Pasión por mirar [De los Archivos de Claudia Prócula]
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Sympetrum sinaiticum, hembra. El ojo de las libélulas posee 28.000 facetas, cada una es ojo verdadero con una lente que polariza la luz y una célula sensitiva que la transforma en impulsos eléctricos que el cerebro entiende.
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Estimada doctora:
Sí, querida Claudia, los ojos son espejo del alma; y ciertas miradas, arma poderosísima o bálsamo cordial. Más se cuece entre ojos que con palabras, por eso los más encendidos amores fueron provocados por la fascinación de una mirada repentina. Lo cantó el poeta:
Te vi un punto y flotando ante mis ojos
la imagen de tus ojos se quedó,
como la mancha oscura orlada en fuego
que flota y ciega si se mira al sol.
Ahora cierro los ojos y veo mis párpados rojos de furia contenida o grises de aburrimiento y abandono. También por la noche tiemblan las estrellas como ardientes pupilas de fuego. Platón –lo dejó escrito- hubiera querido ser Cielo para poder mirar con muchos ojos a quien amaba. Conocimiento, o sea, contemplación, visión…, la teoría nació de un deseo de mirar y de entender las cosas viéndolas. Toda la entusiasta y emocionante doctrina erótica de Platón es una sublimación de ese impulso contemplativo, teórico, que la mística posterior ensayará objetivar hasta dar con la nada sobre la trama del deseo. Fue con los ojos con lo que aquel pueblo al que le debemos teatro, ciencia y democracia, descubrió el universo de las ideas y de las formas. La idea es algo que se ve con los ojos del cuerpo y la luz real, con la luz del Sol con la que se han hecho los ojos que miran. Tener ideas es tener “visiones”, por eso aprender a mirar constituye un fundamental ejercicio de libertad.
Es sabido que cuando Platón quiere definir la palabra griega que significa hombre, ánthropos, le llama “el remirado”, “el que mira lo que una vez vio”, esta definición puede ser defectuosa desde el punto de vista etimológico, pero es profunda, Claudia. Toda conversión del alma humana se inicia en un remirar, en un volver la mirada, en un redirigirla, a derecha o izquierda, arriba o abajo, afuera o adentro.
Mientras haya unos ojos que reflejen los ojos que los miran , habrá poesía en el orbe humano, pero también tragedia, dolor y sufrimiento infinito. La mirada poderosa de un insolente bribón causa males que afectan con su espíritu a toda la persona y para los cuales no hay remedio seguro: cansancio, infecciones oculares, adormecimiento, pesadez, tristeza profunda… No hay nazares, ni ojos de Horus, ni cruces de Caravaca, ni manos de Fátima que puedan evitarlo. El que mal mira busca hacer daño por saña, envidia, venganza o ira. Es la intención lo que cuenta; ninguna voluntad se pierde. Hay que acumular mucha maldad para hechizar con el mal de ojo, pero hay quien guarda enconos hasta que aojándolos los vomita a chorro, como el dragón su fuego por la boca.
De las miradas maléficas y benéficas se sabía antes más que ahorita, de los males de la fascinación y del aojamiento. Avicena, apoyándose en Aristóteles, sostenía que el alma humana podía afectar a otros cuerpos por medio de la mirada a través de la imaginación o mediación. Marsilio Ficino vinculará el poder de la mirada con el de los rayos cósmicos, la alquimia de las miradas con el vuelo y circular de los astros.
Los físicos de la época del sapientísimo don Enrique, marqués de Villena, desdeñaron la cura del aojamiento como obra de mujeres encantadoras o bendecidoras, y alegaron que por eso no podían alcanzar sus diferencias y secretos. ¡Claro que las mujeres saben mirar mejor!, ¡y peor también! Cuando se les obliga a bajar la mirada la concentran y entonces, si les da por aojar, producen destrozos. Los hebreos, por añeja antigüedad de su lengua e historia sagrada, conocían los desmanes de la vista y se valían de fórmulas cabalísticas para prevenirlos y curarlos. Señalaba Villena a Hardai Crescas (1340-1411), rabino de Barcelona, alquimista y astrólogo oficial de Juan I de Aragón, apodado el Cazador o el Amador de toda gentileza, al que seguramente llamaron así porque cedió las responsabilidades de gobierno a Yolanda (Violante de Bar) mientras él cazaba e instituía juegos florales con ayuda de su favorita, Carroza de Vilagarut, que algunos tienen por la mujer más poderosa del reino de Valencia en el siglo XIV y que tuvo sus más y sus menos con el marqués de Villena. De hecho, intentó echarle mal de ojo, pero Villena se defendió admirablemente y ella acabó desterrada en la villa de Corbera.
