El Barón Bermejo
Parte Tercera
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Tras dejar atrás a la inspectora Beverly, una lluvia gruesa molestó a nuestros adalides. Al paraguas del palio boscoso pronto aquejaron goteras; ramas y hojas vertían aguas a cántaros sobre hombres y bestias. Tronaba mientras porfiaban en áspera cuesta, hiriendo a las cabalgaduras de espuelas, cuando Radón el Augur gritó: “¡Por el aspa de San Andrés, refugiémonos bajo aquella cornisa!”. “¡Por las torturas de Santa Bárbara, buena idea!”, respondió Bermejo. Bajo la pétrea cornisa una puerta rústica cerraba el paso a una amplia gruta. Tordés el Recto golpeó la madera tres veces. El número tres es el más misterioso y perfecto porque tiene principio, medio y final. Por eso el Recto llamó otras tres veces. Tras el último golpe, pensando en echar la puerta abajo oyeron dentro los borborigmos de Polifemo si devorase a Odiseo, el cronómetro Eve Mon Croix que Bermejo compró al occitano Gerbertus se iluminó, ¡porque los estaban mirando! ¡Y la puerta se abrió!
Dos, no sabemos quiénes, ventosearon y todos se vinieron arriba como inspirando aire cuando un tipo calvo, bajito, de piel lechosa y ojos azul topacio les abrió la puerta. Sus maneras, tranquilas; su discurso, dulce y claro. Las nobles bestias quedaron fuera, al amparo de la ancha cornisa, mientras el dueño ofrecía su hospitalidad a los cuatro caballeros andantes. Explicó que se llamaba Cédrik Wolken, hijo del famoso tedesco Hans Wolken, gentilhombre de El Reino de las Libélulas, pintor de nubes, colega y amigo del Teniente Jumilla. “No os sorprendáis de que cuente con padre conocido. Confío en que eso no os escandalice. Aquellos eran otros tiempos y situaciones”.
Durante nueve meses del año Cédrik se recluía en su caverna para proseguir y renovar la obra de su padre, dibujando y coloreando brumas, nubarrones, nimbos, cirros, celajes celestiales, rizos, torbellinos, estelas de condensación…, fenómenos que también estudiaba y fotografiaba, pues las formas del vapor son infinitas y una tarea perpetua –explicó- puede embeberte completamente, haciéndote olvidar los cuidados del ego. El espíritu generoso halla con ello sentido a la existencia. El tedesco nos habló también de los cuadros del Teniente Jumilla: castillos en el aire, torres de viento, caballeros azules a lomos de su blanca quimera… “Hay quien no levantándose del polvo pretende tocar con su cabeza las estrellas” –aclaró críticamente.
- Álex liberó a Natacha la Sobrera de una de esas torres de viento, en la que había sido encantada por Arcalós –dijo Radón elevándose con picardía una ceja para Álex.
- Arcalós le había prometido una nueva cara cara a la Sobrera, restauración uterina y un encuentro galante y cumplido en la Tercera Fase con un dron de primera.
- ¡Insensata! –contestó Cédrik.
Desde la cornisa, una galería estrecha comunicaba con una sala amplia de paredes irregulares y altos techos, más allá se abría una chimenea ancha, cubierta con una bóveda hialina de metacrilato, por donde entraba la luz a raudales y que Cédrik mantenía absolutamente limpia para que nada le impidiera la representación minuciosa de los avatares y noticias del cielo. El artista nos confesó que en la engañosa feria del mundo y laberinto de errores en la que malvivía durante tres meses al año, como pocero y dron de segunda, no encontraba más que rudos diablos y aprendices de íncubo, así que esperaba en compensación sorprender alguna vez a un querube o a un serafín detrás de un cúmulo de algodones. A Álex el Morado esta ilusión le pareció muy distinguida.
De una de las paredes de la gruta en la sala mayor colgaban arcos, ballestas, guantes de cetrería y aljabas repletas de flechas de crudo casquillo y aguda punta. Sobre un alcandara de bronce, colgaba un halcón neblí tan bien disecado que parecía iba a echarse a volar. “Idéntico al que Calisto perdió en el jardín de Melibea”, anotó. No les extrañó que ofreciera para cenar pote de jabato y conejo guisado en vino, con miel y hierbas recolectadas en noches de plenilunio. Añadió higos secos y uvas pasas. Tordés salió a la caza del ron ultramarino, preso en la alforja de su jumento.
En la sobremesa saltó la conversación de la Aufklärung al Erleuchtung, del esclarecimiento al sentido de la unidad con el universo, que Radón se atrevió a identificar con la luz que envolvió a Jesús en el monte Tábor. Nada que ver con la onfaloscopia o ensimismamiento que practicaron algunos hesicastas, y que resultó contestada con argumentos definitivos por Nicéforo Gregoras, pues el Erleuchtung está más cerca de la transfiguración.
- Es evidente que para el místico –dijo Cédrik dirigiéndose al Ballestero- los egos son ilusiones, como lo es la materia para el físico cuando la considera y reduce a una especie aparente de energía. No hallarse en uno mismo de pura alegría, tal es el principal objetivo del pensar místico.
- También por Carnaval disfrutan Pulchinella y Arlecchino del frenesí y el contento de la identidad perdida –replicó Álex-, ¡y nada tienen de místicos!
- O gozan de otra identidad ganada. Tal vez durante esos trances seamos otros, meros instrumentos de deseos ajenos. He imaginado a veces que esos deseos son también de otras personas, tal vez de otro tiempo, espacio, género y condición. ¿De nuestros antepasados? No sé…, en todo caso el hambre pertenece ya al huevo y se asienta bajo la conciencia e irradia o evoluciona en forma de mil pretensiones y codicias.
