Los siete puentes de Königsberg – Un divertimento en siete escenas / Escena Séptima – Nicola Carati

Los siete puentes de Königsberg – Un divertimento en siete escenas / Escena Séptima – Nicola Carati

Los siete puentes de Königsberg – Un divertimento en siete escenas / Escena Séptima

 

Escena Séptima

 

[Mismo lugar. Las 02:31. El Café se ha vacíado algo. La temperatura exterior ha bajado bastante y se nota la humedad]

 

WA: … ayer fue el cumpleaños de Ingeborg.

DF: Ah, sí. No lo sabía. Ya sabes, que yo con eso de las fechas…

WA [mirando hacia el exterior]: Hace cuarenta y cinco años que murió.

DF: Vaya.

WA: Me parece que su última residencia era un apartamento en un viejo palacio romano.

DF: El Palazzo Sacchetti, en Via Giulia.

WA: … ¿ése no es por el que pasean Jep Gambardella y Ramona conducidos por Stefano?

DF: No, no. Ellos disfrutan de ese excepcional paseo nocturno en la Villa Medici y en el Palazzo Barberini, aunque, bueno, empiezan en el jardín de los Cavalieri di Malta. hay un libro por ahí… ¿cómo se titula? … algo así como A Literary Journey to Rome: From the Sweet Life to the Great Beauty, de una autora, creo que austríaca precisamente. Deberías echarle un vistazo.

WA: ¿El Doney sigue abierto? Creo que ella lo frecuentaba bastante.

DF: Sí, pero ya no es lo mismo, Woody. ¡La Dolce Vita es del 60!

WA: Sí, claro.

DF: El Palazzo Sacchetti es donde viven Viola, la amiga de Jep, y su hijo. ¿Sabes que la Via Giulia la mandó abrir Giulio II? Giuliano della Rovere en el siglo. Para no tener que dar tanto rodeo hasta San Pedro. Y que el puente cercano, el Ponte Sisto, el que mandó construir Sixto IV a Baccio Pontelli , y no es un chiste, se financió en parte con una tasa impuesta a lo recaudado por las prostitutas del lugar.

 

 

WA: … vaya, no hay nada como echar mano de esas chicas cuando las necesitamos, ¿verdad?

DF: Así funcionan las cosas, Woody. Todo por la gloria del Señor.

WA: Vi a Servillo en la Trilogia della Villeggiatura. Espléndido.

DF: Goldoni sí es espléndido. Pero Toni también, desde luego.

WA: Y he vuelto a ver recientemente La Dolce Vita y el momento que más me gusta es el del monstruo marino.

DF: En la secuencia final, ¿no? A mí lo que más me gusta es el intercambio sordo entre Marcello y la chica del restaurante de la playa.

WA: ¿Sordo, dices?

DF: Sí, ella está a un lado, no sé, parece una pequeña entrada de agua en la playa, y él está justo enfrente, con el rímel de sus pestañas corrido, totalmente ajeno, como drogado, y le intenta decir que no entiende lo que ella quiere. Se hacen señas. Ella le hace un gesto, algo así como «llama luego por teléfono». Él se encoge de hombros disculpándose, porque no acaba ni de oír ni de entender, y en ese momento una de sus novias le llama para volver a la ciudad. Ahí está todo.

WA: … ¿y el monstruo marino?

DF: Es una metáfora muy evidente. No está mal, pero es demasiado evidente. Pero, bueno, Federico no es lo mismo que Pier Paolo. Sus lenguajes son distintos. Habrás visto, me imagino, Uccellacci e uccellini.

WA: Sí, sí… Claro.

DF: Quiero decir que el problema, el único y auténtico problema es la incomunicación.

WA: Eso es Bergman.

DF: Y Federico también. Pero él es italiano y lo muestra de otro modo. Piensa en Le notti di Cabiria, en donde Giuletta está magnífica.