Como le decía, querida amiga, Villena aprendió a defenderse del mal de ojo. Y no fue gracias a las lecciones que ningún demonio le diera en la Cueva de Salamanca, sino por sólida doctrina que estudió con el círculo de cabalistas y astrólogos bizantinos que dirigía Crescas, entre ellos Ferrer Saladin, quien sucedió a Crescas y del que se cuenta que era capaz de hacer hervir el agua con solo mirarla. La catadura de ojo había sido estudiada en profundidad por las Escuelas de Girona y Provenza en la segunda mitad del siglo XIII, pero los reyes castellanos, muy puritanos y recelosos, renegaron de toda esta sabiduría práctica por ser de origen judío, con la intención segunda de burocratizar la medicina convirtiéndola en una función de Estado. Crescas enseñó a Villena la práctica de colgar salmos, nóminas o filacterias (tephillim) como representación de ángeles protectores en los pacientes de mal de ojo. El gran humanista Pico de la Mirándola recogería luego estos útiles terapéuticos… “Porque una palabra tuya bastará para salvarme”. Tal vez, pero es dudoso que las palabras sanen.
¡Más pueden ojos que palabras! A Dios no le fue preciso hablar; creó el mundo con sólo mirarlo. La vista es hermana de Luz, que es otro nombre de Dios. ¿No es el ojo la parte visible del cerebro?, ¿y éste, con todas sus neuronas y glías, no es acaso la base material del espíritu? Del espíritu de verdad y del espíritu de falsedad y de mentira, compañero inseparable de la carne. Con una mirada se hace llorar a un niño, se le hace reír o se le consuela.
No es Palabra el más poderoso soberano como afirmaba Gorgias, presuntuoso siciliano, ni son los nombres la clave del microcosmos personal en el que aparecen nuestras vivencias, donde las disfrutamos o padecemos, Claudia, sino las maneras de mirarse: doña Mirada manda en la cocina, en el salón y en la alcoba. Las palabras son desde luego el espejo del alma en que crece la conciencia de sí, pero son un espejo deformado y deformante. Un espejo en el que se miran todos los que hablan y creen que se entienden. Si las palabras parecen mirarnos no nos ven.
Cuando se sabía mirar, una mirada ardiente hacía desfallecer, excitaba a un mancebo hasta el desespero o la polución, o causaba en una mujer sensible sofoco uterino…, otra de la Musa tansportaba al poeta al confín misterioso al que su deseo apuntaba como una flecha. Pero ahora el espíritu anda apagado y distraído por espejos negros; y los ojos, inciertos, inestables, no se detienen ya en nada como si dudarán sobre qué objeto posarse. Justo en nada se consumen consumiendo. Antes, era la hermosura o la bondad de las personas lo que hacía ojo atrayendo todas las miradas, ahora es el flujo efímero y superficial de las pantallas lo que quema ojos.
Desde chico, estimadísima Claudia, fui muy sensible a las buenas y a las malas miradas. La mirada cariñosa de mi padre y de mi abuela paterna me hicieron crecer, la de mi madrastra me causaba salpullidos y eccemas. Y cuando desarrollé mi propia mirada, ésta se volvió demasiado poderosa.
Siempre he dado la cara, quiero decir que miro a los ojos de la gente. Se dice que los ojos no mienten. Esto, que es verdad la mayor parte de las veces, no lo es siempre. Hay quien derrocha dotes de actor habiendo aprendido a mentir también con los ojos, igual que hay quien se opera las ojeras para que nadie pueda leer en ellas sus pesares o remordimientos. No te fíes de quien no te mira a los ojos, pero ten cuidado con quien lo hace, puede que lo haga para dominarte, para esclavizarte, para maltratarte. De jovencito yo miraba a todo el mundo con la aplicación inquisitiva e insolente del niño que no conoce el pudor de la mirada. Y pronto comprendí que mi mirada podía sembrar mucho bien, pero también mucho mal. Primero miré con saña la nuca del abusón hasta que éste tosía o se rascaba. Luego lo miré mal, con feroz inquina, y con tal intensidad rencorosa y aversión funesta que tropezaba y se caía.
Desarrollé una habilidad muy especial. Asustaba a la gente nada más mirarla; así que no se sinceraban conmigo. Miraba a mi preciosa compañera de banca en el instituto y veía a través de sus córneas tempranas hojas de almendro temblando al soplo del aire. Yo era esa brisa con que me colaba como intruso hasta la intimidad de su mente, profanando las entretelas y secretos de su corazón. Aunque mi intención no era indecente, ella pronto se asustaba. Y entonces sus pupilas y sus iris centelleaban como las olas del mar rompiendo en las rocas del mar Cantábrico. Y en seguida, peor, dejaba de mirarme, se acababa el contacto. Me tomaba ojeriza; yo me frustraba. Pensé en seducir a una ciega. Lo he vuelto a decidir muchas veces, Claudia, pero no se ha presentado la ocasión, ni creo que una relación así pudiera interesarme.
Una noche en la cama, en total oscuridad, unos ojos de gato llamaron mi atención en el cristal de una ventana. Me levanté, miré más atento que un mochuelo, detrás del cristal no había nada: eran mis propios ojos que destellaban como en un espejo, dos puntos de luz como ojos de grillo. ¡Pura especulación! ¿Sabe usted, Claudia, que se han descubierto células auditivas en los ojos de los gatos? Localizan ruidos mirando, así los mininos recuerdan también los sonidos de lo que ven, lo cual amplía y detalla su memoria geográfica, considerada por los etólogos fabulosa.
