Un, dos, tres, al escondite inglés… – Tomás Gago Blanco

Un, dos, tres, al escondite inglés… – Tomás Gago Blanco

Un, dos, tres, al escondite inglés…

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El Quijote [Edición escolar de 1954]

A mi madre

 

Su escuela, los niños en el recreo bajo su mirada atenta y protectora, sus voces, sus rostros difusos, nítidos aún alguna mañana de primavera, con los olores que el viento esparce por las calles.

Cada día el juego de unir letras, formar palabras, hilar frases y descubrir la alegría que revelan los misterios de los primeros cuentos. Siempre distintos, según los ojos y la imaginación de cada niño.

¡Adiós, adiós! dicen torpes con sus manos diminutas mientras la niebla los abraza, y deja solo sus voces en la lejanía. Hoy no han venido, ni ayer, ni mañana los espera.

Pasan fugaces ante sus ojos las risas y los lloros, como el polvo entre los dedos en las tardes de verano se escapan los recuerdos, y las imágenes, y las horas. Hoy, con el sol calentando las zapatillas de felpa junto a la ventana abierta al jardín, donde los pájaros se atarean en su ruidosa libertad, vuelve la nube oscura, una alfombra suave para acomodarse entre sus recuerdos, como otra parte de su mente.

Después, el lápiz que tacha las imágenes, los versos, las sonrisas y los rincones de esta casa que no es suya, porque ya no tiene casa propia, ni rincones íntimos, ni caja de labor, ni conocidos, continúa su tarea. Sin pausa ni piedad, abierta la mochila de la vida, arrojados los recuerdos a los pies que no son suyos, sin poder retener los más queridos, apenas percibe que se alejan en un pausado desfile de modorra.

Esa nube, ese borrón narcótico, se mueve inquieto buscando su sitio en un espacio ya ocupado. A veces, oculta un sonido familiar, un nombre, unas palabras. En cambio, la memoria de las cosas antiguas es pura, inaccesible, la sombra está lejos del nítido recuerdo del cuerpo de sus hijos al nacer o del olor de sus manos. Allí, no alcanza la sombra. Todo es luz en lo profundo de la memoria.

Pero la oscuridad no abandona, es constante, pausada. El sueño es una puerta abierta que aprovecha para tender sus redes. Ella alarga la mano para retener las lecciones aprendidas, los saludos y los adioses.

La sombra es dulce, deseada, y su presencia, ocupa cada día más espacio. Sin darse cuenta, en la penumbra que comenzó a cubrir su vida perdió el nombre de sus padres. Se quedó prendido de los rosales secos como un jirón de ropa vieja.

La sombra es ligera y su caricia arrastra las imágenes de cuantos la rodearon. Los amigos primero, poco antes de que los hermanos salieran por sus ojos llenos de sorpresa. Luego, los sueños y los días.

La sombra se convirtió en su compañera inseparable, en su almohada, en su pañal nocturno, en su baba recorriendo pausada la barbilla y quitó de su memoria aquella innecesaria luz antigua que recordaba las caricias de su madre.

La sombra acompañó su paso torpe y sus oídos ancianos para aislar su descanso de los gritos de los niños.

La sombra acabó con su frío, con sus temores, con su anillo de casada y con las fotos de sus nietos clavadas en las paredes de su cuarto. También cambió a sus hijos por extraños que le sonreían al apretar la mano.

No llegó a saber que la sombra lo quería todo. Un día de otoño al mirarse en el espejo descubrió que se había llevado su rostro y había dejado una vieja de mirar sereno que ladeaba la cabeza cuando la observaba. Hasta sus manos se olvidaron de los años que vivieron juntas, y su cuerpo abandonó sus rutinas para disolverse en la mancha oscura, en el pozo infinito que envolvió su cuerpo.

Un, dos, tres, al escondite inglés, sin mover las manos ni los pies.

 

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Tomás Gago Blanco