Espuma de mar – Un relato de Tomás Gago Blanco

Espuma de mar – Un relato de Tomás Gago Blanco

Espuma de mar [Relato]

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Espuma de mar

Nací en Turquía y me siento universal. Mi familia abarca personas y variados objetos que se transmiten de generación en generación. Yo, soy la más longeva. Tal vez, algún manuscrito del antepasado que se encaprichó de mí, se conserve aún, entre los cachivaches que han sido abandonados en el desván de la casa donde vivimos.

Siempre he estado presente en los acontecimientos, tristes o alegres, que mi familia ha vivido.

Recuerdo a Bernardo de Aliste, el primer hombre que posó sus labios en mi boca. En mi boquilla, como él gustaba decir. Aventurero, cronista aficionado y extraordinario conversador. Jamás permitió que se apagase la brasa de la pasión que nos unía.

Su hijo, Jacinto, me llevaba junto a él, con el cuidado que un niño grande profesa por los recuerdos de su padre.

Tomás, el nieto predilecto de Bernardo, tuvo conmigo una relación tormentosa. Nuestras bocas se unieron en besos de fuego y pasión. A veces, sucedieron abandonos clamorosos y apasionados reencuentros.

Cuantas noches, los naipes y los dados quedaban abandonados sobre el tapete de la mesa, y nosotros, regresábamos  envueltos en el viento riguroso del invierno y el aroma que yo procuraba a nuestro paso.

Al llegar a casa, sin importar la hora, me aseaba con esmero y me posaba en la piel de gamuza que tenía reservada junto a la lámpara de la biblioteca.

También recuerdo aquellas sobremesas, donde el humo reposado del tabaco servía de pretexto para discutir de política, o hablar, con pasión, de pintura, de teatro o de poesía.

Cuando alguien nos visitaba y se fijaba en mí, sentía el vértigo de pasar de mano en mano, y tocarme y acariciarme hasta que volvía al regazo entrañable de Tomás.

Hoy, relegada a un anaquel olvidado de la cocina, veo mi rostro reflejado en el cristal que me separa de los que en otro tiempo me mimaban. El blanco color de mi rostro es apenas un recuerdo. Mis venas, conservan el suave aroma que ha impregnado mis poros durante años de placer. Aún siento, las manos varoniles del artesano aprisionando mi rostro con delicada firmeza, mientras tallaba mis ojos y mi boca. Mi barba, suavemente rizada, y el gorro empenachado y señorial.

Sé que hoy se desprecia el suave aroma que desprendo cuando el tabaco se quema en mi interior. Dicen, que contribuyo y fomento enfermedades incurables. Me destierran de la presencia de los niños. Y, lo que es peor, mi recuerdo se pierde en la memoria familiar.

Y yo, como un día oí recitar mientras humeaba en el regazo de una mano vigorosa; igual que el peregrino: me he quedado sola, sin despegar los labios, en mi sitio (1).

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Tomás Gago Blanco

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Nota

[1] León Felipe Camino Galicia

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