Clínica del alma – Sebastián Gámez Millán

Clínica del alma – Sebastián Gámez Millán

Clínica del alma

 

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Peter Paul Rubens – Der sterbende Seneca – 1612-1613 [München Alte Pinakothek] [Hay, también, en el Museo del Prado de Madrid una copia de la obra realizada en el taller del pintor]

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Para conocer profundamente eso que de manera tradicional llamaban “alma”, y que es inseparable del cuerpo, y requiere cuidados a lo largo de toda la vida, no hay mejor escuela que esta clínica. Muchas personas desean aprender Filosofía, Psicología, Fisiología, Medicina o Neurología para curarse a sí mismo y, por distintas razones, no pueden contar con esta formación, que, como todo buen estudio, consiste en cultivarse a sí mismo. Y se refugian en los llamados libros de autoayuda (¿qué buen libro en el fondo no lo es?); pero estos libros, que tienen tanto “éxito” (primera falacia, entender el “éxito” únicamente en criterios cuantitativos: es la lógica del mercado), probablemente porque prometen más de lo que pueden dar, contienen a menudo una falsa medida del ser humano.

De un tiempo a esta parte los saberes universitarios andan desprestigiándose, a causa, entre tanto, del acceso democratizado de los alumnos, lo que si por una parte es un logro, por otra supone en no pocas ocasiones una trivialización del conocimiento. Además, como ha puesto de manifiesto Nuccio Ordine en La utilidad de lo inútil, el saber se ha convertido en una relación mercantil sometida a los caprichosos y arbitrarios dictados del mercado neocapitalista. Las universidades son más que nunca empresas, los profesores, burócratas, y los estudiantes, clientes: y como el cliente es el que paga, siempre tiene la razón.

Así que a quienes carecen de otros recursos y opciones, incluso si lo poseen, les recomiendo que visiten esta clínica del alma. Nunca terminarán de agradecérmelo, aunque más que a mí, a quienes deben agradecérselo son a los extraordinarios integrantes de esta clínica, algunos de los cuales han necesitado siglos para formar parte de ella. Y no han tenido que presentar su curriculum, que como es bien sabido se puede magnificar y falsificar, sino que han tenido que superar las pruebas más arduas y exigentes: el juicio durante generaciones de los críticos más agudos y perspicaces. Imposible imaginar un equipo tan selecto, excelente y atento: están a nuestra disposición las 24 horas del día.

A propósito de ello, cuentan con una ambulancia disponible día y noche que circula por la cosmópolis al encuentro de personas sin consuelo y suicidas inminentes: la conduce Lucio Anneo Séneca, que mostró sus firmes virtudes en estas delicadas cuestiones inventando el género de las consolaciones y, en las últimas horas de su existencia, convenciendo a su mujer, la joven Pompeya Paulina, de que siguiera viviendo, de que no se suicidara con él después de que Nerón ordenara su muerte. Sus ayudantes principales son Marco Aurelio y Emil M. Cioran.

Séneca, como veremos, es uno de los cuidadores más polifacéticos y comprometidos. Colabora también cuando el anterior puesto se lo permite con el departamento de los que acompañan en el arte del buen morir y la eutanasia, entre los que se encuentran Sócrates, Cicerón, Montaigne, Tolstói, Jean Améry y Sherwin B. Nuland. Viktor Frankl es el que se encarga de hacer un balance vital y procurar descubrir sentido en medio de tanto sin sentido, para lo que se requiere, dicho sea de paso, ciertas habilidades narrativas. Se trata de encontrar fines dentro del azar y las contingencias.

El comité de bioética lo dirige Kant, que a menudo discute con los de arriba, pues a pesar de que hizo hincapié como casi nadie en la importancia de “la mayoría de edad” y puso en circulación pública el concepto de “autonomía”, no es partidario de la eutanasia, ya que si se universalizara, la especie humana podría desaparecer. Cualquier norma que se apruebe en esta clínica es racional, se hace por deber y es o aspira a la universalidad. Kant es el que cuida de que no se instrumentalice ni cosifique a ningún ser humano, si bien a veces este imperativo categórico genera dilemas morales con la investigación. Las cuentas y los derechos de los trabajadores los lleva Marx.

Uno de los departamentos que levanta más expectativas actualmente es el de Neurología, dirigido por Oliver Sacks, Antonio Damasio y David Eagleman: creen que en el cerebro se encuentra todo, como si este fuera disociable de la corporalidad. Sacks, por cierto, sostiene que hay enfermedades que no se pueden curar, solo aprender a convivir con ellas. Justo al lado se encuentra el Departamento de la Melancolía, cuyos directores son Richard Burton, Lászlo F. Földenyi y Andrew Salomon. Barajaron denominarlo “de la Depresión”, pero consideraron que la cura comienza por nombrar de forma justa a los fenómenos y no degradar la vida interior.

