El viaje – Un relato de Tomás Gago Blanco

El viaje – Un relato de Tomás Gago Blanco

El viaje

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Claude Monet – Le train dans la neige. La Locomotive – [1875 – Musée Marmottan Monet – Paris]

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El viaje

Ayer subí al tren en la estación que sin saberlo tenía asignada. Un tren vacío de sonrisas y lleno de temores, de vagones infinitos. Con los equipajes de todos los viajeros ocupando hasta el último rincón. Con las ventanas abiertas a la luz que entraba a bocanadas, como el humo de la locomotora eterna.

Había equipajes de todos los tamaños y colores. Algunos ocupaban vagones enteros con maletas de cuero repujado y diamantes para adornar las iniciales de sus dueños. Había maletas de cartón, desgastadas por el roce constante de los días, con agujeros por donde había salido el alma y entrado la miseria. Escondida en un rincón encontré una bolsa de tela con remiendos, dentro, unas canicas de barro con mordiscos por los golpes que a algunos da la vida.

Busqué mi equipaje y no vi nada conocido, ni entre las maletas colocadas con manos serviciales, ni en los vagones donde todo se mezclaba y había cierto olor a descuido y abandono.

El tren continuaba su camino, con velocidad creciente, como si conociese la proximidad de su destino.

Entonces busqué en mis bolsillos las monedas que llevaba preparadas para el barquero detestado. Las que no di cuando tiritando me pidieron por la calle. Las que guardé codicioso porque el vino degradaba a quien me las pedía, las que escondí con disimulo cuando me seguían con su olor a orines y barba sucia. Y allí estaban. Todas. Nunca pensé que hubiera guardado tal cantidad a lo largo de los años.

Eran como las estrellas, tantas, que desbordaron mis bolsillos y comenzaron a rodar en todas direcciones y ocupar aquel espacio generoso de luz y de sosiego. Quise levantarme pero el ruido constante del níquel y del cobre inmovilizó mi cuerpo y el agua subió por las paredes de la barca hasta alcanzar la línea de mis ojos. Yo comencé a arrojar las monedas, el lastre que durante tanto tiempo había arrastrado por mi vida. Primero con las manos, luego con la pala del fogonero que el azar puso en mis manos pero mi bolso era un infinito cuerno de abundancia que empujaba la barca hacia el fondo con su peso, y cuando ya se veía la orilla del descanso, el agua cubrió mis ojos y entre las turbiezas de lo eterno vi que éramos muchos los ahogados.

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Tomás Gago Blanco

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