“Lo que nos une es la lengua; lo que nos separa, una conciencia aguda de la literatura nacional” – Sebastián Gámez Millán entrevista a Juan Malpartida – I

“Lo que nos une es la lengua; lo que nos separa, una conciencia aguda de la literatura nacional” – Sebastián Gámez Millán entrevista a Juan Malpartida – I
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“Lo que nos une es la lengua; lo que nos separa, una conciencia aguda de la literatura nacional” – Sebastián Gámez Millán entrevista a Juan Malpartida – I
Después de dirigir durante 9 años Cuadernos Hispanoamericanos, Juan Malpartida (Málaga, 1956) deja este cargo al llegarle la hora de jubilarse. Ahora sus responsabilidades se concentrarán más en vivir, en leer, en la creación literaria, en la familia y los amigos, ocupaciones que nunca abandonó. Aunque su obra ha sido reconocida con el Premio Anthropos de Poesía por Espiral (1989), el Premio Bartolomeu March al mejor artículo de crítica literaria en 2003 (“Ezra Pound en su laberinto”), el XI Premio de Poesía Fray Luis de León por A un mar futuro (2011) y el Premio Ciudad de Barbastro por la novela Camino de casa (2015), tengo para mí que su reconocimiento no es proporcional a la calidad de su obra. Ha cultivado con claridad y hondura casi todos los géneros literarios: desde la poesía (Huellas. Poesía 1990-2012) al ensayo (Margen interno. Ensayos y semblanzas, 2017) o la monografía (Antonio Machado. Vida y pensamiento de un poeta, 2018; Octavio Paz: un camino de convergencias, 2020), desde el diario (Al vuelo de la página, 2011); Estación de cercanías, 2015) a la novela (Señora del mundo, 2020), con incursiones en géneros intersticiales, (Mi vecino Montaigne, 2021), siempre con una altura literaria y de pensamiento notable. Y cuando sucede esto tal vez se deba a que por falta de ilustración los lectores y la crítica no estemos a la necesaria altura de las circunstancias.
SGM: En “Tiempo de adiós”, su despedida después de dirigir durante 9 años Cuadernos Hispanoamericanos, y de casi treinta y dos años leyendo y escribiendo para ella, se muestra felizmente agradecido, si se me permite el pleonasmo. ¿Qué ha significado para Juan Malpartida dirigir Cuadernos Hispanoamericanos?
JM: No es fácil responder a esto, porque son muchos años y la respuesta abarca lo estrictamente laboral, algo nada desdeñable, la relación con los directores y personal de la revista y, finalmente, mi propia experiencia como director. Obviamente está el aspecto intelectual: los descubrimientos de autores y libros, la relación episódica o continuada con escritores hispanoamericanos o europeos. Pero puesto a decir algo, te diré que ha sido una escuela continuada en la que he tenido cientos de maestros. Recuerdo la llegada a la redacción, al poco de yo comenzar como jefe de reacción, de Gonzalo Rojas, de Sologuren. Además, casi todos los años viajaba a América, sobre todo a México, o a la feria del libro de Miami, y también Puerto Rico, Venezuela, Chile. Son viajes en los que conocí a escritores muy diversos, continué la amistad con algunos. Solía ir como escritor y como jefe de redacción primero y luego director. Así conocí a Blanca Varela, con la que tuve alguna amistad, a Álvaro Mutis, Bioy Casares, José Balza, Perlonger, Haroldo de Campos, Salvador Elizondo, Eugenio Montejo, Rafael Cadenas, Manuel Ulacia Altolaguirre y tantos otros. Con el poeta cubano residente en Miami, Orlando González Esteva, al que conocí en un congreso en Sâo Paulo en 1990, me une hasta el presente una gran amistad. Pero la verdad es que yo conocía un poco la literatura hispanoamericana desde mi adolescencia, sobre todo la poesía, y te puedo contar que viviendo en 1977 en Río de Janeiro, fui en autobús hasta Buenos Aires a conocer al poeta Enrique Molina, de quien fui muy amigo. Antes de entrar en Cuadernos tenía amistad, desde 1986, con Octavio Paz, así que mis años de trabajo en la revista se iban entrelazando con mi curiosidad y vida privada. Traté de vincular a la revista, bien de manera pasiva, como objeto de estudios, o como colaboradores, a diversos escritores españoles, algunos muy consagrados, como José Ángel Valente, o Andrés Sánchez Robayna, otros que apenas habían publicado nada, como Jordi Doce, autor hoy de una obra muy amplia y valiosa. Cuadernos ha sido una vida literaria paralela a mi propia actividad como poeta y crítico, como narrador, cruzándose sus caminos en los aspectos que ambos senderos tienen de creativos. Por lo demás, la dimensión estrictamente laboral, siempre procuré dejarla en la redacción una vez que salía. Y volviendo al comienzo de tu pregunta, me siento agradecido, pero a nadie en particular, y a todos en general. He aprendido muchas cosas, he vivido muchos momentos interesantes, y me he ganado la vida, que no es poca cosa. Así que me siendo agradecido, panorámicamente.
