El Barón Bermejo [Jornada XXIX. Rosario]
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El Barón Bermejo [Jornada XXIX. Rosario]
Habían dejado atrás el Casino de la Amistad y la iglesia que arrasó Barbarroja a mitad del siglo XVI. Cuando recuperaron fuerzas, animados por la brisa del mar que llegaba hasta ellos con aroma de romero pues cabalgaban riparios, comentaban los caballeros las incidencias del torneo y qué bien habían sido representados los Pésimos y que bien habían sido genotipadas las Óptimas.
“Reconozco –dijo Bermejo- que viendo la discreta belleza de Humilitas se me vino arriba el gallo incierto. Semejaba la bella esas pequeñas granadas maduras de un hermoso color tornasolado, que a pesar de su tamaño contienen semillas gordas, generosas, y regalan ácida y sabrosa miel”. “Bueno –contestó Radón y acercaba sus palabras con una sonrisa-, ya que el amor vuelve aburrido al gracioso, estúpido al sabio y cambia también defectos por cualidades, mudando en ágil al torpe y poniendo rabiecilla en la hormiguilla, ¡cualquiera puede esperar ser amado, incluso un caballero inactual como vos!”.
‒ Préstasme esperanza, amigo, “dame pan y dime tonto” (Bermejo pintó en el aire las comillas con las manos), pero ya entiendes que en nuestro mundo dividido en parques temáticos es muy improbable que un dron digamos maduro, aun habiendo pasado exámenes precisos y con las acreditaciones justas, sea admitido para el amor orgánico ¡tan excepcional!, más allá de la cortesía del flirteo y de la pícara coquetería, artes de sociabilidad para las que hemos sido instruidos a fondo y que eluden implicaciones exclusivas.
‒ “Sexo sin sexo”, “encendimiento de amor sin conclusión” –por citar los lemas que consagró doña Gelovira Vanafermosa.
‒ “Amor sin consumación, preliminares sin límite”, siguiendo la recomendación zahirita de Ibn Daud de Bagdad en su legendario Libro de la flor, ¡guárdelo la Diosa en su gloria!
‒ “Pistilo sin estigma y con faca sorpresa”.
‒ Reconozco, Radón amigo, que me cuesta gran esfuerzo evitar pensar en su sexo, “como surco más prolífico y armonioso que el vientre de la sombra”, según cantó el poeta.
‒ ¡Eres un antiguo, Bermejo! Cierto, sin embargo, que la humillación del animal bravo transmite emoción, eso en tauromaquia… ¡Ojo, que no te acuse de “naturista” el PFS [Perfectia Feminarum Servitia o “Servicio de femes productivas y optimizadas”]!
…Vieron entonces nuestros caballeros a poniente bandada de grullas veleras que escribían sus deltas por el cielo buscando charcas. Fue signo de lo que había de acontecer poco después, porque oyeron grito de gente que por detrás les apretaba el paso firiendo bestias de espuelas…
¡Y eran Tordés el Recto y el su escudero Artemio!, (antes Armenio, maestro de danzas nocturnas en la secta de Lohizo). Gritaban como almogávares: “¡Desperta Ferro, por San Jorge!”. Cabalgaba Tordés en un bellísimo jamelgo plateado, reedición de la raza Akhal teke de Turkmenistán, Artemio por su parte dirigía una jaca jerezana, sendos regalos de Haltamisa, maga cubana adicta a la gaseosa y enemiga de las carnes rojas.
Sorprendidos y sin saber quiénes acudían en algarada, Álex alarmado echó mano al carcaj, Radón y Bermejo a sus armas automáticas, pero enseguida comprendieron la broma. Tras parabienes, besos y abrazos, Tordés refirió lo agradecida y cumplida que había quedado Haltamisa con la devolución del libro del Doncel que peregrinó al sepulcro de Anteo, osea con el retorno del enigmático manuscrito Esmeraldino Hortal de Caballería. Artemio, señalando su pabellón auricular, afirmó que Haltamisa le había implantado gratis un chip de bienquerencia con obsolescencia programada de tres meses, lo que complugo a todos. Recordó igualmente que admitía que se le llamase Artemio, pero que él se llamaba “Armenio” no por nación, sino en recuerdo de Mícer Armenio, autor de la Historia florita, al que el Marqués de Santillana llamaba Armanino Bolonés por sus “flores de historias”.
