El Barón Bermejo [Sexta Parte: Fosa de Hipócritas]
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“Mas, ¿quiénes sois vosotros a quienes destila,
a lo que veo, tanto dolor por las mejillas?
¿Y qué pena tenéis que tanto brilla?
Y uno me respondió: Las doradas capas
son de plomo tan grueso, que su peso
las hace rechinar al balancearse.
Fuimos frailes Gaudentes, y boloñeses;
Yo Catalano, y este Loderingo
por nombre, ambos por tu ciudad elegidos”.
Dante. Infierno, Canto XXIII.
Tras haber escuchado los avatares interminables del Judío Errante, la noche envuelta en oscuridades se sepultaba en silencios. Los caballeros durmieron poco y mal. Tordés soñó con la sangre derramada; Álex el Ballestero con dianas hermosísimas que casi le desollaban tras sorprenderlas desnudas; Radón con que el penacho amarillo de su casco le crecía y crecía con más plumas que la cola al gallo de Yokohama; Bermejo pensó en su sexo, el de ella, surco más prolífico y armonioso que el vientre de la sombra. Descartó con un ronquido que fuese carne de Lynette mientras masticaba brasas.
Bermejo había escogido a Lynette como “señora de sus pensamientos”, sacra figura a la que consagrar diferentes empresas atrevidas en nombre de la paz y la justicia, el hecho de aspirar a poseerla estaba por completo excluido, incluso era posible que Lynette se mostrara por completo inaccesible y hasta cruel, como princesa altiva y hada lejana… ¡Que tonterías se sueñan!, pensó. Menos mal que abrió Natura amplia persiana en jubiloso frenesí de aurora, y entonces con voz de pájaros madrugadores despertó a la panda.
Calentaron café en trébede sobre ascuas, comieron bellotas e higos secos, un trago de ron para matar al gusanillo, y partieron por la Senda de la Degollada pero en sentido contrario al que trajeron. No había alcanzado el sol su cenit cuando oyeron el resonar de atambores y chirimías en danza sincopada… La senda descendía por un bosque bajo hacia anchísima sabana cubierta de matorral y niebla. Más cerca, en una hondonada vieron a gente muy pintada, dorada, todos como anuncio publicitario o icono de propaganda, eslogan de alguna codiciada ambición, de una ilusión gozosa, de un espejismo engañoso, giraban en una fosa donde sus pasos habían hecho desaparecer todo el verde de la hierba, lloraban como vencidos por el cansancio o la derrota, y tropezaban.
“¡Fiestas del contento, vigilias del pesar!”, gritaba un reducido. Otra, que había sido matrona, se lamentaba: “El traje era muy bonito por fuera, pero con muchos dobleces, forros y bolsillos por dentro”. Una señora se desgañitaba afirmando que todos los que no concurrían allí tendrían que haberse marchado, que no eran pueblo pueblo. “Somos muchos y caminamos en la misma dirección, sólo hablamos con una lengua y nos queremos bien, ¿será posible que demos vueltas sin llegar a parte alguna?”.
- Esta parece más fanática y cruel que Goswinda la Tuerta, segunda mujer de Leovigildo, que metió a su nieta y nuera en un estanque lleno de peces babosos para que se bautizara arriana –recordó Tordés.
Portaban capas listadas y estrelladas que parecían ligeras por fuera, pero terminaban pesadas como plomo. A la fosa llamaban algunos “colegio”, otros “tierra”, quien “convento”, quien “tradición infalible”, la mayoría “estricta patria”, alguno “democracia indiscutible” o “exclusivo cielo”. Todos se sentían superiores, hiperbóreos, y mostraban espléndidas intenciones nacidas como hermosas flores del roñoso fango del odio, del desprecio al “inferior”, de la fértil patata de la soberbia.
