La Historia no ha muerto: a propósito de «Tākurunnā, el país de los Nafza: un estudio histórico y arqueológico sobre el enclave de Nina Alta», de Virgilio Martínez Enamorado – Rafael Guardiola Iranzo

La Historia no ha muerto: a propósito de «Tākurunnā, el país de los Nafza: un estudio histórico y arqueológico sobre el enclave de Nina Alta», de Virgilio Martínez Enamorado – Rafael Guardiola Iranzo

La Historia no ha muerto: a propósito de Tākurunnā, el país de los Nafza: un estudio histórico y arqueológico sobre el enclave de Nina Alta, de Virgilio Martínez Enamorado

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La Historia no ha muerto: a propósito de Tākurunnā, el país de los Nafza: un estudio histórico y arqueológico sobre el enclave de Nina Alta, de Virgilio Martínez Enamorado

El investigador judío Salomon Munk hizo en 1846 un brillante descubrimiento historiográfico en la Biblioteca Nacional de París: el filósofo Avicebrón, celebrado por los pensadores cristianos, no era otro que el filósofo y poeta judío Ibn Gabirol, nacido en Málaga hace mil años. En la obra de Ibn Falaquera Liqutim min Sefer Meqor Hayyim, que vio la luz ya en el siglo XIII, se ofrece un extracto en hebreo del Fons Vitae de Ibn Gabirol, la obra filosófica central del malagueño, a quien los cristianos veneraban únicamente como poeta. A través de este hilo, Munk logró desenredar la madeja.

Virgilio Martínez Enamorado, un historiador malagueño aguerrido y entusiasta, natural de Casabermeja, ha resuelto un misterio que ya se planteó en la adolescencia, como lo fue en su día la identidad de Ibn Gabirol, tras quince años de trabajo tenaz y paciente: el centro administrativo de Tākurunnā, el legendario país andalusí de los Nafza, no se encontraba en Ronda, sino en el enclave de Nina Alta, un espacio situado actualmente, en su mayor parte, en el municipio de Teba. Tākurunnā fue una cora o provincia omeya (siglos VIII y IX), de población bereber, dedicada a la agricultura y la ganadería, que se extendía a lo largo de la comarca de la Serranía de Ronda, sin castillos ni fortificaciones, aprovechando la intimidad y el refugio de la orografía para custodiar su deseo de no someterse dócilmente a la estructura estatal.

El historiador ha querido mostrar su descubrimiento, con argumentos sólidos, en el corazón de la Medina de Málaga, en el Ateneo de la ciudad, en un acto polivalente presidido por su presidente, Miguel Tello, y ante un público entusiasta, aparentemente al margen de la actualidad informativa. Su obra, Tākurunnā, el país de los Nafza: un estudio histórico y arqueológico sobre el enclave de Nina Alta (Teba, Málaga), editado con mimo en dos volúmenes (historia y arqueología) por el Ayuntamiento de Teba y la editorial La Serranía, es uno de esos libros “que hay que tener”, en palabras del autor y que honran a la actividad científica por su rigor y espíritu enciclopédico, añado yo. Definitivamente, la Historia –así, con mayúsculas- no ha muerto, a pesar de los vaticinios apocalípticos, y goza de buena salud.

Lo que está muerto y sepultado desde los tiempos de Marx y Nietzsche es el rancio historicismo de corte empirista, aficionado a coleccionar hechos y fechas deshabitadas, así como la altiva visión romántica y nacionalista que apela a una entidad fantasmagórica, el “Espíritu del Pueblo” (Volksgeist), como sujeto del devenir humano. Tampoco nos vale como argumento el recurso a la depauperación o extinción de las ideologías, al modo de Francis Fukuyama, ni la invasión del mundo de los hechos por las veleidades de un emotivismo exacerbado o el relativismo posmoderno. El profesor Virgilio Martínez Enamorado confiesa que ha decidido, en este caso, y enarbolando el estandarte de la ciencia, “romper la magia” que se apodera de los amantes de lugares míticos como la Atlántida de Platón o los confines de Narnia de C.S. Lewis. Esta magia se conserva a buen recaudo en la ficción fílmica o literaria, como nos muestra el Profesor José Miguel García de Fórmica-Corsi en su libro Edad Media soñada (Marbella, Algorfa, 2020).

La profesora Isabel Rodríguez Alemán trazó los perfiles seductores de un investigador impenitente que, gracias a sus estudios históricos y arqueológicos, nos habla de seres humanos y de nuestra humana condición. La tarea del investigador no es otra que estudiar, proteger y divulgar, y Virgilio tiene el don de entusiasmar con sus múltiples proyectos a alumnos, doctorandos, colegas y gestores culturales de lugares diversos. Es también un verdadero maestro de la amistad.

El que fuera embajador de la UNESCO en Túnez, Francisco Carrillo Montesinos, subrayó el papel de la cultura bereber en Al-Ándalus y las vías de comunicación entre la península ibérica y el norte de África. Es probable que los primeros pobladores de Tākurunnā procedieran de tierras tunecinas y allí regresaron con el tiempo algunos habitantes de Al-Ándalus. Y aunque nos cueste reconocerlo, debido a resabios casticistas y románticos, la presencia árabe en Al-Ándalus fue muy reducida, en comparación con los pobladores venidos del norte de África.

Pero, ¿qué valor pueden tener los descubrimientos históricos de tiempos tan lejanos? El alcalde de Teba, Cristóbal Corral Maldonado y la demanda vecinal tienen la respuesta: la revisión de las actitudes y el proceder de nuestros antepasados ante las necesidades y problemas colectivos no solo sacian nuestro deseo de saber, sino que nos proporcionan las claves para abordarlos en el presente. Podemos aprender, por ejemplo, gracias a la historia, cómo organizar racionalmente el abastecimiento y la distribución del agua o las medidas para afrontar una epidemia, socializando el conocimiento. La defensa y conservación del Patrimonio Histórico es imprescindible en una sociedad abierta.

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Rafael Guardiola Iranzo

Categories: Historia

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