SGM: En el número 853-854 de Cuadernos Hispanoamericanos, correspondiente a Julio-Agosto, ha logrado reunir en una edición memorable a no pocos destacados escritores hispanoamericanos (Antonio Muñoz Molina, Enrique Vila-Matas, Fernando Aramburu, Héctor Abad Faciolince, Menchu Gutiérrez, Guillermo Carnero, Chantal Maillard, Ramón Andrés, Sara Mesa, Patricio Pron…y muchos otros a los que pido disculpas por su olvido). Dado que sería imposible enumerar anécdotas de cada uno, ¿puede recordar algunas anécdotas y/o aprendizajes con estos u otros colaboradores?.
JM: De nuevo, no es fácil entrar en el capítulo de aprendizajes. Creo que he aprendido algo de todos los autores que citas, y de los que dices olvidar, aunque en realidad no es olvido sino que es una lista muy larga. Pero lo que sí te puedo decir es que me siento orgulloso de haber editado a estos autores, y a todos los que aparecen en ese volumen de despedida y a otros que no pudieron entrar por lógicos límites de espacio, o porque ya no colaboran con Cuadernos o fallecieron. Hay de todo. También ha habido malentendidos, problemas con algún artículo, algún ensayo o poema, porque no todo es fluido en el trabajo editorial y los escritores somos gente a veces difíciles, al fin y al cabo trabajamos con algo que está muy en el aire, asistidos por la imaginación y en ocasiones por algo de delirio.
SGM: En el mencionado “Tiempo de adiós” confiesa que “desde mi adolescencia lectora no distinguí entre la literatura hispanoamericana y la española, porque el principio radical para mí fue siempre la imaginación creativa e, inmediatamente después, la lengua”. ¿Cuáles son, a su juicio, los aspectos más importantes que nos une y que nos separan a españoles e hispanoamericanos? ¿Qué puede hacer Cuadernos Hispanoamericanos para seguir tejiendo lazos solidarios entre ambos lados del Atlántico?
JM: Lo que nos une es la lengua; lo que puede divergir, en el mejor sentido de la palabra, hasta el extrañamiento, es el mundo de cada autor, los extremos de sus diálogos literarios desde esa lengua común. Lo que separa suele ser una conciencia aguda de la idea de literatura nacional. Esto no solo nos ocurre a nosotros los españoles, sino que en Hispanoamérica sucede en todos los países, en mayor o menor grado y por circunstancias también no siempre semejantes. Pero no hay literaturas nacionales. Solo hay que ver el caso de Rubén Darío. Sí, es nicaragüense, pero la verdad es que vivió en otros países latinoamericanos, en Madrid y París, y en su obra están tan presente la poesía barroca española como la parnasiana y simbolista francesa. ¿De dónde es? Sin que se enfade nadie, diría que pertenece al país de la imaginación literaria, inserto fatalmente en una lengua, como toda obra, pero susceptible de ser traducida. No quiero parecer extremo, así que añado que aunque lo radical de una obra literaria en su aspecto apátrida, no por eso es ajena a la historia de las formas y las ideas, y por lo tanto estudiarla comparativamente, e incluso en cierta linealidad, ayuda, pero siempre que no olvidemos que lo que la hace valiosa es la experiencia del lector, la posibilidad de que un poema de Juan Inés de la Cruz o un cuento de Borges puedan ponerse en piel, es decir, estar vivos al menos durante el tiempo de la lectura. De esta lectura el lector puede construir su experiencia literaria.
En cuanto al aspecto solidario…, no sé bien qué decirte. Yo creo que lo que hay que incentivar es la lectura, el amor a la poesía, la novela, en fin, al conocimiento. Y esto solo se hace en rigor desde el ejemplo. No creo que haya que ser solidario con la poesía extremeña o boliviana. Sin embargo, creo que es importante hacer ver que lo entrañable no tiene por qué ser lo espacial o temporalmente cercano. Yo leí, como te decía, a Enrique Molina y a Juarroz a los diecisiete años, ambos escritores argentinos, y los leí en Marbella, y supe entonces que ambos me creaban de alguna manera, y no he olvidado esa experiencia vivificante. Sin embargo, el mismo adolescente leyó a algunos poetas vecinos que le parecieron entonces y ahora, extraños.
SGM: Le desea a “Cuadernos, en su nueva dirección, memoria e innovación bajo la exigencia del pensamiento crítico”. ¿Cuáles son los nuevos retos y desafíos que tendrá que afrontar Cuadernos?
JM: Ya no me corresponde a mí decirlo, y tampoco creo que por haber trabajado tantos años en Cuadernos tengo una visión privilegiada. Sin caer en esa tentación, sí podría decir que uno de los retos estará vinculado al presupuesto. La revista depende de la AECID, y el presupuesto de esta institución cada vez es más pequeño. El otro desafío tiene dos caras: uno mira a la tradición de la revista, que tiene una personalidad propia; la otra a la renovación y el cambio. Las dos tienen desafíos que solo el tiempo podrá decirnos si han sido enfrentados con suerte y lucidez.
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Sebastián Gámez Millán entrevista a Juan Malpartida