Barcas sin alma – Un relato de Tomás Gago Blanco

Barcas sin alma – Un relato de Tomás Gago Blanco

Barcas sin alma [Relato]

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Tomás Gago Blanco – Barcas sin alma – 1

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Barcas sin alma

Cuando el sol cae tras la cresta de sabinas y pinos retorcidos que el sol calcina en esta costa de ceniza y piedras volcánicas, comienza el cierre de sombrillas junto al mar y, despacio, los bañistas, dejan la playa silenciosa.

Las barcas, que cada día salían presurosas con pescadores de mirada temerosa y gestos de esperanza, para extender las redes hasta el alba, quedan huérfanas en la arena que pierde su color dorado. ¿Dónde está el alma de esos hombres que un día gobernaron sus remos y su timón? Hoy, abandonadas, arropan la soledad de su descanso con las proas unidas bajo aparejos y remos solitarios.

La arena que empuja el viento se acumula a su alrededor y, como féretros vacíos de lloros y palabras, permanecen cubiertas de olvido mientras el salitre corrompe sus maderas y tapa con excrementos de gaviotas las caricias ciegas de manos cansadas de aquellos marineros que dejaron hace tiempo la ingrata tarea de la pesca.

Ayer pregunté por aquellos hombres rudos y sinceros, generosos en el esfuerzo, de sonrisa esquiva; pero nadie los recuerda. Esas embarcaciones sin colores son restos de un tiempo remoto. Algunos piensan que son despojos de juegos infantiles; una atracción turística de tiempos antiguos; un estorbo que hay que retirar.

El tiempo tiene memoria inmediata y olvida a los que nacieron, hace años, en esta costa de sombrillas y colores, cuando la espuma y ellos eran los únicos que pisaban la arena virgen y el agua clara.
Pocos miran las barcas carcomidas: apenas unas migajas de vidas secas, de olvidos recientes, donde las gaviotas esperan con la mansedumbre de los días, la mañana temblorosa y, los restos que los bañistas olvidan cada tarde junto a las olas al regresar a sus casas.

La soledad de los botes me lleva a la de tantos otros tumbados en la arena. A sus risas forzadas; a su amistad fingida; a sus cuerpos bruñidos por sudor de gimnasio y voluntad ajena al esfuerzo obligado.
Aquí todo es farfolla e inmediatez, transparencia de un vacío que desprecia los cuerpos encorvados y dubitativos de los que ayer fueron como ellos. Solo el mar es profundo, sincero y misterioso. Solo se valora lo que el azul oculta, lo que la gaviota reclama con su grito.

En esta costa de cigarrillos y cervezas se viene a consumir el tiempo, con la pasión de lo inmediato, con desprecio hacia el pasado. Todos estamos necesitados de presente continuo porque la noche y el día han borrado sus límites y, el único fin es vivir el breve plazo inamovible de estos días.

Las casas de frente estrecha y profundidad oscura plantadas frente a la playa, como mástiles caídos, olvidaron aquellas mujeres que arrastraban las relingas con esfuerzo para amarrar los flotadores y los plomos. Todas descuidaron su tarea cuando el tiempo las dejó huérfanas y viudas. Ahora, solo los visitantes del verano asoman su rostro enrojecido durante los escasos días que el trabajo impersonal de la ciudad permite.

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Tomás Gago Blanco – Barcas sin alma – 2

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Algunas tienen en su fachada el nombre despintado del pescador que la ocupó hace años, ese que nadie recuerda, pues sus hijos vendieron la casa al veraneante que le gusta dormir con el sonido del mar y la arena menuda sobre la que sus huellas dejan un rastro leve y fortuito.

Cuando la luna riela cautelosa, el estrépito del agua en el costado de los botes no puede apagar las voces antiguas de los pescadores, ni sus silencios, entre el murmullo eterno de las olas.

Solo maderas carcomidas. Aquello que un día fue vida y fuente inagotable hoy se desmorona como la carne que abandona los huesos hasta dejarlos blanquecinos. Las cuadernas resisten tenaces las arenas que el viento de levante arroja feroz para afilar sus costuras descarnadas. Los ojos que miraban cada tarde su abandono también se han ido a algún lugar escondido, porque todo lo viejo se aparta para que la sonrisa permanezca y nuevas gentes ignoren el pasado ingrato, la miseria de los días y la renuncia de los hombres y mujeres que un día no lejano habitaron estos parajes, cuando nadie había pensado en colocar en la arena redes para jugar a la pelota o castillos flotadores de colores para el juego de los niños, bajo la atenta mirada de las madres.

Mientras, las barcas, asoladas por el tiempo y la humedad salina, observan con sigilo el paso de las horas bajo el ruido de voces rotas y música estentórea que ahuyenta las palabras comedidas y los deseos.
A espaldas de la luz que emiten los chiringuitos para mostrar rostros vacíos y sonrisas de un instante, la oscuridad que la noche regala parece eterna, a pesar de la luna llena, porque el búho y la lechuza reclaman su presencia bajo el tránsito veloz de los murciélagos y la quietud de las luciérnagas.
El misterio fugaz y repetido de la vida se produce sin descanso al cobijo de las embarcaciones solitarias en medio de la arena, pues, las sombras, ofrecen generosas ese refugio escueto que buscan quienes sueñan encuentros fortuitos y caricias nuevas.

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Tomás Gago Blanco – Barcas sin alma – 3

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Tomás Gago Blanco

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