenguaje musical –hablamos, claro, de la interpretación tan distinta que sugiere una misma música escrita, ya en manos de individuos diferentes, ya de épocas también distintas o en momentos de ejecución e interpretación incluso próximos en espacio y tiempo–. En la escultura, los productores imaginario y fáctico coinciden; son el mismo individuo. En la música, ambos productores suelen estar separados: uno, crea la obra; otro, la ejecuta y le da vida para los demás (oyentes/escuchantes). Por otra parte, hicieron falta un Mozart y un Beethoven para recorrer el camino que, en pintura, hizo sólo un Goya; pero esto es otra historia que, ahora, se aleja demasiado del propósito de este escrito.

Pues bien, desde el punto de vista sonoro es imposible una comunicación extra-terrestre: la ausencia de aire fuera de la atmósfera imposibilita la transducción del cambio de presión molecular, absolutamente imprescindible para que una vibración llegue a estimular la membrana de un oído capaz de convertir dicho movimiento mecánico en un impulso eléctrico; capaz, a su vez, de producir una descarga eléctrica en el cerebro que genere la imagen sónica. Sí, porque el sonido es una imagen «intracerebral». La vibración de la fuente sonora nunca llegaría a ser sonido y, éste, sólo existe en el cerebro humano; por tanto, fuera de él nada tenemos que se pueda llamar sonido –aunque nos resulte incomprensible, misterioso y mágico–. El sonido, como materia prima de la música, es un «constructo» del cerebro animal.

El Concierto para clarinete y orquesta, en La mayor, K. 622, de Wolfgang Amadeus Mozart, que muchos asociarán al film Out of Africa, jamás sería percibido «sonoramente» en el cosmos por aquellas inteligencias extraterrestres, aunque sí pudieran descifrar lo intrínseco del lenguaje matemático y, a partir de este, deducir la «semántica sonora». Con todo, carecerían de la información cultural circunstancial, la información contextual, los a priori que preparan al individuo de cada civilización para interpretar y decodificar signos y señales que se conviertan en conceptos con o sin significado, pues la música, per se, es asemántica. ¿De qué sirve, entonces, enviar un «mensaje» sin mensaje? La música es un mensaje sin mensaje, por lo que no es mensaje. Aunque les facilitáramos un manual de instrucciones, al no poseer en su sistema límbico la imagen sónica, sería imposible que conocieran, dichos extraterrestres, qué entendemos hoy por «música». Ésa es la gran limitación del arte: necesitamos un «manual de instrucciones» para empezar a asimilar en proximidad al creador o creadora. Dota de significado a la música lo que nosotros deseamos que la dote: imágenes retinianas y memoria, asociaciones y connotaciones, sensaciones y percepción.

Frente a cualquier definición del tipo “La música es el arte de combinación de sonidos”, cabe argumentar que la música es la habilidad humana –y sólo humana– para la comprensión del universo –mejor dicho hoy, del multiverso–. El conocimiento de las proporciones matemáticas que se dan en el cosmos es la matriz de lo que a nosotros ha llegado como música; que es lo que «suena», lo que «nos suena». La música, tal como hoy se entiende, sólo es la sombra de lo que en su origen fue la música. A nadie se le ocurriría pensar que mi sombra soy yo, sino una proyección bidimensional de un objeto-sujeto tridimensional –que sí soy yo–.

Una cueva, una piedra erosionada e, incluso, un paisaje, existen en la naturaleza sin la intervención humana. Sin embargo, la música no existe de manera natural, pues es un invento de nuestra especie y que desaparecerá con nosotros; con nuestros cerebros. Arquitectura, escultura y pintura existen fuera de nuestro planeta; la música necesita del aire para existir, por lo que es un bien escaso, efímero e irrepetible; inencontrable fuera e incomunicable por tanto.

Finalmente, la MÚSICA, como objeto sonoro, no existe, sino sólo como invento y reinvento de nuestra existencia, que utiliza la otra música (la sonora, la que no es MÚSICA) como medio y no como fin. Las sondas espaciales viajeras o viajantes no llevaban MÚSICA, sino sólo el eco de ésta.

Siendo nuestra estructura, como Homo Sapiens ¿Sapiens?, tridimensional ¿cabría pensar que podemos ser la proyección de un «objeto» tetradimensional –o sea el Tiempo– cual es el caso de la escultura?

La música –como la escultura y el multiverso– no suena.

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Cucho Valcárcel

Septiembre de 2008

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Nota

El presente artículo fue publicado originalmente en Buscando la luz, p. 69-86. Universidad de Jaén. ISBN: 978-84-8439-424-2 . DL: J-614-2008)

Categories: Caffè Monteverdi, Música

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