WA: Sí, es verdad. Qué mujer. ¿Echas de menos a Franca?

DF [mirando hacia al exterior]: ¿Tú que crees? Claro que la echo de menos. Pero volviendo a lo de Ingeborg, ella también trabaja ese problema, el de la incomunicación. Voy a decir algo que puede sonar muy fuerte: creo que Celan no acabó de estar a su altura, a la altura de Bachmann. El asunto Goll lo desestabilizó mucho, y eso, unido a todo lo que llevaba a sus espaldas, acabó con él. Pero pienso que ella hubiese sido capaz de ir con él hasta la gruta del dragón, y quedarse a vivir allí.

WA: No sé, puede ser. ¿Sabes? Estoy pensando en una obra de teatro, algo así como Death and the Maidens, a partir de la poesía de Ingeborg, Sylvia y Anne.

DF: ¿Sylvia Plath y Anne Sexton?

WA: Sí.

DF: ¿Por qué no te buscas algo más alegre, no sé, algo con las tres Gracias de Rubens, por ejemplo?

WA [sonriendo]: … bueno, eso sería para la tercera y última parte de la trilogía.

DF: ¿Emplearías a Schubert, me imagino?

WA: Sí, claro. ¿Conoces el cuadro de Schiele Tod und Mädchen?

DF: No caigo ahora.

WA: Está en Viena, en la Galerie Belvedere. Es muy íntimo. Eso es lo que me interesa explorar. La muerte, el erotismo… ya sabes. Creo que en eso tienes razón. Ellas son más fuertes, más intensas. Viven en el filo del cuchillo.

DF: Desde luego. Creo que Beuys tiene otra cosa parecida.

WA: No estoy seguro. Lo que mejor conozco es lo de Baldung y Munch. En cualquier caso, es esa fatal atracción entre el deseo genuino y la destrucción lo que me interesa. Lo que pasa es que, aunque intentara ponerme serio, me saldría algo inevitablemente humorístico.

DF: Eso no es malo, Woody. Casi mejor. Pero me suena que todo ese asunto lo has tratado ya, ¿no? ¿No es ése el meollo de Hannah and Her Sisters?

WA: Bueno, sí y no… Pero, ahora que lo dices, en el fondo es el tema de la incomunicación el que siempre está detrás. Entre las mujeres y los hombres, principalmente.

DF: Ya te lo digo. Es el único y verdadero problema. Y por los agujeros negros abiertos por la incomunicación se cuelan todas las relaciones de poder, de dominación.

WA: Entonces, ¿no tiene razón Camus, el suicidio no es…?

DF [interrumpiéndole]: … el suicidio es tan sólo una solución, pero de continuidad. No te obsesiones con ese asunto ni con la desafortunada vida de esas chicas. Quédate con el arte.

WA: Sí, pero…

DF: Al final, Woody, el arte es lo único que importa. Si es bueno, si es excelente, es una puerta abierta, una posibilidad de comunicación. Fíjate en Marina Tsvietáieva. Escribió el Poema del fin, esa cosa tan tremenda, como consecuencia de una ruptura, y la causa de todo era un imbécil redomado, un Don Juan de segunda que no le llegaba a la suela… ¿entiendes lo que quiero decir?

WA [pensativo]: Ya, pero, ¿no sería al revés, que la causa de la incomunicación fuese un desequilibrio previo, una violencia originaria?

DF [echándose hacia atrás]: Me parece que nos estamos poniendo muy serios, Woody.

WA [limpiando las gafas]: Hombre…

DF: Ya sabes que desconfío de los filósofos y lo que huele a demasiado intelectual me parece sospechoso.

WA [irónico]: Pues algo de filosofía has leído.

DF: … bueno, alguna cosilla, sí….

WA: ¿Kant te parece «alguna cosilla»?

DF [levantando los brazos]: A ver, somos grandes, tenemos nuestras contradicciones.

WA: Eso es de Walt Whitman.

