Aurora [De los Archivos del Consultorio de Claudia Prócula]
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Ichneumona ignota libando en euforbia silvestre
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Querida amiga Claudia:
Le tuteo porque ya nos conocemos. Nos vimos. Estudiamos juntos. Pero no te acordarás de mí: bajito, con orejas de soplillo, gafas de culo de vaso, calvicie prematura, nada sexy. Cuando digo “estudiamos” significo que acudimos a la par a una facultad masificada en la que aprendí algo de ciertas reuniones de autodidactas, los menos. No me gustó nunca la jarana con alcohol y las drogas me sientan fatal. Doy por hecho que tampoco a ti te van esas distracciones de la canalla, esos esparcimientos de los pusilánimes. Te observé muchas veces, sin que te dieras ni cuenta. Admiraba en secreto tu comportamiento discreto, inteligente, tu manera sobria de vestir, la ausencia de tatuajes en tu piel dorada, el vello dorado de tu cuello, el equilibrio de tu soledad.
Sólo hablé contigo una vez. Silbaba yo un concierto de Brandemburgo y tú por fin consentiste en oírme, en mirarme, me regalaste una sonrisa y le pusiste nombre a la pieza: “Brandemburgo número dos, Andante”, y añadiste: “música, eco del misterio, flor de la maravilla”. Te tembló el labio inferior, como un pétalo de geranio levemente estremecido por el zéfiro, el viento húmedo del oeste que los latinos llamaban favonius (sé que vivificas lenguas muertas, algo así pretendo yo de ti, como verás infra).
No he olvidado nada de aquello. Cada vez que oigo a Bach, particularmente su música profana, recuerdo aquella sonrisa de aprobación, de comunión, de complicidad. Unidos en el enigma de lo bello. Sueño con esa caricia de tu sonrisa, Claudia; nada lasciva, pura ternura y comprensión. Y me lamento por no haber podido añadir algo a tus palabras, aquella mañana de abril en los jardines de la facultad.
Luego pensé todo lo que te podría haber dicho. Por ejemplo: después de entender a Bach, con ese entendimiento que no exige palabras, ¿quién puede creer en el progreso? La naturaleza sólo se redime de ser un espectáculo fascista o surrealista -según se mire- porque ha gestado a unos cuantos como Bach.
Es curioso que un solo momento pueda revelarnos tanto cuando adquiere el valor simbólico de vivencia decisiva, ese nudo de sentido en el hilo frágil y azaroso de cualquier biografía. Después de aquello completé los créditos y me hice publicista. Pero en mis ratos ganados redacto versos. O lo intento. Cuanto escribo reclama y avaricia aquella sonrisa tuya de reconocimiento. Al principio no lo supe…
Triunfé en mi oficio. ¿Te lo crees? ¡Un tímido como yo, capaz de inventar eslóganes que se pegaban al oído del consumidor como moscas a la miel, como lapa a un escollo! Diseñaba anuncios capaces de provocar deseos a tipos ahítos y aburridos. La gente incorporaba sin querer mis consignas a sus idiolectos, publicitarias o propagandísticas. Trabajé también para varios partidos políticos, para sindicatos… Daba igual el color, la ideología, yo sabía excitar gónadas sin pasar por cerebros. Terminé el conservatorio e ingenié –o plagié- músicas simples y pegadizas para mis ripios.
Sin embargo, ¡ay, Claudia!, el demonio de la melancolía acosa al triunfador, porque no hay triunfo sin sacrificio, y yo había arrinconado un universo de ternura, inteligencia y buena música en cofre bien sellado y cuya clave de apertura avanzaba a los compases de Bach. Entretelas del corazón donde se hallaba aquella sonrisa tuya como un latido profético, como una aurora.
¡Aurora!, ese símbolo tan apropiado para épocas de crisis, que en mitad de la tiniebla padecida preludia transformación: alma de pájaro que levanta su vuelo desde la hondura de la noche, canto de gallo, gayo saber, segunda inocencia…, la del poema recién iniciado. Mi vida, Claudia, no es más que una balada secreta, recién nacida de la nostalgia de tu sonrisa, en esa sombra clarea un tenue pero esperanzador vagido luminoso, la germinación silenciosa de una semilla de luz, el signo memorial de un paraíso perdido.
Te nombro Musa incontestable y te suplico inspiración. Estoy en mantillas. Quiero vivir en esa nueva trova, que sus notas suenen dentro de mí. No estoy contento con el que he sido.
El mercado, que conozco bien (yo, que apenas piso una “gran superficie”), ofrece un montón de yoes diferentes. Todos ellos me son asequibles ya que en estos años, trabajando de creativo, he amasado una pasta. Así pues, confío en que la tecnología me libere por fin de la biología: de la calvicie, la miopía, las orejas de soplillo e incluso de la poca altura y la recalcitrante timidez.
¿Cómo te gustaría, Claudia, que pareciera?, ¿qué sexo y qué género son tus favoritos? Puedo iniciar una metamorfosis bioquímica y quirúrgica a voluntad y con ella seré tu deseo, y también el mío, pues todo mi deseo es ser objeto de tu deseo; por fortuna conseguiré que me reconstruyan como quieras consumirme. ¿Deseas en el interlocutor unos ojos verdes, como el agua cristalina de un arroyo de montaña? Los tendré. ¿O azules, con el azul intenso del horizonte de un crepúsculo de verano? Ningún problema. ¿O negros azabaches, como esos africanos en los que uno se abisma con el vértigo de la piedra en su caída? Seré para ti el tú que quieras que compre. Me transfiguraré con gusto para tu complacencia y deleite, durante esta nueva y breve aurora llegaré a ser tu objeto de deseo. Y si te aburres, lograré ser una persona distinta, según tu capricho, macho o hembra, homosexual o hetero, rubio o moreno, híspido o lampiño. Haré de mí mismo el poema que la Musa Claudia inspire.
MF
RESPUESTA
Lo siento, MF, estoy comprometida. Importa poco si con alguien o con algo, sin con un fin o con un principio, tal compromiso me sostiene anclada al lecho del río. Me dota de rocosa solidez en mitad de lo líquido. Usted me regala un zapato brillante, fino, lujoso; se lo agradezco, me lo pruebo, pero no me encaja.
No se haga ilusiones. En usted siempre persistirá algo irreductible a mi deseo, algo que no se deja poseer. Eso da interés a cualquier relación, ¿no cree? Hace la seducción interminable. No hay entrega amorosa que satisfaga lo que espera el amor apasionado, ni por parte del que se ofrece ni por parte del que lo toma.
Olvídese de Bach y escuche La Cenicienta de Prokófiev o el Pulcinella de Stravinsky, convierta su balada en una fábula humorística o en una mascarada hedónica. Salga, hombre, de su soledad, relaciónese. Si la publicidad no le llena, abandónela. Escriba. Lo hace usted muy bien. Resulta dramático y persuasivo.
Seguro que puede vivir mucho tiempo de las rentas que ha acumulado. Verá entonces que ni se compra ni se vende el yo verdadero. Son distintas las penas que tenemos y las que somos. Estas últimas nos constituyen, y si las liquidamos, las echaremos en falta y nos sentiremos vacíos. Es usted bajito…, como la tierra que nunca se acaba.
Atesore buenos momentos, pero no aspire a repetirlos. Hágase encontradizo con otros nuevos. Esté atento, y responda. Por algo pintan a la ocasión calva. Pero no dejan de pasar momentos.
Claudia Prócula
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Y por la transcripción, José Biedma López
para La Caja del Entomólogo
del Café Montaigne.
La Esperilla, 2018.
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Notas