Claudia y Don Lope

Añil
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Una noche de farra y malevaje Orlando el poeta presentó a Claudia y don Lope en el Bar Bitúrico. Claudia florecía de noche como los dondiegos, y en aquel sótano sonaba Eye in the sky de Pink Floyd. Lope le abrió enseguida lo más tierno y personal que tenía: su memoria. Le contó que había sido abducido por extraterrestres presuntamente aficionados a la zoología cósmica. Sucedió a mitad del XVIII, recién suscrito a la Enciclopedia de Diderot. Nunca supo cómo fue devuelto a la Tierra aún joven, en pelotas en un garbanzal, con dos hermosas piedras preciosas colgadas del cuello cuya venta le permitió vivir sin trabajar, eso sí, bien empleado su tiempo en letras y liberales ocios. No recordaba haber sido violentado, ni guardaba cicatrices de su viaje estelar.
Claudia, maestra del disimulo, disimuló sorpresa y duda. Creo que le gustaba la elegancia añeja de don Lope y los arcaísmos de su habla. Como se lo indicase halagüeña, Lope explicó que el español actual ya no era el mismo que él escuchaba en el Siglo de las Luces. Las palabras le resultaban familiares, pero no sus significados. A este respecto había construido un curioso Vocabulario que prometió prestar a Claudia.
Aquella noche, animado por el vino de Jerez, se mostró facundo. A Claudia confesaba lo primero que le sorprendió del nuevo orden: cómo los ricos –y para él casi todo el mundo lo era ahora-, pudiendo vestir bien, se disfrazaban de vaqueros, de mineros, de mendigos… Se había impuesto el mal gusto. En su Vocabulario dejaba constancia de lo que significaba para sus extemporáneos el Arte: un gesto obsceno, un acto escandaloso, fantasmagorías en movimiento adobadas con sexo y violencia, o “nouvelle cuisine”. En cuanto a la Belleza, ya no era más que un atributo trascendental de los coches deportivos y, en general, una cualidad superficial de la icono-esfera publicitaria.
¿Y qué decir de la Bondad? Lope se había percatado de que pasaba sobre todo por necedad, cosa de beatos y santurrones, algo demodé; y la conciencia no consistía ya sino en una resistencia interna al movimiento nacida de la frustración. A su juicio, los técnicos del siglo XX habían inventado infinidad de medios para aligerar la pesada carga de la conciencia o eliminarla del todo, el más popular había sido la tele, el más destructivo las drogas de síntesis, el más hipnótico la velocidad, el más virtual la Internet, magna malla mundial que permitía a todos los majaderos del mundo expresarse públicamente y mostrar sus vergüenzas.
Cuando salieron juntos, Lope le contó a Claudia cómo la mayoría de sus congéneres le parecían ahora narcisos incorregibles. A cambio de engordarles el globo de su vanidad, se les podía vender cualquier cosa y hacer creer cualquier superchería. Y lo peor: resultaba más fácil engañarlos que convencerlos de que habían sido engañados.
Lope le había preguntado a Orlando qué pensaban sus contemporáneos del Espíritu. El poeta le contestó sarcástico:
– Básicamente, un aliento o aura que portaban los antiguos por falta de higiene.
Orlando vio correr entonces una lágrima por la mejilla del hijodalgo. Eso me cantó luego en versos de arte mayor.
A Lope le preocupaba mucho que la familia se hubiera convertido en una especie de cooperativa para la estabulación de la grey humana, reducida cada vez más a una madre y un hijo grosero o una hija díscola. Apenas se celebraban ya comidas familiares. Y la autoridad de los padres parecía muy cuestionada.
– ¿Y la fe? –le preguntaba retóricamente a Claudia-, ¿no te parece triste que se haya reducido a crédito financiero?
– ¿Pero no eres volteriano?
– Por eso, Claudia, si Dios no existe, hay que inventarlo. Y si no hay Dios, cualquier mequetrefe en pantalón corto se convierte en ídolo, cualquier despojo en fetiche, cualquier meretriz en oráculo. A falta de ciencia y arte, la gente ha de tener religión. No puedo creer que el fin ideal se convierta en fórmula… Deseo, por bienes de consumo disponibles, dividido por poder adquisitivo.
– ¡Tú has leído a la Escuela de Chicago!
– ¡No todo es economía, no todo son hechos, no todo son cantidades! ¿Qué se puede esperar si se rebaja a superstición la autoridad de la tradición, la historia sagrada, la retórica de los prudentes?
– Tal vez sea el fin de la historia, Lope. Quizá la Historia concluya con el Imperio de la Hamburguesa.
– No lo creo, pero he sentido vulnerada muy gravemente mi confianza en el progreso, especialmente cuando observo cómo las más extrañas porquerías y defectos morales se publicitan con eufemismos y los vicios de los pobres pasan por enfermedades en casa de los ricos.
– Bueno, Lope, todo presente es empeorable. Ya lo sabes. Hay conocimientos que duelen, ¿no? Más vale que digieras cuanto antes el sentido trágico de la existencia. ¡Ya no eres un chaval!
Claudia se preguntaba si el Vocabulario que Lope había publicado parcialmente como epílogo de sus Cincuenta Lapos [1] era cínico o posmoderno. Lope padecía la miopía del autor satírico: veía a los hombres tal y como son en lugar de tal y como se ven, lo cual incluye también sus ideales y propósitos de mejora.
– No nos engañes con la realidad –le objetaba Claudia-, eso es cruel, como aporrear a los demás arrojándoles tus entrañas.
– Pero es que dudo que queden verdaderos ideales que nos sublimen. ¡Y somos tan poca cosa! Repara en la animalización creciente del género humano, la gente se acuesta con sus mascotas; más que evolución, vislumbro involución.
– No seas tan pesimista, Lope –le intentaba animar Claudia.
Lope y Claudia sostuvieron un hermoso romance platónico, primaveral, que –por lo que este narrador sospecha- no llegó a cuajar en cópula íntima, pero sí en larga correspondencia epistolar en la que los dos se mostraban un respeto agresivo que sólo excepcionalmente rozaba la ternura. Eso les estimulaba intelectualmente y mantenía en guardia.
He tenido acceso a aquel epistolario. Don Lope no podía comprender cómo después del evangelio de Voltaire a favor de la tolerancia los europeos se habían dejado arrastrar a dos atroces guerras mundiales. Los hombres del XX le parecían al astronauta conejos asustados, matricidas de la Naturaleza acorralados en madrigueras de cemento, cristal y acero. “Vida” –definía en su Vocabulario-, “ese mechero que quema petróleo y se enciende con cocacola”.
La correspondencia duró hasta que Bernardina Túnez, secretaria de Lope, le ocultó las cartas de Claudia. Tal vez fuese por celos, aunque Bernardina era lista como una ardilla y jamás confesó su interés por la persona de Lope. Pero eso es otra historia.
José Biedma López
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Nota
- José Biedma López & José Rodríguez Expósito [ilustrador]. El libro de los 50 Lapos & Vocabulario de Lope de Bisejo. Amazon Kindle, 2013. ASIN: BOOCTQXTAG