Pudieran ser poemas – III
***
Elegía al deseo prohibido
La piel aún cubierta
por el vello
suave
como la primera caricia
la que nadie recuerda
las manos en puño
tensan la carne
como una navaja
de un golpe
por azar
hendida
sobre su corazón
desorientado
escucha
grave, hondo
el deseo
abriéndose paso
entre la retama
como un riachuelo
busca el prado
para desaparecer
sin esconderse
a cielo abierto
pero el infierno
es un lugar cerrado
como los puños
con sus dedos
y sus uñas
clavadas
en las líneas del amor
con sangre
y miedo
reclama su botín
de guerra
del deseo de la carne
contra
la carne aún infantil
cárcel
del deseo
de perder la piel
y ganar
desconocida
paz
en la tumba
del ángel
sin alas
amputado
aún niño
prematuro
duelo a muerte
entre
la madre
la realidad
el amigo
y el deseo.
[Este poema tiene dos puntos de partida. Uno es el poema de Nicolás Guillén, Elegía a Emmet Hill: “…mira este cuerpo leve, / ángel adolescente que llevaba / no bien cerradas todavía / las cicatrices en los hombros / donde tuvo alas..”
Cuando lo leí, gracias a Teresa Shaw, por aquel entonces profesora de un curso de escritura poética en el que participé algunas sesiones, era tutora de un muchacho de 15 años que quiso hablar conmigo apenas comenzado el curso. Me pidió ayuda para superar su homosexualidad. Según su religión, no era correcto lo que sentía. Al cabo de poco tiempo empezó a tener ataques de ansiedad muy intensos, tanto que perdía el conocimiento y debían llamar a una ambulancia. Las pruebas médicas decían que no le pasaba nada. Sin embargo, le pasaba. Le recomendé que escribiera lo que sentía en un cuaderno que nadie leería. Me sentí totalmente superada. Los padres cerraban los ojos. Las psicopedagogas del centro, con la coordinadora pedagógica a la cabeza, negaban que pudiéramos hacer nada, que tuviéramos que hacer nada. Los ataques de ansiedad iban a más. Hablé con la madre, con él. A final de curso decidió cambiar de centro con la excusa de cursar un ciclo formativo. Lo último que me dijo, ya entrada la primavera, era que lo “había dejado”. Quería dejar de sufrir. Le dije que nadie podía cambiar lo que sentía y que no había nada malo en sentir lo que sentía. Me dio las gracias, pero insistió en que ya no tenía el problema. Ese curso cambié de centro, por fin. La incomprensión de los supuestos especialistas en atención a la diversidad fue la gota que colmó el vaso, bastante lleno de desagradables incidentes que se sucedieron durante siete cursos completos. Aún pienso en él. Me pregunto qué será de su vida, cómo se sentirá. Si habrá empezado a tener valor para ser él mismo y algún día será capaz de enfrentarse a los que le obligan a vivir una existencia mutilada, sin alas.]
***
Carta al cuerpo
Apreciado amigo
quisiera expresarle mi pesar
y desconsuelo
por su indiferencia
de tantas ocasiones
como soles
nacen
y perecen
en el universo
como células
viven
se transforman
y mueren
en su ir y venir
por este nuestro
común
derrotero.
Qué mano abierta
es generosa
cómo una palabra
evoca un aroma
cuándo una mirada
estremece
qué mueve montañas
y cruza desiertos
por qué la noche más clara
es la del más profundo
sueño.
Podría seguir
hasta
el error
la mentira
el dolor
el miedo
el deseo
pero no sin usted
al que preciso
y venero
en su altar
de carne y hueso
con sus fluidos
y mis anhelos.
Siempre suya,
el alma.
***
Pude escribirte
Pude escribirte
más versos tristes que noches
recorrieron las estrellas
lejanas, titilando ajenas
y vencidas con palabras
de amor vasallas de amor,
de amor siempre pospuesto
al día, a la semana, al mes
o a la estación futura del invierno.
Por ti, tránsfuga fugaz
al cabo depuesto,
serán las aves de paso anuncio
de veloz olvido y rasgados pétalos.
[Un ajuste de cuentas particular con Veinte poemas de amor y una canción desesperada de Neruda. leído en la adolescencia, cuando te hace soñar y suspirar. En cambio este otro es lo que una puede escribir a los cincuenta, tras el desengaño, el hastío y la sensación de libertad y serenidad recuperadas.]
***
Puedo recordar todos sus rostros esta tarde
Puedo recordar todos sus rostros esta tarde.
Recordar, por ejemplo,
la forma de una boca,
el rugido ronco de una voz,
una mirada.
Rueda la rueda del tiempo,
gira sin descanso y en silencio.
Aunque puedo recordar todos sus rostros
esta tarde.
Les amé, a veces.
Ellos quizás también me amaron.
En tardes como ésta se anunciaba
la noche sin mañana.
En tardes como ésta jugué
prisionera de sus brazos
asusté al carcelero
que huía entrada la mañana.
La mañana era mía, sólo mía
mía la vida
mía la tarde
como una espada sin filo
que el viento cortaba.
Amé las noches
y les amé en las noches
sin mañana.
Cómo no amar mis noches de olvido.
Cómo olvidar sus abrazos perdidos.
Cómo perder entre todos los delirios
el deseo
que era mar para todos los ríos
y los ríos sin mar descubriéndonos.
Puedo recordar todos sus rostros esta tarde.
Saber que no fui suya.
Mirar la noche inmensa
bajo un cielo abolido.
[Otro ajuste de cuentas con el mismo poeta y la misma obra. Aunque esta vez sea celebrando la libertad promiscua y sus goces compartidos.]
***
Sexo habitado
I
La ciudad cabía en un piso viejo
parcialmente reformado.
Un hombre niño
derramaba su impaciencia
entre mis piernas
y se acurrucaba.
Era el tiempo del amor que escuchaba
crecer entre los senos el silencio
del cuerpo que no quería ser refugio,
compañía o alimento
ni siquiera de otro pájaro,
menos aún de algún bípedo perdido
jugo incierto de otro cuerpo.
II
Dejar la vivienda para cohabitar
en el sexo con un arquitecto del deseo.
Entre mis piernas
sus ojos negros
su pecho abierto
su boca escondida
entre mis piernas.
Los azulejos de la ducha
las sábanas arrugadas
los dibujos de los Simpson
anulan la distancia
entre el suelo y el lecho.
La paciencia ávida
el control intenso.
Adiós a la conciencia
por el rumor de los cuerpos.
***
Dolores Alcántara Madrid