- Dos enmascarados se enamoran –añadió Tordés el Envenenador-, ¿qué diréis?, ¡perderá el primero que tenga el coraje de quitarse el antifaz! Es la historia de mi vida, por eso la envenené…
Se hizo el silencio como si hubiera pasado un ángel. Y no de los mejores, tal vez un secuaz del Primer loco. Bermejo se preguntó cómo era posible que el Comité de Damas seleccionara a Tordés como semental donante y dron de primera. Hasta que Álex, dando por no oída la terrible e inoportuna confesión de Tordés, le hizo un gesto para que dejase en paz la botella de ron, y preguntó a Cédrik:
- ¿No te parece que el casamiento del Espacio y del Tiempo es la historia de amor más importante de nuestra época?
- Una unión tan misteriosa como la de las nubes que pasan a lo lejos, porque el orden de su sucesión temporal parece contradecir el de su coexistencia espacial. Nacen juntas o separadas y se buscan y se huyen, como aquellas cazadoras que rastrean a alguien digno de ser amado para serle infiel, alguien que nos sirva seguro para poder despreciarlo sin riesgos, una pareja oficial para vivir con ella en roñosa incompatibilidad… Así, en lo trágico, conviven Tiempo y Espacio, ingeniando vidas y provocando muertes (Cédrik le guiñó un ojo cómplice a Tordés).
Radón acercó la conversación al dominio de las profetisas y sibilas. Tras referir el caso de Berecinta, oráculo de romanos, y el de la toscana Adelecta, que antes de morir previno a su marido e hijos el tiempo y espacio de sus muertes, se recordó a Urganda la Desconocida, que dejó en el parque a la Cobra Muchilinda, la que protegió con su caperuza a Buda. Urganda encerró a Arcalós en una jaula de hierro donde moría muchas veces…, inevitable fue que preguntasen los caballeros por Haltamisa la Clarividente, a cuyo Centro de Salud en el Claro de la Adivinación, allá en el llano, casi se asomaba el observatorio de Wolken desde sus altos riscos.
- Haltamisa no es su verdadero nombre –dijo Cédrik-. Su auténtico nombre como su origen yacen hoy envueltos en leyendas como los frutos en plástico. Sé que la hechicera convierte insectos en flores. Cuentan que sanó a Álvar Bellocín de un cáncer de pene y a Gandalín el Ermitaño de una insolencia muda. Muchos de sus trinos son virales en la Red porque conoce el secreto oficinal de muchísimas hierbas y hasta del legendario Lotos, que amplía la memoria personal.
- ¡El Lotos de Ptomoleo! ¿Sabes si su consumo amplía también las representaciones obsesivas?
- Seguramente.
- ¿Y las ideas torturantes?
- Algunas.
- ¿Y los antiguos rencores?
- Muchos
- ¿Y las nostalgias de amores frustrados?
- Todas.
- ¡Pues que se quede con su Lotos, la bruja! ¡Quién pudiese olvidar! –exclamó Tordés el Recto, micólogo e iracundo envenenador. La expresión de sus celos y aversiones podía haberle costado cara, gustos que acaban en gastos, pero aquella caverna parecía libre de sensores de la Reverenda Madre.
Descansaron juntos, algunos revueltos, y partieron al amanecer, poniéndose en manos de Ventura la Requerida, hija mayor de Fortuna la Ciclotímica. Seguramente ella les guiaba, tan inconstante, tan lunera. Se dejaron correr cuesta abajo al trote de sus rocines hasta que dieron con una charca pestilente adornada con enormes nenúfares y sapos calamitas en cuyos ojos ya ardía el otoño como un baño de oro o un incendio lejano.
En la ribera de aquella inquietante laguna lloraba una doncella medio desnuda mesándose los cabellos mientras gemía. Tras su tronada de suspiros, prorrumpió en una copiosa lluvia de lágrimas.
Bermejo y sus compañeros acudieron raudos en su auxilio. Le ofrecieron manta con que la muchacha pudo cubrir los harapos que apenas desdibujaban la crudeza de su rotunda figura de odalisca. La quisieron tranquilizar con un buen trago de ron ultramarino y un trozo de pez rémora acecinado. Cuando pudo contener los pucheros las lágrimas aún le inundaban los ojos, esmeraldinos cual remanso de arroyo de alta montaña, y habló:
- Yo me creía, señores, capaz de leer el pensamiento ajeno y juzgar con rigor sus intenciones, hasta dobles y triples propósitos, y aquí me tenéis abusada y abandonada, en la orilla de una ciénaga maloliente, hundida en la resaca de tres días, ¡y sin móvil! Un gnomo, especie gobelino, subespecie normanda, pillo perverso, me ha trincado y despojado, con ayuda de un castillo de huesos y carne, gigantón malvado al que el gnomo tiene seducido, no sé el porqué.
Al oír esto, Bermejo pensó en el valor de lo pequeño, en que la esencia del mejor perfume se guarda en tarros diminutos, en que la sardina es más fina al gusto cuanto más chica, en cómo las buenas paridoras no solían ser tan grandes como hoy las sores esteatopigias, y en cómo Natura busca en todos sus carrefures la más económica, plausible y perfecta armonía, en verdad como si el mundo fuese un morrocotudo, colosal e ingente espectáculo.
Continuará…
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José Biedma López
para La Caja del Entomólogo del Café Montaigne.
Septiembre 2019. La Asperilla.
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