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Albrecht Dürer – Melencholia I – [Grabado, 1514 – Staatlichen Kunsthalle Karlsruhe]

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Debajo de estos se encuentra el Departamento de la Locura, dirigido por Erasmo de Rotterdam, Michel Foucault y Fiodor Dostoievski. Cuenta entre sus ayudantes más destacados con El Bosco y Goya. A la izquierda linda con este el Departamento de Personalidades Múltiples, dirigido por Fernando Pessoa, John Keats y Alfred Hitchcock. El Departamento de la Angustia Existencial lo dirigen Kierkegaard y Sartre. El de la Culpa, Kafka. El de Catarsis y Liberaciones, Aristóteles y Sófocles.
Más allá tenemos el Departamento de Enfermedades Imaginarias, que son más frecuentes de lo que acostumbramos a creer, pues para el ser humano los límites entre lo imaginario y lo real no son siempre discernibles. Este departamento lo dirigen Moliére, Flaubert y Kavafis. El de Delirios y Trastornos Alucinatorios, Edgar Allan Poe, Lewis Carroll, Dalí y Magritte. Para esa otra enfermedad imaginaria que son los celos, que causa tantas muertes, contamos con los servicios de alguien con un olfato casi infalible para estos análisis, Marcel Proust. Para los males de amores, con Ovidio y Erich Fromm. Y para otras pasiones desatadas, un geómetra de estas, Spinoza, que nos enseña a sentir bien, dificilísimo arte que anda emparentado con la inteligencia emocional.

Cerca está el Departamento de Hipocondríacos, otra enfermedad imaginaria que consiste en disponer de “esa habilidad para extraer de cada suceso de la vida, llámese como se llame, la mayor cantidad de veneno para uso propio”. Por eso, a algunos enfermos no les cohíben ni reprimen sus hipocondrías por temor a que no puedan desplegar su potencia creadora. Lo dirige Juan Ramón Jiménez y Woody Allen.

El Departamento de Anatomía es dirigido por Leonardo da Vinci y Guido Ceronetti. El de oncología, por Susan Sontag; el de las nuevas enfermedades del alma, por Julia Kristeva y Simone Weil; el de terapias alternativas, por Martha C. Nussbaum y María Zambrano. En el quirófano suelen estar Epicteto, Baltasar Gracián y Nietzsche. Los anestesistas son Epicuro, Schopenhauer y Samuel Beckett. De la redacción exacta de los prospectos se encarga alguien con una extraordinaria capacidad de análisis, como Bertrand Russell, y el obstinado rigor lingüístico de Ludwig Wittgenstein, aunque a veces discuten entre ellos.

Ciertamente hay algunos departamentos curiosos a los que les conceden gran importancia, como el de Humores. Dice uno de los miembros de esta clínica que “el ser humano sufre tan profundamente que se ha visto obligado a inventar la risa”. Otro señala que la risa es una cualidad específicamente humana (homo ridens). En todo caso el humor nos lleva a aterrizar en la implacable realidad, de la que no podemos escapar, y a cobrar conciencia de nuestra finitud. Es una cura de humildad. Y comprensión, comunicación, empatía, solidaridad. Este departamento, cada vez más amplio por las demandas que reciben, lo dirigen Cervantes, Diderot, Voltaire, Joubert, Lichtenberg, Charles Chaplin, Groucho Marx, Billy Wilder, Jorge Luis Borges, Wislawa Szymborska y los recién ingresados Odo Marquard y Simon Leys.

En el Departamento de desarrollo de la Empatía y la Simpatía se encuentran David Hume, Federico García Lorca y Frans de Waal. Otro departamento curioso es el de la Transfiguración de la Memoria y el Olvido: allí operan Picasso, Henri Bergson, Paul Valéry y Gilles Deleuze. En el de Conciliaciones Imposibles se encuentran Leibniz y Hegel. Por influencia norteamericana, uno de los Departamentos de Fármacos más utilizado en esta clínica es el de la confianza en sí mismo y el pragmatismo. Allí elaboran medicamentos Emerson, Walt Whitman, William James y John Dewey. Para un arte de la salud que todavía no ha sido conceptualizado pero que sin embargo es esencial en la vida, saber estar consigo mismo, cuentan con un maestro insuperable, Montaigne.

Al frente de la clínica se encuentra su controvertido director, Sigmund Freud. Muchos discuten sus métodos, incluso la cientificidad de sus prácticas, pero nadie puede dudar de que transformó nuestra concepción de nosotros mismos como muy pocos lo han hecho a lo largo de la historia, y no solo por la sexualidad (“pansexualista” lo han llamado a veces), que la concibió de manera más amplia y radical que hasta entonces, sino porque, a diferencia de los racionalistas, pero sin dejar de ser un racionalista ilustrado, indicó que no era la consciencia, sino lo inconsciente, lo que mueve al ser humano. Su mano izquierda es Shakespeare y su mano derecha, Goethe.
Paradójicamente, para ingresar en esta clínica, sin duda la mejor que conozco, no es necesario poseer grandes recursos económicos, basta con disponer de tiempo y mucha curiosidad. Y si no tienes suficiente espacio en casa para construir una biblioteca, puedes acudir a cualquier biblioteca pública decente. A medida que sabemos más de nosotros, conoceremos por analogía mejor también a los otros, nuestros semejantes, lo que nos permitirá cuidar de nosotros a la vez que de los otros. Es una concepción de la salud filosófica que conecta la antropología con la epistemología, y estas con la ética y la política. A ver quién se atreve a ingresar en esta clínica del alma; lo único perjudicial, se me olvidaba decirlo, es que dado que el alma humana es inagotable, puedes acabar perdiéndote por estos laberínticos pasillos y no salir ya nunca de allí.

 

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Jacques-Louis David – La Mort de Socrate – 1787 [Metropolitan Museum of Art – New York]

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Sebastián Gámez Millán

Categories: Libros, libres