No estoy solo – [El habitante del Otoño – Cuarta antología de cuentos y relatos breves – VII] – José Olivero Palomeque

No estoy solo – [El habitante del Otoño – Cuarta antología de cuentos y relatos breves – VII] – José Olivero Palomeque

No estoy solo – [El habitante del Otoño – Cuarta antología de cuentos y relatos breves – VII]

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No estoy solo

Es un día frío de invierno, donde la nieve cubre los pastos que en primavera brotarán con fuerza vigorosa. Ahora no, en esta época el bosquecillo que rodea mi casa está inundado del blanco destello de la nieve. Para soportar esta noche de cruda nevada, en la soledad que desde hace bastante tiempo me acompaña día tras día, enciendo la chimenea para dar calor a mi envejecido cuerpo. El crepitar del fuego, que poco a poco va calentado las frías piedras de esta casa que me acoge desde aquella fecha en que me quedé solo en este mundo, anima la habitación con una musiquilla caliente que agradece mi cuerpo.

Esta noche presiento que va a ser diferente y no sé por qué. Una extraña inquietud invade mi pensamiento, como si alguien o algo fuera a hacerme compañía esta noche. El silencio del entorno sólo se interrumpe con el chisporreteo de los troncos de leña que se van consumiendo en el fuego. El ambiente del interior, cada vez más cálido, es sereno y se respira una paz agradable para mi estado de ánimo. Pero la inquietud permanece.

Después de una ligera cena, me siento en mi querida mecedora, envejecida como yo por el tiempo que lleva acogiéndome entre sus brazos arqueados. De vez en cuando, las chispas del enrojecido fuego semejan los artificios graciosos de una traca de feria. Me encuentro bien, sereno, tranquilo. En este ambiente mágico, el pensamiento trae consigo imágenes que unas veces me hacen sonreír y otras producen alguna que otra lágrima de tristeza. Aunque mantengo lo ojos abiertos, mi mirada parece perderse en un horizonte no definido, pero sí muy luminoso, de un resplandor que compite con la brillantez de la nieve que me rodea, de un blanco azulado y transparente. Suena el murmullo como de un arroyo que se acerca lentamente hacia mí. Luz y sonido se mezclan en mis sentidos generándome un bienestar extraordinario, multiplicándose las sensaciones de un mundo nuevo, desconocido y, sin embargo, me parece familiar.

Percibo que mis ojos se van cerrando lentamente y esa luz con ese dulce murmullo que le acompaña se adentran en mi interior suavemente, sin prisa. Mi cuerpo parece transformarse en un espíritu capaz de elevarse hasta las alturas celestiales de este invierno tan frío. Pero no siento frío alguno, más bien me abraza la calidez de una atmósfera que me envuelve con su manto caliente. Mis ojos siguen cerrados y ahora, poco a poco se abren como ventanas que descubren una primavera florida, deslumbrante, con los prados verdes y frescos rodeando mi casa de piedra. El bosque se llena de pájaros que habitan en él y se alimentan de sus hojas y frutos carnosos; y mi cuerpo, transformado, se mezcla con ellos en juegos y alegrías sin fin.

¿Qué está ocurriendo? Nunca me había sentido de esta manera tan particular. Sin sentir la pesadez de los años, ni los achaques acumulados en el tiempo, invadido por sensaciones agradables, sonriente y capaz de sentir la ligereza de un cuerpo sin fatiga y vigoroso. ¿Qué me está sucediendo? Sin darme cuenta, una mano suave me coge del brazo y me acompaña no sé dónde. Miro a mi acompañante que me sonríe, con su otra mano acaricia mis mejillas con la suavidad de unos pétalos de rosa, con sus labios besa los míos con la ternura de alguien que reconozco cuando me besaba en otro momento de mi vida. Su semblante me recuerda a alguien que ha compartido conmigo muchos años de convivencia. El calor que me transmite es un calor de vida que me transporta a un mundo diferente, aunque la casa, el bosquecillo y los prados se encuentren en el mismo lugar de siempre. Y ya no siento la soledad que me ha acompañado estos últimos años. Ahora ya no estoy solo y soy feliz. 

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José Olivero Palomeque

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