DF: ¿Ah, sí?… Entonces, somos más grandes aún [ríe]. Mira, lo mío es Totò, Buster Keaton, Harold Lloyd…

WA: ¡Qué grande, Totò!

DF: Antonio Focas Flavio Angelo Ducas Comneno di Bisanzio De Curtis Gagliardi.

WA [riéndose]: No me extraña que lo redujera a Totò.

DF: … eso me recuerda al mejor chiste de Some Like It Hot!

WA [con cara de sorpresa]: … ¿cuál?

DF: Cuando están Sugar Kane y Joe en el yate, y ella ve un pez espada, creo que es un pez espada, disecado, y él le dice que lo ha pescado en el Cabo Hatteras y que es de la familia de los arenques. Entonces, ella, sorprendida, dice: ¡Qué curioso! ¿Cómo pueden meter peces tan grandes en latas tan chiquitas?, o algo así, y Joe responde: Es que encogen con el vinagre

 

[Woody Allen y Dario Fo ríen abiertamente]

 

WA: … sí, sí, fantástico. Siempre me ha parecido la mejor comedia.

DF: Ella sí que está soberbia. ¡Grandísima actriz!

 

[DF apura lo que quedaba en su copa]

 

DF: Así que «La Muerte y las Doncellas»… No me cuentes el final. No será como el de El séptimo sello, ¿verdad?

WA: Si fuéramos danzando todos detrás de la Muerte, alegres y jocosos, a lo mejor no estaría tan mal…

DF; Me lo vas a decir a mí.

WA: No sé, no he pensado en ningún final aún. Le doy vueltas a lo de la escritura, los límites del lenguaje… En fin, ya sabes. Ingeborg me puede ayudar mucho. Estaba obsesionada con eso. No paraba de leer a Wittgenstein.

DF: Es el único que falta en esta reunión de fantasmas.

WA: Sí. Brilla por su ausencia. Hay que tener mucho valor para subir por la escalera y, luego, dejarla caer, y no retornar.

DF [serio]: Sí. Pero hay algo en él que lo salva totalmente.

WA [circunspecto]: … ¿el qué?

DF [sonriendo]: … ¡que su actriz favorita era Carmen Miranda!

WA: Jajajaja … ¡Muy bueno!

 

[Los dos bajan la cabeza y se mantiene en silencio durante unos segundos]

 

DF [malicioso]: ¿Has aprendido ya a tocar ese chisme, el clarinete?

WA [sonriendo]: … no, pero me va a ver mucha gente al Bemelmans Bar.

DF: Ya.

WA: Y, bueno, disfruto, que es lo que importa. Bechet sólo hay uno.

 

[Dario Fo bosteza]

 

WA: Estarás algo cansado ya, supongo.

DF: Para la vida que me pego, salir de vez en cuando y volver a ver a los viejos amigos no está mal. No te preocupes, aguanto. ¿Y Kant, qué? No se puede fiar uno de los filósofos, ya te lo he dicho.

WA: Lleva doscientos catorce años paseando.

DF: … y ¡sin salir de Königsberg!

WA: Por cierto, ¿sabes que no se puede recorrer a pie toda la ciudad, pasando sólo una vez por cada uno de los puentes, y regresando al mismo punto de inicio?

DF [sorprendido]: ¿Ah, no? ¿Por qué?

WA: Tiene que ver con los grafos.

DF: ¿Con qué?

WA: Con los grafos.

DF [jocoso]: ¿Con los graffiti?

WA: Euler.

DF: ¿Y entonces qué tienes que hacer?

WA: Nada. No tienes por qué hacer nada.

DF: O sea, que podemos seguir aquí, charlando tranquilamente.

WA [levantándose]: Voy un momento al servicio. Llevaba ya un rato incómodo.

DF: Vale. Oye -[coge una servilleta y un lápiz], ¿cuántos puentes dices que hay?

WA [mirando hacia el exterior]: Siete.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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