Aludiendo Bermejo al vuelo bajo de la grullas que poco antes habían contemplado con emoción significativa, dijo:
‒ Mira, Tordés, de qué manera las cosas celestiales obran en las elementales y viceversa, así como los cuerpos no valen sin sus almas más que si fuesen lodo o ceniza. Felicitémonos de reconocer vivas las ánimas de los amigos y celebrémoslo bebiendo juntos un buen trago.
El trago largo fue de calimocho adquirido por un ochavo de crédito en un puesto de Galaqués a una matrona que exhibía oscuros pezones por debajo de un chaleco de ganchillo. Zumo de zarzaparrilla y uva garnacha fermentada. Añadieron al tentempié nueces, almendras e higos pasos, estos últimos con proteínica larva inquilina.
Quiso saber Tordés lo acaecido en el Pozo del Rayo y en la verbena y torneo de Galaqués. Entonces Álex, ayudado por el calimocho, soltó la lengua contando por extenso su experiencia en el espejo caleidoscópico y cómo había echado mano a la amonita negra de santa Hilda, regalo de Haltamisa, para protegerse de la angustia de género, zozobra que le causaba pertinaz sensación de desamparo. También mostró una medalla de plata que había conseguido en el “Certamen de la Manzana de Adán”, donde sólo había herido a un sufrido reducido en la oreja, tras ensartar limpiamente con sus flechas siete manzanas, “¡Tendríais que haber visto a cuántos dejaron ciegos mis contrincantes arqueras!”.
‒ Son reducidos delincuentes, ¿no? ¿No los remedian con prótesis biónicas las sanitarias del parque?
‒ Desde luego, pero no enseguida. Tal vez con buena conducta, más adelante, reduzcan las nuevas reducciones de los reducidos, já, já. Las cosas de palacio, despacio… Se limitan a cortar las hemorragias y desinfectar sus heridas. Saltaba la sangre por todas partes –Álex hizo un gesto de asco-. Presidía la liza una optimate escurrida, meliponina, ya sabéis, optimizada pero sin aguijón, avatar de Ávida Dollars, menina chuchumeca ¡Para no tener aguijón pocos escrúpulos mostraba respecto de la integridad física de los miserables reducidos, o “superreducidos”! Y particularmente se destapaba la faldilla encantada la señorona tachuela cuando alguna concursante erraba y el dardo iba a parar al ojo o a la boca del zángano. Pareciese que gustosa la zanquillas se masturbaba echándose mano a las peludas corbículas, unas veces a la derecha, otras a la izquierda, excitada con el espectáculo más sanguinario que sexy. Y eso a pesar de que Ávida Dollars meliponina luciera armadura pectoral y atuendo divinal: la verdad como cinturón, la justicia de loriga y, como calzas, el celo por la paz. Servíale de escudo la fe para atajar flechas incendiarias (que apenas se lanzaron), más el casco de la promesa y la espada del espíritu. Vestida con todo eso se daba gusto por debajo del halda como si nadase, y soltaba su larga lengua libando las manzanas traspasadas, larga probóscide que se enrosca en espiral, más parecida a la glosa de una euglossina que a la muy de una meliponina. Y eso que del jamón de la giganta de la procesión de Galaqués habrían salido tres juezas como ella y aún sobraba carne para un estofado para las tres.
‒ ¡Milites deae, militia spiritualis; pero piedad, compasión y misericordia brillan por su ausencia, como pasiones locas o extemporáneas! -exclamó Bermejo, recelando de sí porque era queja impropia de caballero integral tanta conmiseración con zánganos “reconducidos”, como se les llamaba oficialmente; y análisis políticamente incorrecto, su recelo ante una jueza optimate.
‒ ¡Sin una heroína o una diosa encolerizada no hay epopeya! Y a una enana liliputa le puede caber en el corazón tanto rencor como a una titana, pues eso no va en centímetros aunque escape en ayes y suspiros –sentenció Tordés el recto-. No obstante, decía Laguna que nace la abeja real sin aguijón porque quiso naturaleza que fuese de sola equidad y clemencia armada, con las cuales dos tan insignes virtudes se conservan los vasallos y súbditos y se reconcilian fácilmente los enemigos…
‒ Y eso –añadió Bermejo-, porque no hay cosa que tanto mueva los ánimos de los hombres a conjurarse contra sus mayores como la crueldad y la injusticia que ejercitan en su gobierno.