Radón preguntó a uno de aquellos petulantes quiénes eran y qué reclamaban. “Somos gente bien. Gente educada y de paz. Pero estas banderas doradas con que cubrimos nuestras vergüenzas nos crecen como conchas, cada vez más hinchadas y molestas”. “Y siéndoos tan fastidiosas, ¿por qué no las abandonáis?”, le preguntó Radón al tipo aquel, arrogante pero con pinta de reducido, que daba la mano a otro. “Nos han enseñado que ellas son todo lo que somos; pues sin ellas, no somos nada”.
- ¡Ese es Catalano Malavuelta!, fundador de la Orden Caballeresca de los frailes Gaudentes –recordó Tordés el Recto-, y el otro es Loderingo Andalú, ambos nombrados pacificadores por el papa Clemente IV, misión en la que fracasaron lastimosamente.
- Su orden religiosa prohibía expresamente cubrir puestos políticos… ¡Pero ellos ni caso hicieron a lo que se les mandaba, y buscaron hacer de la religión poder e instrumento! Dante los encontró en la sexta fosa del octavo círculo del infierno.
- ¿Qué hizo la Divina Providencia con su insolencia? –preguntó Bermejo.
- Mira e interpreta. Poeta y discípulo ven a un pobre crucificado en el suelo y Fray Catalano explica que es aquel que recomendó a los fariseos que convenía exponer al Hombre a martirio, ¡todo para salvar al pueblo!, como si sólo los de su pueblo o sus parientes fuesen hombres. Virgilio se sorprende doblemente porque él no conocía a Caifás ni al resto de los que medraban y hacían fortuna con los romanos y luego pudieron cubrirse con el hipócrita eslogan de “salvar al pueblo” cuando Roma se hizo fastidiosa.
- ¿Y no respetaron ni a los que como Flavio Josepho adoptaron imperiales y civilizadas maneras de romanos, escapando del establo de su pueblo?
- Esos, para los hipócritas, ni aparecen ni cuentan. O están exiliados.
Desde arriba y mirando más allá, nuestros caballeros vieron a algunos de aquellos frailunos y encapuchados, que con gran dificultad y bajo la pesada carga de la capa dorada escapaban de la fosa por la izquierda, pero en cuanto daban un par de pasos vacilantes eran atrapados por voladeros ángeles negros. Como insectos que emergen de una charca y son cazados al vuelo por enormes y oscuros pájaros mosquiteros, pronto eran facturados, bien agarrados por sus pesadas banderas hacia los densos bosques o hacia el Cielo Electroestático de Pedrosa, un cielo que, como todos, porta en sus entrañas un infierno.
Bermejo pensó que aquellos diablos estarían al servicio del gran Malagarra, llamado en provenzal Malebranche, primo de Bocachancla, y que mejor sería andar bien lejos de esos dos luciferinos y poderosos personajes, así que levantó la mano a Fray Catalano manifestándole con un gesto hipócrita (o digamos, más bien, simulado) su relativa solidaridad con la causa de aquellos ricos fatuos y tozudos fanfarrones, y volviendo grupas a tanta miseria y tanta codicia avanzó con sus compañeros sorteando hondonadas y matorrales, hacia la inmensa estepa.
Desde la cima de un pequeño alcor en el que reposaron sus bestias los caballeros, resultaba maravilloso el espectáculo de una manada de Mamuts desextinguidos. Cerca de ellos pacían búfalos europeos y enormes uros de frentes rubias. Había que fijarse atentamente para captar en lontananza la presencia de un clan de leones de dientes de sable junto a unas rocas del mismo color que sus pieles, pero allí descansaban las fieras, cerca de los grandes rebaños de herbívoros, aguardando el momento propicio del hambre para atacar y devorar. Como dijo Aristóteles, es la naturaleza demónica, pero no divina.
A la derecha, no obstante, el campo se elevaba buscando Cielo, y allí, por el norte, la vegetación fresca y frondosa serviría de pantalla al jardín, o selva civilizada de aromas y especias de Haltamisa, gran curandera y señora.
Continuará…
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José Biedma López para La Caja del Entomólogo
del Café Montaigne.
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