No se puede negar que la mirada del superior muda la del inferior y que hay una fuerza celeste o misteriosa impresa y expresa en los ojos, una energía que viaja tan rápida o más rápida que la luz y que cambia el modo en que se suceden los fenómenos en el cosmos o microcosmos observado. Esto lo han comprobado quienes organizan experimentos cuánticos. La mirada del observador altera y transforma lo observado. Mil veces he sentido cómo mi mirada aceleraba el pulso de otra criatura, aun estando yo fuera de su campo perceptivo, ¡ella sentía que la estaban mirando! Se han hecho experimentos con primates, se les han colocado sensores, se les ha mirado sin que ellos supieran que se les miraba, y se ha comprobado que la observación alteraba el funcionamiento de sus mentes.
Si no me miran, no me quieren. Nadie me cuida si nadie mira por mí. Pero ¿cómo mirar a quien tiene un gran poder de fascinación y de aojamiento sin riesgo de ser transformado o dañado por su mirada? Para bien o para mal, un tipo así es un peligro público. Por eso habría que prescribirle como una obligación cívica que llevase gafas de sol. No es por azar que existan nervios que conectan ojos y colmillos.
Y eso hago yo por voluntad propia. Llevo continuamente esas gafas cuyos cristales son como espejos… Eso me aísla. Pero no tanto como para no sentir, como exteriores, las miradas de los otros. He renunciado a ser mirado y a mirar, pero no a ver. Aunque sufro porque soy consciente de que ver de verdad es saber lo que se mira, he decidido estoicamente una sumisión lúcida a la sombra con el fin de no promover ni sufrir daños.
Por mucho que nos protejamos, sucede lo necesario… Me cruzaba con ella todos los días laborables. Le dije hola y ella me devolvió el saludo. Y eso un día y otro día. Por fin, tropecé nervioso al cruzarme con ella, se me cayeron las gafas, al levantarme allí estaban sus ojos, pardo-verdosos de animal de garra y vuelo alto. Con aquella mirada caló mi mente, tocó su fondo inconsciente, desnudó mis entrañas, heló los tuétanos de mis huesos. Sentí un vaciamiento íntimo que concluyó en escalofrío. Se me saltaron las lágrimas, esa sangre protectora del alma. Pero ya era tarde. Confundido, haciendo eses como un borracho seguí mi camino, mientras una voz interior me cantaba:
Descubre tu presencia,
y máteme tu vista y hermosura;
mira que la dolencia
de amor, que no se cura
sino con la presencia y la figura.
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No sabemos qué contestó Claudia a la carta de este “visionario” impreciso, aojador sin nombre (aparece sin firma en el archivo reservado para “anónimos”). Por detrás del último folio impreso de un email, con su característica caligrafía a pluma de rasgos filiformes Claudia dejó escritas algunas frases y palabras, como anotaciones para una contestación. También dejó manuscritas las notas que localizan y comentan los textos citados por el autor:
- En el desierto siempre hay un depredador de guardia, como en las urgencias un médico. Y todos los depredadores tienen ojos grandes para recoger más luz. Un halcón a medio kilómetro identifica un saltamontes de 2,5 cms.
- Al parecer, el autor posee, como los felinos, una capa fotorreflectora bajo la retina que aumenta su sensibilidad a la luz y devuelve la que no absorbe haciéndola pasar otra vez por la retina. ¿Explica esto los extraordinarios efectos de su mirada que percibe en su entorno?
- “Rojo de sangre reventona como ojo de conejo blanco”… Los animales superiores necesitan mucho tiempo para madurar su capacidad visual y el uso continuo de la misma. Y ese tiempo de la niñez es irrecuperable: Quienes perdieron la vista de chicos y luego la recuperaron de mayores prefieren palpar para reconocer. Si uno no adiestra sus ojos, todo cuanto ve le parecerá enigmático, inconcreto e impredecible (v. el famoso cuento de Wells sobre la ciudad perdida de los ciegos).
- Anisocoria, pupilas desiguales. La sola presencia de la luz no es suficiente para ver.
- Conocerse a sí mismo (modo medio del verbo, ni activo ni pasivo)… El imperativo apolíneo “conócete a ti mismo” presenta una variación esencial en “mirar al otro” y “mirarse en el otro”. Apuleyo: “tus ojos que han penetrado a través de los míos hasta el fondo de mi corazón, encienden en mis entrañas un vivísimo fuego” (Metamorph., X, 3).
- ¿Fui yo, Claudia Prócula, quien le miré? Ahora recuerdo…
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«Según las anotaciones de Claudia, el desconocido autor enriquece el inicio de su carta con la estrofa de la Rima XIV de Bécquer, poeta al que también parafrasea luego, y la concluye con otra de Juan de la Cruz. A lo largo de su epístola refiere al Crátilo de Platón (398ss), al Elogio de Helena de Gorgias y al De Amore de Ficino. Y resulta obvio que anduvo muy deslumbrado con el Tratado de la fascinación o del aojamiento (1425) de Enrique de Villena».
Lope de Bisejo, albacea de Claudia Prócula
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José Biedma López,
para La Caja del Entomólogo
del Café Montaigne,
Enero 2019
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Notas