Tres miradas a través de la cámara – II / Federico Fellini. Una infinita pasión por la vida – Pedro García Cueto

Tres miradas a través de la cámara – II / Federico Fellini. Una infinita pasión por la vida
En la historia del cine, hemos tenido la oportunidad de presenciar muchas fiestas, porque en grandes películas, muchas de las que se han ambientado en el mundo del séptimo arte, han aparecido fiestas glamourosas, donde los protagonistas han dado rienda suelta a sus excesos, como en la película de James Ivory Fiesta salvaje (1975), la cual cuenta una de aquellas bacanales del Hollywood de los años veinte, con Raquel Welch y James Coco, entre otros actores. Pero no hay que olvidar otro tipo de fiesta, la que dio título a una película de 1957 y dirigida por Henry King, basada en la novela de Ernest Hemingway, Fiesta, rodada por un elenco de actores de primera, Ava Gardner, Errol Flynn,, Mel Ferrer, Tyrone Power, rodada en Pamplona, lo que ya nos dice cuál era el argumento de la cinta. Tampoco quiero dejar de mencionar la fiesta en la playa de la inolvidable Picnic (1955) de Joshua Logan, con una pareja única: William Holden y la guapísima Kim Novak.

Picnic

Picnic

Picnic
Pero si hay una película donde la fiesta es un espacio de goce para los personajes, donde la vida transcurre en continua ociosidad es, sin duda alguna, La Dolce Vita, famosa película de Federico Fellini, rodada en 1960, en la maravillosa Roma, una ciudad que cobra relevancia porque combina a la perfección su espíritu clásico y el mundo moderno, como si la ciudad eterna viviese la vorágine del cine, de ese arte que ya no tiene rival, pese a la mirada atenta de las estatuas, envidiosas de la belleza sin igual de Anita Ekberg.
La película consta de varios episodios, no muy relacionados entre sí, pero donde cobran relevancia los paparazzi que persiguen a las estrellas de cine. Fellini ya pone sobre la mesa un tema que cobrará luego un aspecto opresivo, el de la persecución del famoso, la búsqueda y captura de la foto clandestina, aquella que pueda venderse a cualquier precio.

La Dolce Vita

La Dolce Vita

La Dolce Vita

La Dolce Vita
El actor fetiche de Fellini, Marcello Mastrioanni, se convierte aquí en el alter ego del director, el personaje que interviene como médium para relacionar las historias, un hombre despegado de todo, que pasea su apostura y su galanura por la pantalla, como si fuese una estatua romana que cobrará vida, un ser que vive su realidad como una máscara en el festival de imágenes que la película nos proporciona. Marcello (el mismo nombre tiene el personaje en la película) está en la cama con Emma cuando recibe la llamada de alguien que le hace ponerse en marcha, va a un lugar y allí vemos el cuerpo sin vida de un hombre, Steiner, (interpretado por Alain Cuny), también yacen los cuerpos de los niños, al llegar la esposa del fallecido, los fotógrafos la acosan, en un espectáculo que ya nos adentra en la violación de la intimidad y que tanto sentido grotesco ha cobrado en nuestros días.

La Dolce Vita

La Dolce Vita

La Dolce Vita
La segunda fiesta que da sentido a la película es la que celebra Sylvia (Anita Ekberg), donde podemos ver el triunfo de la diosa, de la mujer que todo lo puede, se celebra en un entorno cavernoso, poco iluminado. Marcello aparece también, como médium, el Caronte que lleva en su mirada la barca en este descenso a los infiernos (clara metáfora de la sociedad opulenta y vacía) de la ciudad de Roma y de sus habitantes privilegiados, distantes de la miseria de muchos barrios de la ciudad. Marcello quiere a Sylvia, se lo dice, le ofrece su entrega de amante, la considera todo, madre, amante, amiga, mientras ella ríe con el vacío en la mirada, porque solo es una estatua de sal, una figura exenta de vida, un cuerpo, hermoso, entregado al ocio para siempre. Al final, vemos la voz de Adriano Celentano y vemos a Frankie, otro de los invitados, bailando con Sylvia, porque el baile exorciza los demonios del vacío y del aburrimiento en el que viven.
La tercera fiesta nos introduce en un ambiente aristocrático donde Marcello es invitado, de nuevo, por Nicole, una mujer snob e insufrible, que volverá a aparecer en su celebrada Otto e mezzo. Marcello vive esta fiesta como un descenso al mundo gótico, a los cuentos de Allan Poe, ya que en la casa vemos retratos de mujeres de otro tiempo, todas iguales, bellas pero vacías, Maddalena (Anouk Aimée) introduce al galán en esas salas, para contemplar un mundo en decadencia, que nos recuerda (como un guiño de Fellini) las películas viscontinianas.