‒ ¿Qué quieres que te diga, amigo, a mí la jueza me pareció lamia con cara de torero, si pudiera ser preñada engendraría un vestiglo. Además, le olía a rayos el pellejo…
Ya la noche iba llegando y el espacio se vestía de sombras deshaciéndose las cosas como fugaces formas. Parecía que el mundo suspirara cuando se dormía preguntando: “Manantial de luz, ¿por qué te fuiste?”.
Una vereda en cuesta como pasillo estribado por dos filas de cipreses, guardianes enhiestos que surtían sombra y sueño, les condujo a la masía de Rosario la Calva, caballero andrógino sin caballo ni cabello –como su mote indica-, célibe y ya retirada del Mester de Cortesía, mas aun paladina consumada en torneos de Gaya Ciencia o Arte de Trovar, en los que hacía de acreditado jurado o concejala, después de haber ganado tres violetas de titanio: una de ellas en materia de amores, otra en materia de armas, una tercera en asunto de “bonas mores”; y todo eso tras conquistar también un “tesoro de duendes” en la justa de loores de Nuestra Señora.
En los tiempos en que estaba muy hermanado con Mendo de Biezma caballero de la Orden de la Banda, compañero de Orozcos y Grijalbas, maestre Rosario solía mandar por luz a sus mejores amigos un poema cada quince días. Bermejo lo leía con gusto y lo compartía cuando podía en redes sociales y con Misolinda y Lynette…, bueno, en realidad, más con Lynette, su señora, que con Misolinda, su dueña. Eso antes de que sus comunicaciones fuesen jaqueadas por los sicarios telemáticos de Salmanto el Quejumbroso, ¡el más corrupto y pervertido de los drones!
Cuando llegaron los caballeros ante los muros de piedra, hasta la cancela alta de la masía Cinc Claus de Rosario la Calva, tres grandes daneses ladraron avisando roncos. Rosario criaba enormes dogos con pedigrí y palomas mensajeras, entre otros animales raros y arcaicos. Tocaron el contestador y salió a recibirles un joven jiboso de cara bonita.
‒ Drona Rosario, señor de las Cinco Llaves –les sopló el mozo-, en estos momentos recolecta a plenilunio en su huerto hierbas medicinales, condimentales y aromáticas, pero ha dicho que les esperaba… Pueden pasar los señores con sus arreos e impedimenta -dijo
‒ Querrás decir hierbas condimenticias…
‒ ¡Condi-mentales! –insistió el mozo.
El amplio patio vallado estaba rodeado en su interior por cuadras y jaulas de animales y de aves diversas y extraños. Tres palomas arcángeles movían con dificultad sus larguísimas e inútiles alas doradas sobre pértigas horizontales próximas al suelo. Un pavo real albino se paseaba a elegantes trompicones por los bardales del muro. En una cuadra amplia dejaron los caballeros sus bestias bien provistas de pienso y liberadas de guarniciones. Y nada más subían los altos escalones de piedra de la puerta principal nuestros caballeros con su escudero, ya estaba Rosario, drona enorme, con los brazos abiertos para abrazar a sus amigos. Vestía terciopelo púrpura con estola dorada, bajo la enorme papada un plastrón gris con perla negra, una peluca castaña clara cubría su cartonchino.
‒ ¡O botón florido del saber cortés, honra del parque hispano y de la marca purandanesa! –exclamó Bermejo entregándose con los ojos cerrados y lacrimosos al abrazo de oso de la Maestra, el rostro sumergiendo entre sus hospitalarios pechos.
‒ ¡Por vos al Amor cantaré, vana quimera! –respondió con humor el vate.
‒ Amor…, es rasgueo de guitarra que se extiende por el fondo del bosque adormecido, la plácida aureola que de mi aurora el cielo tornasola –respondió Bermejo recordando à propos rosarianos ripios, y añadiendo-: No niego que el amor ande en discusiones con la vida. ¡Digo que debe vencer!
‒ ¡Por Leonor de Aquitania, divinal patrona, y por Martín Códax, conserváis buena memoria, señor Bermejo! ¡Dios os guarde muchos años y a mí de vos! –dijo con sorna el gigantón poetisa-. Por supuesto, Amor vencerá, elevado a conciencia poética. Pero ya a mí, harto de masticar brasas, me encontrará aparcado, quiero decir retirado…
Y apoyando cuanto decía la voz de contralto de Rosario cantó angelical los versos de Guillén de Castro:
¡Bienaventurado aquél
Que por sendas escondidas
En los campos se entretiene,
Y en los montes se retira!
Continuará…
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José Biedma López