Fúnebre glamur
[De los Archivos de Claudia Prócula]
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Fany Araña
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Querida Claudia:
Mi padre, Marqués de la Feliz Decisión y Señor de Cerrojabatón, murió hace dos semanas. Erudito y hombre de principios (casi nunca acabó las investigaciones que emprendió), ejerció de padre tolerante en excedencia variable, tanto que a veces me he quejado de las tortas que no me dio durante la aborrescencia, a mí, su única hija (que sepamos), su legítima niña bonita.
Vivió casi como le plugo, porque mi madre lo contuvo cuanto pudo. Ella padece del Síndrome del Escaparate (Isquemia crónica), pero por lo demás se vale para gastar por sí misma a sus setenta y todos, gracias a Dios, aunque debería reconocerse inestable y manirrota, que por ella hemos fundido la mitad de la gran dehesa de Cerrojabatón. Ya veremos si tiene ahora bastante con un porcentaje del usufructo que resta.
El título de Marqués de la Feliz Decisión se lo concedió Isabel II a mi tatarabuelo Bermudo porque en su cortesano cargo tomó una decisión difícil que salió bien de chiripa. Mi padre me contó que aquella decisión tuvo que ver con la accesibilidad o no accesibilidad al lecho de la Señora de un tal Cayetano. Pero que los escabrosos detalles del asunto no son para relatar a una dama y hasta merecen definitivo olvido.
Mi padre, don Heraclio, se crió entre legajos y plumines, recibió una educación católica y humanística sólida, dominaba varios idiomas y cuando se cansó de herborizar flores se dedicó a discutir en latín con jesuitas alemanes, sobre el progreso o decadencia del mundo y la Ciudad de Dios, mayormente y, ya casi nonagenario, murió de un tabardillo. Una semana antes de que le reventara una venilla en el cerebro firmó donación de su colección de primeras ediciones e incunables a una Fundación erudita y filantrópica. Por suerte no cedió sus cuadros, estampas y dibujos, que los coleccionó buenos. A pesar del ictus, murió silbando el bolero de Ravel.
¡Pobre!, ha descansado, porque también padecía de sobrepeso y tricofagia: se arrancaba y devoraba los pocos pelos que le nacían, y le formaban una bola en el intestino que había que extraerle por el ano cada mes o así. Un fastidio muy humillante.
Pues bien, estimada doctora, tras el sepelio, el próximo sábado celebraremos solemne misa por el descanso eterno del marqués, don Heraclio, mi papá. Oficiará el señor obispo en la catedral. ¡Y yo no sé ni qué llevar ni qué ponerme! Mi padre tenía muchos conocidos, parásitos, alcahuetes, dependientes, mantenidas, empleados y hasta puede que le quede por ahí algún amigo, aunque vivió lo suficiente para llorar y enterrar a la mayoría. Estoy segura de que al funeral acudirán gentes de toda condición (don Heraclio afectó de liberal).
Entre esas gentes, asomarán Los Henry del momento, sobre todo expansionistas y desmanteladores; y lo peor, ¡mis temibles y peligrosas primas!: Beba, diseñadora gráfica y optimizadora de demanda; Iris, modista y creativa emocional; Margui, modelo de alta costura y asesora de impacto; y por fin, Nelda, fashion blogger y manager de contención del miedo. En fin, todas ellas rabiando de envidia porque la marquesa ahora soy yo y lo principal de las rentas de Cerrojabatón y las acciones de La Eléctrica, aún pingües, sean mías, como dispuso mi padre en testamento ológrafo según vetusta tradición del marquesado.
Hasta en los peores momentos hay que ir presentables, ¿verdad Claudia? Quiero que la severidad y la distinción dominen ese día mi cuerpo y den tono a mis cabellos. Deseo resplandecer tan sofisticada que parezca sencilla; modesta, pero no humilde; bella y discreta, antes que sublime.
Ir de negro me parece una ordinariez. Entre los colores que dicen algo pero no chillan barajo un berenjena, que haría juego con el color del Lexus y hasta con la gorra de Bubakar, le chauffeur, o pienso en un burdeos, ¿tal vez un añil o un índigo oscuro?, ¿qué le parece, Claudia?, ¿o un gris nebuloso?, ¿un marengo no sentaría un tanto plúmbeo? Descarto, por supuesto, cualquier rojo o amarillo, y también el verde, aun oscuro, a pesar del glauco agrisado de mis ojos.