La Dolce Vita
La cuarta fiesta nos presenta el ambiente opresivo de un mundo de ocio y desenfreno, varios hombres conducen un coche y entran en la villa con el mismo, abriendo las puertas a la vez que el coche sigue marcando su velocidad, en una clara analogía a la violación, como si la presencia de aquellos tipos fuese la conciencia del vacío y de la nada en un ambiente que no debe ser profanado. Es, sin duda alguna, la fiesta más felliniana, porque expresa el esperpento de una sociedad en descomposición: hay travestis, prostitutas, actores. Es la fiesta de una divorciada que se desnuda, mientras los personajes, ya borrachos, van increpando para que siga el espectáculo.
Marcello se ríe de una joven provinciana, a la que obliga a ponerse a cuatro patas, la cabalga y la hace cacarear, en una demostración del exceso de estos personajes vacíos en su interior. La escena final de esta cuarta fiesta nos obliga a contemplar los hombres y mujeres que salen como muertos vivientes, como si nunca hubiesen existido, mientras Marcello (el barquero de esta historia esperpéntica) va arrojando plumas de un almohadón, a modo de confeti, como si lo hermoso de un enlace nupcial quedara en ese aroma a alcohol y a desprecio por la vida, a esa sensación de hallarse en un sendero fantasmagórico, muy bien rodado por Fellini, donde la presencia del nuevo día es la constatación de un mundo que se repite para siempre, que nunca va a cambiar.
Las mujeres en la película tienen una función catártica, porque, todas ellas, descubren sus máscaras, Maddalena (una mujer aristocrática y vacía) es la mujer que introduce al hombre sin rostro (Marcello) en otro tiempo, Sylvia es la mujer frívola, que se pasea como una diosa al salir de la Fontana de Trevi, en la famosa escena que todos recordamos, Emma, su novia, es la vida, la única luz que se puede ver de algo humano, porque respira y siente al lado de la efigie de su galán.
Tampoco los espacios tienen vida, la casa de Marcello y Emma es un piso vacío, moderno, con muebles, pero sin un toque de personalidad, tampoco los lugares donde han transcurrido las fiestas denotan un latido de humanidad, son simplemente espacios, lugares donde burlar a la existencia inútil de sus personajes.
Al final, después de una discusión en el coche, Marcello vuelve con Emma, porque necesita su cuerpo y su voz para ser persona, solo ella irradia luz en el vacío inmenso de esta película felliniana.
La Dolce Vita es la vida que se nos escapa, la fiesta continua, en un mundo donde nada hace presagiar un futuro o un pasado, un escenario donde, como ocurre en los ambientes de otras de sus películas (Roma, Satyricon, Casanova), los seres humanos ya no existen, solo son figuras grotescas que simulan un hálito de humanidad que Fellini, con su maestría, logra desentrañar.
La Dolce Vita queda en nuestra retina por radiografiar un mundo que hoy, lamentablemente, está tan de moda, en el triste espectáculo de nuestra cada vez más degradada televisión. Todo un precursor el gran Fellini.

La Dolce Vita

La Dolce Vita

La Dolce Vita

La Dolce Vita
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Texto: Pedro García Cueto
[Selección de las imágenes a cargo del Editor de Café Montaigne]
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