¿Pantalones o falda? ¿Traje o dos piezas? ¡Son tantas las decisiones que he de tomar! ¡Y comprenderá por mi marquesado que las quiera todas felices!
¿Y el maquillaje? ¿Qué me dice del maquillaje? Porque una no ha pasado su verano todavía, pero el gallo ya canta y patea estreno de cuarentena… (Es que me río mucho, Claudia, y reírse arruga). Y en cuanto a los accesorios de joyería, ¿casarían unas perlas naturales con unas antiguas dormilonas de aljófar en las orejitas? Y el sobrero: cómo cubrir la cabeza sin deslucir el peinado y qué sombrero llevar en un evento así.
Reconozco que despunté hace unos años en papel cuché como it girl, por lucir de “chica del momento”, tal vez usted recuerde aquella Fany…, pero ahora aspiro a un esplendor menos efímero, a un lucimiento sólido, rotundo, definitivo.
FANY, Marquesa de la Feliz Decisión
RESPUESTA
Querida señora:
Es verdad que la tristeza no tiene por qué estar reñida con la gallardía. La misma melancolía tiende a lo elegante y en lo selecto se consuela. Sí querida, desde el XVI existe una joyería de luto: broches trenzados con cabello humano y oro, anillos con inscripciones luctuosas: “Not lost, but gone forever”. La muerte ha tenido siempre representación en orfebrería, platería, bisutería y en todo tipo de complementos. Por algo la muerte es nuestra única certeza. Esqueletillos, calaveritas, diminutos ataúdes, grabados en pendientes, broches, brazaletes, relojes… Memento mori si vis vitam para mortem: recordatorios de la vanidad efímera de la existencia.
El estricto luto que observó la reina Victoria tras la muerte del príncipe Alberto en 1861 fue discretamente ornamentado con accesorios memorables que crearon tendencia en corte y pueblo, como muestra un collar con pendiente de corazón que a modo de relicario portaba la reina y que contenía un mechón de juvenil cabello albertino.
En cuanto al maquillaje, tal vez una capa ligera de base y un lápiz labial transparente. Recomiendo rímel resistente al agua (más vale prevenir) y un delineador mínimo de ojos. Un look sobrio y refinado para una ocasión sombría pero en la que también quiere usted con todo derecho sentirse atractiva y a gusto consigo misma, resiliente, proactiva. Un minimalismo que cuide al máximo los detalles y tendente a lo monocromático. Huya entonces de lo trendy, sin caer en lo retro.
Estoy de acuerdo en evitar la ramplonería del negro, pero en cualquier caso deberá decidirse por colores pálidos, fríos, y nada de estampados (cero jacquard). Si escoge falda, será larga, mínimo por la rodilla, y no muy ajustada. Si pantalones, cuidado que no marquen cachete o cartucheras. Mejor prenda de una sola pieza. Nada de mostrar mucho escote, pero no hay inconveniente en que insinúe centímetro de canaleta. Manga también larga y guantes de satén haciendo juego. Zapatos formales, planos o de medio tacón (kitten heels). Bolso de mano oscuro tipo clutch, mejor que messenger. De mano, antes que en bandolera.
Lo más respetuoso es no llevar sombrero al entrar en el templo, pero con familia tradicional y conservadora parece adecuado llevar cubierta la cabeza. Estilo ladylike, para que me entienda, tendencia atemporal que rescata la feminidad con nostalgia del pasado e invita a recobrar el donaire clásico de las damas de la alta sociedad de antaño. Todavía es de buen tono que una mujer libre cubra su cabeza en la iglesia, al contrario que un hombre.
Si escoge usted una pamela o una rejilla para cubrir su rostro, no gastará mucho en peinado, lo mejor será el pelo suelto bien alisado o lucir ondas suaves por todo el cabello. Demasiado volumen llamaría negativamente la atención. Vale también la coleta alta, lisa. Un peinado semi-recogido con horquillas, sin descubrir del todo la cara, igualmente sentaría ideal para una imagen digna, celada y pulcra.
Flores, pocas, pero tratándose de un funeral la blancura de una magnolia encarna tradicionalmente dignidad y perseverancia; el rosa o rojo de la camelia simboliza agradecimiento.
CLAUDIA
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José Biedma López,
para La Caja del Entomólogo
del Café Montaigne.
Primavera 2019.
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